Mario Balotelli, una especie de bad boy futbolístico de quien se supone mucho más de lo que ha ofrecido hasta el momento en su carrera deportiva, acaba de regresar a Milán. Se marchó de San Siro en agosto del 2010 peleado con el universo interista en pleno por cerca de 30 millones de euros pagados a gusto por los jeques del Manchester City, que dos años y medio después se lo han sacado de encima por apenas veinte que ha pagado el Milan, el otro gigante lombardo, en una operación para casi todo el mundo futbolístico arriesgadísima pero que habrá puesto de los nervios a Massimo Moratti, temeroso ante el futuro que aguarde a quien un día trató como a un hijo y que amenaza con convertirse en su último, de momento, dolor de cabeza. Y de corazón.
De entrada ya se ha presentado con el smoking puesto. Aprovechando una lesión de última hora de Pazzini, el entrenador lo catapultó a la titularidad ante el Udinese por sorpresa y Balotelli se dio el gusto de estrenarse con grandeza. Recordando al joven imberbe y descarado que tanto dio que hablar en sus inicios con el Inter, tomó sin reservas el papel de protagonista desde el minuto cero. A los 35 segundos enchufó un remate envenenado que no fue gol de milagro, a los 25 hizo diana cazando un centro mordido de Al Shaarawy y en el último suspiro de la prolongación, cuando San Siro ya lamentaba el empate, transformó el penalty de la victoria. Antes, durante los 94 minutos de partido, fue el protagonista estelar. Inmenso. Único. Un ciclón desbocado.
Pero es sólo el estreno. A nadie escapa que ‘SuperMario’ tiene por delante una tarea titánica para demostrar esa valía que se le supone, la que apuntó en el Inter siendo un crío o que, antes, le había llevado en junio de 2006, en época cadete, a entrenar unos días con el Barça junto a Thiago (con quien guarda aún una excelente relación). Pero la otra cara de la moneda, la que personaliza el presidente y dueño del Inter, muestra el temor a su éxito en el Milan. A contemplar como se repiten casos sangrantes como los que protagonizaron Roberto Carlos, Seedorf, Pirlo, Zidane, Simeone o Ronaldo. O como Kaká. O…
Roberto Mancini, por mediación indirecta del Calciopoli, primero, y José Mourinho, después, parecieron enterrar la maldición del Inter de Moratti. Tras 18 años sin ganar el Scudetto, en el 2007, con la Juve condenada a la Serie B o el Milan descabezado, el club nerazzurro conquistó en el campo el título que la federación le había ya adjudicado un curso antes. Repitió tres años más y en el 2010 alcanzó la gloria de una Champions que se resistía desde 1965, cuando Angelo Moratti (el padre de Massimo) estaba al frente de un club que con Helenio Herrera en el banquillo y Luis Suárez, Giacinto Facchetti o Sandro Mazzola en el césped vivió su última gran época de esplendor (tres ligas, dos Copas de Europa y dos Intercontinentales en cuatro años).
Pero antes de que el club de Massimo Moratti alcanzase el cénit tras el Mundial de 2006 ocurrieron muchos, interminables, sucesos que demuestran que el Inter tenía bien ganado el apelativo de gafe en el Calcio. A quien en España le recuerde el caso del Pupas con el Atlético de Madrid o piense en el Liverpool (no gana la Premier desde 1990), puede repasar la historia interista desde la llegada de su dueño en febrero de 1995 para comprender muchas cosas. Y para entender el escalofrío que le supone el fichaje de Balotelli por el gran rival ciudadano.
Uno de los primeros fichajes de Moratti responde a el nombre de Roberto Carlos, un joven lateral zurdo de 22 años que destacaba en el Palmeiras y al que llevó a San Siro pagando casi 5 millones de euros. Un año después de su llegada y aconsejado por el entrenador Roy Hodgson, el Inter traspasó al brasileño al Real Madrid por 3,6. Sandro Mazzola, directivo del club, argumentó que Roberto Carlos era una medianía. A partir de ahí comenzó una sucesión de futbolistas que aumentaron la sensación de ridículo en un club sin lateral y que veía cómo aquel futbolista sin futuro se convertía, en el Bernabéu, en el mejor jugador del mundo en su puesto durante más de una década.
En junio de 1996, en el Girondins que disputó la final de la Copa de la UEFA ante el Bayern München ya destacaba sobremanera un futbolista llamado Zidane. Seguido desde hacía meses muy de cerca por Johan Cruyff para relanzar a un Barça del que salió en globo, Zizou fue puesto en el mercado por el club de Burdeos y Luis Suárez lo tuvo a tiro para el Inter. Llegó la Juventus y se llevó el fichaje por 3,5 millones de euros mientras Moratti sacaba pecho con las incorporaciones del suizo Ciriaco Sforza, por el que pagó 3,1 millones de euros al campeón Bayern y, gratis, del holandés Aron Winter procedente de la Lazio. Sin pena ni gloria, Sforza se marchó un año después al Kaiserslautern y Winter volvió al Ajax en 1999 con un bagaje más que discreto. Entre tanto, al frente de la Juventus, Zidane conquistó dos veces el Scudetto, una Intercontinental, una Supercopa de Europa, logró un Balón de Oro y en 2001 se convirtió en el traspaso más caro de la historia del fútbol cuando el Real Madrid pagó por su fichaje 73,5 millones de euros. “Es un buen jugador, pero a nosotros no nos hace ninguna falta”, argumentó Moratti cuando se confirmó el pase de Zidane a la Juve en aquel verano de 1996.
Simeone, Seedorf y Pirlo son tres casos tan sangrantes como los anteriores en las vergüenzas del Inter. El argentino había llegado en 1997 desde el Atlético de Madrid y era uno de los futbolistas más idolatrados por la hinchada, que no pudo entender su marcha a la Lazio en 1999. Se argumentó su traspaso en un desencuentro con el ídolo Ronaldo, pero lo cierto es que un año después Simeone fue protagonista absoluto en el Scudetto que conquistó la escuadra romana. Mientras, el Inter había fichado para sustituirle a Vladimir Jugovic, “un jugador mucho más ofensivo” en palabras de Moratti y que dos temporadas después fue facturado al Mónaco. Cierto es que junto al serbio, procedente del Atlético, llegó desde el Real Madrid un joven Clarence Seedorf por quien pagó el Inter 25 millones de euros. Inadaptado a los sistemas de Lippi primero y Cúper después, el dueño del Inter sacó pechó cuando en julio del 2002 traspasó al holandés al Milan por 23 millones de euros. En las siguientes diez temporadas, Seedorf jugó cerca de 450 partidos como rossonero ganando dos veces la Champions y siendo tan capital en los esquemas de su equipo como… Andrea Pirlo, un nombre que hace enrojecer de ira a cualquier aficionado interista.
A Pirlo lo reclutó en 1998 Mircea Lucescu desde el Brescia cuando apenas contaba con 19 años. Aquella temporada disputó treinta partidos a pleno rendimiento con el Inter, pero la salida del entrenador rumano provocó que Il Metronomo perdiera la confianza del club y fuera cedido consecutivamente a Reggina y Brescia antes de que en junio del 2001 fuera vendido al Milan por 18 millones de euros más el pase de Drazen Brncic. En enero de 2002, sin debutar en el Inter, el croata fue cedido al Ancona. De la carrera milanista de Pirlo no hace falta hablar demasiado; de la de Brncic no se puede decir absolutamente nada. El día que Moratti cerró el traspaso del hoy cerebro de la Juventus al Milan, proclamó que el puesto de Pirlo estaba “perfectamente cubierto con el fichaje de Emre, que es un futbolista mucho más completo”. Emre, suplente en el Atlético, recién traspasado de vuelta al Fenerbahce, tuvo un oscuro paso de cuatro años por San Siro antes de ser vendido en 2005 al Newcastle cuando se comprendió que el apelativo de Maradona turco con el que llegó era poco menos que una broma de mal gusto.
Hay otros nombres, no pocos, con los que alimentar la leyenda del Inter. Aunque nunca se ha confirmado, existe un rumor generalizado que señala que cuando en noviembre del 2002 el Milan se aseguró el fichaje de Kaká (se incorporó al club en agosto del siguiente año por 8,2 millones de euros), Luciano Moggi, en aquel entonces administrador delegado de la Juventus, descalificó al jugador diciendo que nunca podría tener en su club a un futbolista con semejante mote, lo que fue corroborado con gran entusiasmo por Moratti para restar trascendencia al brasileño. Su rendimiento en los siguientes años con el Milan fue sobresaliente hasta ser traspasado, ya de bajada en su carrera, por 65 millones al Real Madrid. También está el caso de Adriano, hoy hundido pero cuyo historial ligado al Inter daría para escribir un libro. Para resumirlo en su buena época puede indicarse que lo fichó Moratti al Flamengo por consejo de Ronaldo por 7 millones de euros en agosto del 2001, lo traspasó en el 2003 al Parma por 11…y lo recuperó doce meses después pagando más de quince. Ronaldo, el jugador más importante, aún, del Inter de esta época, nunca pudo ganar el Scudetto soñado y en sus cinco años de pertenencia al club sufrió dos gravísimas lesiones. En 2002 resucitó a lo bestia, ganó el Mundial con Brasil y (despreciado por Van Gaal para el Barcelona) forzó su traspaso al Real Madrid, con el que al curso siguiente ganó la Supercopa de Europa, la Copa Intercontinental y la Liga española. Para suplirle en el Inter, su dueño pagó a la Lazio 36 millones por Hernán Crespo, que un año y 12 goles después sería traspasado al Chelsea por 24 millones, y en enero de 2003 a un Gabriel Batistuta en declive y que dejó el club en junio habiendo marcado dos goles.
La lista podría ser interminable. Antes de que el Calciopoli apoyase la eclosión del Inter en 2006, Massimo Moratti había invertido cerca de 900 millones de euros en un centenar largo de fichajes. Futbolistas que le ridiculizaron después triunfando con otros clubes y otros, muchos, que lo hicieron también por su nula trascendencia. Como Morfeo, como Gilberto (que dos años antes de su llegada jugaba a fútbol sala en el Alcantarilla de Murcia), como Gresko, Georgatos, Okan Buruk, Serena, Centofani, Macellari, Zé Elias, Camara, Farinós, Van der Meyde…
Curiosamente, desde que Mourinho dejó el club en el verano de 2010, el Inter ha regresado al pasado de forma implacable. En las últimas dos temporadas y media han pasado cinco entrenadores por su banquillo y la gestión en fichajes y traspasos recuerda peligrosamente a los peores días de la era Moratti. Ocurrió no hace tanto con Pazzini; hay quien se sonríe viendo el rendimiento de Cassano; se echan las manos a la cabeza explicando la marcha de Sneijder; y tiemblan viendo a Balotelli con la camiseta del Milan. SuperMario o Locotelli es un joven peligrosamente abocado al fracaso que de rossonero disfrutará, probablemente, de la última gran oportunidad de su carrera. Pero echando una mirada a los precedentes no es extraño que un sudor frío recorra la espalda de cualquier aficionado del Inter y que a Massimo Moratti el miedo se le descubra en el rostro.
Entre todos los fiascos, negocios ruinosos y demás que pueblan la presencia de Massimo Moratti al frente del club, destaca por su particularidad el de Nwankwo Kanu, que también tuvo que dejar el club para triunfar en Inglaterra pero cuyo agradecimiento al empresario italiano es eterno. El delantero nigeriano fichó por el Inter, procedente del Ajax, en julio de 1996, un mes antes de cumplir los 20 años y tras ganar el oro olímpico en Atlanta. Llegó un año antes que Ronaldo con un coste cercano a los 4 millones de euros (por el brasileño el club desembolsaría 28 en 1997) y era considerado un delantero descomunal. Antes de debutar, ya firmado, se le diagnosticó una enfermedad cardíaca que ponía su carrera al borde del abandono. Y Moratti, lejos de rescindirle a las bravas el contrato, decidió correr con todos los gastos de su tratamiento, que desembocaron en el reemplazo de una válvula aórtica. Kanu reapareció a la siguiente temporada y con un rendimiento gris fue traspasado finalmente al Arsenal, donde triunfó plenamente, en enero de 1999 por 6 millones de euros. El desgarbado delantero nigeriano podría considerarse un caso más en la locura de este Inter, pero su nombre es especial en toda la historia.
* Jordi Blanco es periodista. En la web: notas-de-un-forofo.blogspot.com.es
– Fotos: Reuters – Inter Milan – Giuseppe Cacace (AFP)
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