Vivimos expectantes de una Liga en la que dos púgiles disputan el mismo combate desde hace diez años. Probablemente diferentes entre sí, pero el ojo humano se ha acostumbrado a visualizar los mismos colores (blanco y azulgrana) moviéndose por el ring, lo cual ha restado emoción al espectáculo. Sus recursos económicos y técnicos, el impacto de su imagen en un cartel y, en algunas ocasiones, sus resultados así lo han querido.
Mientras tanto, atento a lo que acontecía desde más allá de nuestras fronteras, un rebelde argentino decidió regresar a casa para poner orden dentro y fuera de ella. En diciembre de 2011 se instaló en la residencia Atlético, con sede en Madrid, y desde el principio fue claro y conciso: “Sé la exigencia que tiene el Atlético. No me asusta, me entusiasma como todas las situaciones que generan desafíos. Ésta es una más. Aquí estamos para recuperar un poco de lo que siempre tuvimos”. Con ése poco por el que siempre se caracterizaron se refirió a la fortaleza, agresividad, espíritu guerrillero y contragolpe; sin embargo, no se trataba de un discurso novedoso pues antes de Simeone ya lo intentaron Manzano, por dos veces, Javier Aguirre, Abel Resino y Quique Sánchez Flores entre otros.
Todos ellos aportaron su granito de arena y tuvieron éxitos puntuales. A destacar: vuelta a la Champions League en 2008 tras quince años de ausencia (descenso incluido), conquista de la Europa League, Supercopa de Europa y final de Copa del Rey en 2010. No obstante, a pesar de un avance paulatino pero sin pausa en su regreso a los combates, la inestabilidad de una insatisfecha y excesivamente ambiciosa directiva sumado y un turbio entorno se empeñaron en retrasarlo, hecho que minaba la moral con de un aspirante de grandes dotes pero de voluble mentalidad.
Gregorio Manzano cometió la osadía de aceptar el reto de entrenar y traer de vuelta al aspirante en dos ocasiones. Sabedor de la alta exigencia a la que tanto él como su pupilo se vieron sometidos, decidió analizar las variables externas que podían influir en el rendimiento del púgil. Su conclusión, en una charla junto al periodista Orfeo Suárez para su libro «Palabra de Entrenador», fue la siguiente:
“Llegué al mismo lugar siete años después de la primera vez y me encontré al equipo en idéntico puesto en el que lo clasificamos: séptimo. Es cierto, por ello, que en ese tiempo disputó la Champions, pero no se consolidó. En cualquier caso, es necesario realizar un esfuerzo por jerarquizarlo, por aclarar los roles. Que hablen de fútbol quienes tienen que hacerlo y de economía, o política del club, lo mismo. En confundirse, en tomar caminos distintos es donde está el peligro. El Atlético tiene grandes trofeos en sus vitrinas, por supuesto, pero hemos de ser conscientes de la distancia a la que están Barcelona y Madrid. Decir que es posible competir con ellos en objetivos y calidad es crear una ilusión negativa. Ni por dimensión ni por sueldos. Hay que fijar una estructura y saber explicarla. El Atlético debe crecer en torno a futbolistas jóvenes y de calidad, con mucha motivación por abrirse camino, siempre desde el respeto a la historia y a la idiosincrasia del club. La cantera es también crucial para un futuro complicado económicamente. Hambre, calidad y pertenencia son las claves. Todo ello sin olvidar a las estrellas pero sin confundir la estrella con la base. Eso sería al revés”.
Un proyecto relativamente claro, unos objetivos reales, confianza en la figura del entrenador y estabilidad en la plantilla son las claves de las que ha carecido el club durante casi tres lustros.
Objetivos irreales: tras el ascenso, el club se obsesionó en situarse de nuevo entre los grandes del país. Pasar de la nada al todo de forma precipitada. El mensaje que se vendía, tratando de ser positivo, no pudo ser más engañoso y, por ende, perjudicial. Incapaces de saber cuál era su techo, Europa League primero, y la Champions después, fueron considerados obligatorios para un equipo que poco antes jugaba en la categoría inferior. Ilusión frente a realidad. Centrarse en los enfrentamientos ante Barça o Madrid mientras se olvidaba que su Liga no era ésa, sino la de equipos con menor aspiración. Fruto de esa ceguera, los objetivos no se cumplían y las cabezas rodaban hacia el Manzanares.
Mínima confianza: desde el ascenso hasta Simeone, el banquillo ha sido ocupado por diez entrenadores diferentes. Aragonés, Manzano, Ferrando, Bianchi, Murcia, Aguirre, Resino, Denia y Flores, pasando de nuevo por Manzano y llegando, finalmente, hasta Diego Pablo Simeone. Es decir, un entrenador por año de media. Diez maneras de ver el fútbol, diez preferencias diferentes en cuanto a jugadores solicitados a la directiva. Diez proyectos nuevos o continuistas frenados de raíz por unos cuantos resultados negativos, básicos para la consecución de cualquier proyecto. Sin fracaso no hay éxito. Cada maestrillo tiene su librillo, pero éstos han de ser comunes a los intereses de la entidad.
Rotación de plantilla: La llegada de un nuevo entrenador supuso una revolución anual en el proyecto. Una vez elegido al director, toca seleccionar a los músicos y adecuarlos para lograr formar una orquesta coral. En cambio, tanto lavado de cara borró su propia imagen, por lo que a los jugadores obviamente les fue imposible saber qué buscaban de ellos y su rendimiento fue irregular. Si enlazaban dos victorias seguidas, Europa era la aspiración. De golpe, dos derrotas consecutivas ante rivales de teórica menor entidad y el pesimismo, abucheos y gritos de dimisión se apoderaban del Vicente Calderón. Jugadores insultados, invasiones durante el entrenamiento y, lo más importante, deseo de los mismos de abandonar el club en busca de títulos y huyendo de la sensación de crispación diaria.
Una vez recapitulados los antecedentes, regreso a la actualidad. El equipo muestra una imagen completamente distinta debido a haber sabido corregir los errores del pasado. Hoy en día, el entrenador, el equipo, la directiva y la afición tienen perfectamente claro que el objetivo es ir “partido a partido”. Partiendo de esa premisa conseguirán saber dónde se encuentran. Los resultados han acompañado y la confianza en el técnico es ciega, tanto por los seguidores como por los rivales. Simeone manda y el resto escucha. La plantilla ha variado respecto a su llegada pero la base sigue vigente. Después se han incorporado y recuperado viejas piezas que engranaban mejor de lo que se pensaba. Se ha recuperado el valor de la cantera, llegando algunas de sus figuras a la selección española. Las estrellas, aunque siempre hay alguna excepción, ahora quieren permanecer en el club y la filosofía de juego está más decidida que nunca: intensidad colectiva, líneas juntas y organizadas, presión incesante y contragolpe voraz.
Por todo esto, mientras los dos púgiles seguían disputando el mismo combate año tras año, sin darse cuenta, han sido testigos de cómo un aspirante se ha colado entre ellos, discutiendo su hegemonía, provocando dudas en su interior y gritando orgulloso: “¡Ya estoy aquí!«. España y Europa, asombrados, observan al Atlético, el otro rival a batir, mientras los rojiblancos sólo miran hacia ellos mismos, hacia sus objetivos. Se sienten más cómodos sin centrar la atención mediática. Porque las cosas bien hechas, bien parecen.
* Esteban Carrasco
– Fotos: Atlético de Madrid
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