«¡No te veo ni las tetas! ¡Sube más, coño!»; «¡Fuera del agua, hostias!»; «¿Así crees que irás a algún sitio?»; «Estás gorda, sí. ¿No lo ves tú misma?». Frases de este tipo, y más duras, y menos. Entrenamientos sobrenaturales de ocho, nueve y hasta diez horas diarias. Noches pensando en el abandono, en dejarlo todo para, a la mañana siguiente, volver a lanzarse al agua. Lloros, gritos, ánimos, frío, soledad, música, coreografías, agua. Y más agua. Y más… Deporte. Pero no cualquiera. Ese que llaman de alta competición llevado al límite y con unos resultados tan alucinantes, tan maravillosos, tan espectaculares, que durante mucho tiempo dejaron oculta esa realidad diaria. La del trabajo sordo, silencioso y mudo pero constante que condujo en apenas una década a la natación sincronizada española a lo más alto del mundo. A codearse con las marcianas rusas y sumar medallas como quien colecciona cromos.
Nada es gratis. Y nadie dijo que fuera fácil. La marcha, ahora, de Andrea Fuentes cierra el círculo virtuoso, que no vicioso, de una era inolvidable. Le tocará a una magnífica Ona Carbonell liderar esta nueva etapa que se inicia con tanta ilusión como dudas y que, desgraciadamente, comienza con el pie cambiado. Desde que el 6 de septiembre de 2012 Fernando Carpena, presidente de la Real Federación Española de Natación, anunció la destitución de Anna Tarrés, la sincro se ha convertido en tema de recurrente conversación. Aquellos que apenas le prestaban atención cuando llegaban unos Juegos Olímpicos o unos Campeonatos del Mundo, esperando más la foto de la medalla que las imágenes dentro del agua, pasaron a convertirse en especialistas del asunto. Y en todo el embrollo, en todo el espectáculo mediático que han montado, el deporte ha quedado en segundo plano.
Entre todo ello, y amparándose en este adiós de Fuentes, el ventilador ha regresado con fuerza. Nada mejor que utilizar la figura de la líder espiritual de toda esta historia para darse publicidad y lanzar proclamas que por incendiarias no son menos falsas ni hirientes. Hablar de ‘solteros y casados‘, poner en duda la entrega de las chicas y descalificar tanto el trabajo del nuevo equipo de seleccionadoras como deslizar que en el CAR, hoy, no se practica la alta competición no sólo es una mentira interesada y que a nadie favorece, sino que, más aún, es una vergonzosa carga de profundidad no ya contra las ‘sucesoras’ de Anna Tarrés, sino directamente contra esas nadadoras, chicas que cuanto menos llevan diez años de sacrificios inhumanos y que no merecen, ni por asomo, que personas ajenas a su mundo pongan en duda su entrega.
A todo esto se ha llegado en cinco meses de vértigo. Si en la presentación de la nueva seleccionadora del equipo nacional, Esther Jaumà, primó más el morbo que la información, si durante los meses posteriores la exseleccionadora Anna Tarrés fue catapultada al primer plano a base de acusaciones alucinantes que pretendieron presentarla como un demonio de siete cabezas, el adiós de Andrea Fuentes ha acabado por cerrar, sin llave, la caja de los truenos. Porque la ya retirada Andrew se despidió dejando no pocos recados que por desapercibidos ni son inciertos ni son menos preocupantes. Habló de «desmotivación», que es una palabra que asusta. «El deporte es un gran cohesionador social. Debe unir y no veo aquí la esencia del deporte», dijo la ya exnadadora, que remató su discurso con una acusación estudiadamente sutil: «Los proyectos tienen que salir de la ilusión y no de la venganza. ¿Qué necesidad tenemos de politizar tanto el deporte? Nos falta autocrítica y empatía».
Atrás quedan para ella miles de horas de entrenos y esfuerzos. Desde aquella 15ª posición en el campeonato de figuras alevín en Granollers en junio de 1994 hasta la medalla de plata olímpica en el Dúo en Londres, Andrea vivió por y para la sincro. Amparada y exigida por todas las entrenadoras que tuvo y llevada a lo alto por Anna Tarrés, quien en una de tantas decisiones a contracorriente no hizo caso de un informe que apuntaba su inconsistencia mental para llevársela al Campeonato de Europa absoluto de Bari, en junio de 2001. Guiños del destino, una semana antes de aquel estreno, una niña llamada Ona Carbonell debutaba en un campeonato de España alevín en Las Palmas, quedando 13ª en figuras y ganando su primera medalla, de plata, con el equipo del CN Kallipolis, la esencia de este deporte en España. Aunque haya a quien, parece, le cueste aceptarlo.
Si pudiera considerarse hasta cierto punto normal que en las palabras de Fuentes no apareciera ni por asomo el nombre del presidente de la Federación, es chocante, por decirlo suavemente, que la nadadora más laureada de la historia no tuviera ni una palabra para el nuevo equipo técnico que esta al frente de la selección absoluta. Se refirió con lógico cariño a sus ya excompañeras, a todos los servicios del CAR de Sant Cugat y a nadadoras que estuvieron con ella en este largo camino, pero fue Anna Tarrés quien recibió el mejor de los elogios. No hacían falta discursos emotivos, con un simple «me enseñaste a dejar huella, a tener una marca propia y creamos estilo» se le entendió todo.
Desde que en 1997 Tarrés tomó el mando de la natación sincronizada española, su forma de trabajar, la que ahora lleva meses en entredicho por las autoridades, provocó que este deporte dejase de ser un simple baile a lo Escuela de sirenas para convertirse en algo muy grande. Emprendedora, luchadora, ambiciosa sin límites, creativa e innovadora, la exseleccionadora logró, a la sombra de los éxitos, convertir al equipo nacional en un grupo cerrado, al margen de todo y de todos. ¿Había que pasar por el aro? Por supuesto. No son pocas las chicas que se quedaron por el camino. Muchas y muy buenas, algunas que podrían haber conquistado la gloria y decidieron apearse del tren y otras que se bajaron, o las bajó ella, del tren en marcha. Varias de ellas le pasaron factura a la sombra de Carpena a través de una carta abierta que descubrió al mundo el lado oscuro de los éxitos. El de los gritos y las reprimendas, el de las amenazas y castigos que, oh, pusieron los pelos de punta a todos aquellos que solo habían girado sus ojos hacia la sincro cuando veían la bandera española en un podio.
Cuando en 2008 Fernando Carpena ganó las elecciones a la presidencia de la Federación Española a Lluis Bestit, la posición de Tarrés dejó de ser intocable en Madrid. Su apoyo al candidato derrotado le hizo perder en los despachos el poder absoluto que mantuvo al borde de la piscina. Ella seguía pidiendo, seguía exigiendo, seguía gestionando todo lo relacionado con sus chicas y su carácter era el de siempre. Pero se sabía en una posición cada vez más débil. Probablemente lo intuía pero lo mantuvo encerrado para sí misma. Puede que supiera que su final no podía ser muy diferente al que fue finalmente y que, como el Cruyff del Barça en 1996, saldría de allí en globo. Y vaya si lo hizo.
Hoy Anna Tarrés ejerce de madre y ha regresado a los orígenes en Can Caralleu. Arropada, querida y respetada (y temida, porque hay cosas que no cambian) es el ojo que todo lo ve en el Club Natació Kallipolis. Aquí exige a las júniors y allá anima a las alevines; ahora corrige a las infantiles y después idea un cambio en el equipo alevín. A las entrenadoras (varias de ellas la sufrieron como nadadoras), cuando la ven, les entra un sudor frío esperando a ver qué dice, qué decide, qué aconseja. Pero con la tranquilidad de la lejanía de la exigencia absoluta, sin los nervios de esos resultados que saltarán a las páginas de los periódicos o a las pantallas de la televisión, el trabajo que sigue repitiéndose en la ladera del Tibidabo es el de toda la vida. Esas niñas, como las de Granollers, Canoe, Las Palmas, Valladolid o Sevilla, serán mañana las que tomen el relevo de Ona, de Marga, Paula, Clara, Irene, Cristina y demás que un día lejano se fijaban en aquella Gemma Mengual que puso a la sincro en el primer plano.
Lo triste, como deslizó Andrea Fuentes, es que en lo alto de la pirámide haya estallado una guerra de egos que se lo ha llevado todo por delante y ha colocado a este deporte en un plano mediático que nunca mereció. Esa palabra, desmotivación, no solo asusta, sino que es una amenaza tan grande como grande fue lo logrado en el pasado reciente.
Ahora sigue el trabajo oscuro. Con diferente metodología y con nuevas esperanzas. Falta por ver si el resultado valida la decisión de un presidente que, queriéndolo o sin querer, ha puesto en entredicho muchas cosas.
Quien esté libre de pecado, que lance la primera piedra.
* Jordi Blanco es periodista. En la web: notas-de-un-forofo.blogspot.com.es
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