«Yo sé quién soy –respondió don Quijote–, y sé que puedo ser no sólo lo que he dicho, sino todos los doce Pares de Francia, y aun todos los nueve de la Fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí hicieron, se aventajarán las mías».
Parte 1, Capítulo 5. Don Quijote, Miguel de Cervantes
Si juntamos emotividad, con sensibilidad al drama y a la euforia, fidelidad a un sentir que no se sabe en dónde nace y capacidad para disfrutar lo máximo con lo mínimo, sin duda estaremos ante un atlético, un colchonero. La gran pregunta, papá, ¿por qué somos del Atleti?, no se responde con argumentos lógicos, se responde con una mirada limpia y un encogimiento de hombros que indica que el origen de las pasiones no tiene un proceso definido, surgen, se expanden en el espíritu personal de cada uno y se enraizan en el ADN que posteriormente se traspasará a la generación venidera.
Ser atlético es un estigma y un privilegio a la vez, vivir las sensaciones entre la tribu dentro del Calderón es pertenecer a una logia universal en la que sus partícipes no necesitan de la palabra, la mirada y la reacción al rojiblanco dan fe de su origen futbolístico.
Por eso, jugar en el Atleti o entrenar al Atleti no es tarea fácil. No todos pueden vivir la profesión de manejar las riendas de tal responsabilidad. Por eso, muchos no alcanzan a experimentar el éxito de tal vivencia. Trabajar para el Atlético de Madrid es conocer y ser capaz de hacer surgir las emociones que alimentan el espíritu de su gente, por eso, el fútbol con toda su diversidad y todo su encanto, tiene unos parámetros definitorios que en la casa colchonera deben salir a la luz para pretender llegar a lo más alto.
Un atlético disfruta del buen juego, sabe reconocer al gran futbolista, elogia la calidad, un atlético de verdad aplaudirá una buena jugada, pero se levantará de su asiento ante la emoción que le transmite su equipo en su épica y en su entrega sin límite. El atlético vibra cuando su equipo saca desde el sudor, la clase a la que representa, el esfuerzo gratuito en pos de un objetivo, ganar con el sentimiento por delante del argumento. Quien sea capaz de gestar este sentir ganará el reconocimiento de toda la parroquia colchonera y disfrutará del mayor activo del que dispone la institución, su gente.
Así lo manifestó en su momento el hijo del mítico presidente Don Vicente Calderón:
«Mi padre, si en alguna cosa tenía fe, era en la afición del Atlético de Madrid. Él decía que el club tenía unos bienes materiales, que podían ser jugadores, que podía ser un estadio, que podían ser muchas cosas. Pero el club tenía unos bienes inmateriales, que es la afición, esta afición que esta ahí, que ha estado siempre, llueva, truene, pase lo que pase».
En la actualidad se viven días de vino y rosas en la ribera del Manzanares, el equipo vive el fútbol y su gente lo disfruta. Desde la llegada a la casa rojiblanca de Diego Pablo Simeone el 23 de diciembre de 2012, justo en la víspera de Nochebuena, la institución no ha parado de crecer.
Pero su crecimiento ha sido interior, su focalización enfermiza a la tarea, al objetivo inmediato, la obsesión por el día a día ha llevado al equipo a evolucionar de forma manifiesta en sus potencialidades deportivas, pero sobre todo en su enorme arsenal de relaciones humanas.
Diego Simeone, el Cholo, seguramente no sea el mejor entrenador del mundo, aunque ese podría ser un buen debate, pero, sin lugar a dudas, es el mejor entrenador del mundo para el Atlético de Madrid. Él, que ha vivido de jugador y ha sido inoculado con el virus colchonero, sabe mejor que nadie lo que significa defender desde el timón la nave rojiblanca. Ha entendido que el fútbol, como deporte de habilidades abiertas y lleno de posibilidades creativas, tiene un camino específico si se habla de gestionar su suerte en el Atlético de Madrid. En el Calderón quieren ver el fútbol que siempre los hizo sentir atléticos, quieren estar en vilo, sentirse vivos, mirarse y sufrir o reír, en una palabra, el fútbol es para sentirlo y Simeone ha entendido desde el primer día la oferta futbolística que tenía que presentar ante su público y la consecuencia ha sido manifiesta, la rotundidad de una aceptación sin cortapisas ungida del éxito deportivo y bendita con el éxtasis institucional.
El Atlético de Madrid de hoy es una alternativa de poder a los dos grandes, vuelve a ser lo que siempre fue, alternativa a dos poderes fácticos que tratan de polarizar el éxito del fútbol español. El Atlético de Madrid vuelve a ser esa tercera vía que propone otro fútbol distinto, alejado de la creatividad y la armonía visual de un F. C. Barcelona que ha enamorado al mundo o la implacable maquinaria blanca dispuesta a dejarte sin aire ante su acometida constante y continua de poderío futbolístico amparado en una historia mítica de grandes equipos y sentimiento de poder.
El Atleti propone volver a ser un tormento entre los grandes, un huracán de sensaciones que engloba el fútbol, pero aderezado de épica, de lucha, de necesidad de demostrar que jugando pueden igualarse con cualquiera, pero compitiendo se quedan solos. Vuelve el Atleti de los grandes momentos, aquellos ya olvidados por el paso del tiempo, que como una brisa pasajera se dejó entrever a mediados de los noventa con un doblete increíble. Vuelve el Atleti de los míticos setenta, con los mejores jugadores españoles y un Ratón Ayala que sentía dentro de sí el privilegio de formar parte de algo único, un Luiz Pereira que sonreía cada vez que te quitaba la pelota y salía jugando y provocando sudor frío a todos los que miraban su osadía y su desfachatez, un Leivinha rompedor, todo clase, todo pundonor, brasileño con aroma de madrileño de postín.
Todo ese cúmulo de sensaciones ha sido rescatado por un Cholo Simeone que ha dotado a su equipo de la garra y de la convicción, del juego y de los argumentos tácticos que al ensamblarlos con los sentimientos individuales y con la química de equipo han cocinado un plato con denominación de origen.
Todo el proceso no se ha gestado por casualidad. Se han aportado los ingredientes adecuados para gobernar una nave que afronta sus retos sin temor.
Lo primero, volver a recuperar la identidad como club, volver a definirse para posteriormente trasladar y traducir en fútbol dicho sello identificativo.
A partir de saber quiénes queremos ser se establece la selección de elementos que formarán parte del libreto atlético. Las bases sobre las que se sustenta el proyecto. El equipo es indivisible, aquel que intoxique con su ego y su individualidad el equilibrio del colectivo quedará al margen. La individualidad se respeta, dentro del entorno creado para que el equipo crezca.
La competitividad se lleva a su máxima expresión, se compite para ganarse el derecho a jugar y posteriormente se compite para ganar al rival. Queda claro desde el principio que el entrenamiento es competición y que la competición es la razón de ser de todos los que conforman el equipo.
Se adereza la exigencia con inmensas dosis de motivación, de empuje emocional, de gritos de aliento. Los profesores que acompañan al líder dotan al grupo de una pantalla protectora de energía que les permite dirigir sus esfuerzos hacia el objetivo final, la entrega sin límites y un fútbol pragmático.
Se apela desde dentro al esfuerzo individual, para crear las más altas sinergias colectivas y todo se organiza para plasmarlo estratégicamente el domingo, nada más allá.
El partido es el horizonte temporal de cada semana, la atención se centra en estar preparado física y psicológicamente, dominar las destrezas requeridas y obedecer a la estrategia marcada con la flexibilidad que regala el fútbol hoy en día, cognitividad pura en donde el jugador inteligente sabe gestionar su cometido dentro de unos parámetros globales sin que ello coarte su iniciativa.
Todo desde un mensaje sencillo, machacón, incluso populista, que eleva el espíritu colchonero desde El Cerro del Espino hacia las tabernas, los bares, la oficina, la parada del bus, en definitiva, hacia la vida cotidiana de todo aquel madrileño susceptible de ser llamado a las filas rojiblancas desde no se sabe dónde ni cuándo, pero con la capacidad bioquímica de saberse uno de ellos.
Pero todo este proceso, sencillo en apariencia, a veces incluso rudo en su presentación a los medios, supone la gestión de cualidades y calidades manifiestas. Para llevar a término los objetivos de equipo que se proponen desde dentro del vestuario colchonero se ha de disponer de jugadores que sepan vivir la exigencia de dicho vestuario y el peso de sus consecuencias.
El Atlético de Madrid no solo triunfa porque Simeone ha dado con la tecla organizativa. Sobre todo lo hace porque se han encontrado los mimbres, los jugadores adecuados para vivir desde la plenitud dicha exigencia. Y a partir de dichos jugadores y su adaptabilidad a los requerimientos propuestos, el equipo ha crecido, ha desarrollado su propio método, como bien establece Edgar Morin, ajustando sus propios recursos a la complejidad de una convivencia polarizada por la entrega sin límites, desde lo físico a lo psicológico, pasando por lo intelectual, a un objetivo definido desde la sutileza del grito aclaratorio, ¡correr y sufrir para crear y ganar!
La combinación de fuerzas entre lo sentimental de la historia rojiblanca, la emotividad de su gente y la emoción de defender una causa que homogeneiza sentimientos y cualidades ha sido casi perfecta. Hoy el Atlético de Madrid es quizá el equipo español que mejor y más claro tiene definido su estilo y el porqué de su estrategia. Sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. Además tiene la base de sustento para mantenerlo en el futuro y dispone de un activo tremendamente importante, no depende del perfil específico de nadie, cuando uno se va, el que llega iguala o mejora lo hecho por el ausente y si eso no se consigue, la interacción colectiva lo compensa con un suprarrendimiento colectivo que favorece la evolución inmediata.
Así ha sido desde la llegada de Simeone y su equipo de trabajo al equipo colchonero. Pero la llegada del equipo de trabajo argentino no puede llevarse de forma unívoca el mérito del logro. La secretaría técnica de la entidad ha sabido gestionar su cometido con brillantez y debe asumir la parte de relevancia que le corresponde. Ha tenido el acierto de encontrar lo que necesitaba en un mercado futbolístico cada vez más convulso e inflacionario. Por ello, el ensamblaje entre la oficina y el vestuario ha dado unos frutos tan notorios.
El Atlético de Madrid dispone hoy en día de uno de los mejores porteros del mundo y, sin duda, del más prometedor futuro. Thibaut Courtois es toda una garantía llena de talento que ha explotado en la portería atlética y ha regalado, pese a su juventud, un nivel de seguridad y eficacia como no se recuerda. En su prototipo de portero se percibe el talento de tantos antecesores en la historia de este puesto que han hecho de las artes del guardameta algo especial. En Courtois se ve a Iribar y su planta elegante, su saque largo con las manos y sus estiradas extraordinarias; se ven las manos enormes de un Yasin capaz de atraparlo todo sin apenas moverse, con una capacidad para entender la posición del portero, que cualquier niño que lo viese entendería el concepto de la bisectriz entre los postes; se ve además la agilidad del mejor Gordon Banks y el genio y la figura de un Reina que ilustró con su estampa las tardes de un Calderón lleno de ansias de alcanzar la gloria.
La línea defensiva compensa potencia y capacidad para iniciar el juego con criterio. Juanfran, en la derecha, representa al lateral adaptado desde posiciones más avanzadas que ha entendido las funciones que se le exigen y ha asumido la aplicación constante de lucha y esfuerzo unido a ese contenido técnico y táctico tan definido, en su haber, la experiencia adquirida en el fútbol de sufrimiento aprendido en las frías tardes vividas en Tajonar y la épica aprendida desde los principios básicos en El Sadar.
En la izquierda, la finura y el despliegue de un Filipe Luis incansable, dominador de la técnica individual y con la capacidad para desarrollar labores complejas desde el lateral. Como el mejor Marinho, despliega fuerza y elegancia unida a una eficacia especifica que lo elevan a ser uno de los mejores laterales izquierdos del momento. Olvidada su lesión y sus consecuencias, ha completado hasta el dia de hoy una trayectoria que solo tiene una vía de salida: el crecimiento hacia un éxito merecido.
De centrales, dos exponentes claros de lo que significa defender los intereses del Atlético de Madrid. Miranda, sobrio y lógico, al contrario que el mítico Luiz Pereira, desarrolla su función de central desde el pragmatismo más específico. Juega al pie si puede, no se complica asumiendo riesgos innecesarios y en el corte, en la marca y en la anticipación es un referente. Su juego, ausente de preciosismos y su actuación carente de ribetes innecesarios hace que dé cara al respetable su función se camufla entre la propia complejidad del juego, pero su aporte es extraordinariamente impactante en el resultado final de su equipo.
Como compañero de andanzas, Godín. Si lo viese jugar por primera vez, al primer ramalazo sabría que es uruguayo, se le nota, tiene todas las características de la alta escuela de centrales charrúas. Posicionalmente impecable, rudo y contundente en la activación defensiva, duro en el contacto, con la sonrisa canchera que solo otorga la viveza criolla y con la convicción de no hacer prisioneros llegado el caso. Sabe replegar para intervenir y en el cara a cara se parte el alma con quien haga falta. Su aporte es mucho más visible que el de su compañero, por defecto, los pequeños errores igualmente se hacen más perceptibles. Como pareja de centrales se complementan a la perfección, combinan juntos y en su desarrollo a balón parado son un activo de inmeso valor dada su efectividad en el área contraria.
La sala de máquinas del Atleti está compuesta por elementos que transmiten todo lo que un atlético quiere ver en su equipo. Tres canteranos se encargan de rociar con esencia rojiblanca todo lo que ocurre en el centro del campo. El primero, liderando el espíritu colchonero, Gabi, el jefe silencioso, clase y entrega a partes iguales, sabedor de que nunca en ningún sitio sentirá en el fútbol lo que percibe en su Atleti. A su lado, Mario, la joya camuflada en sudor y esfuerzo. Su trabajo es impecable en lo defensivo y creativo en lo ofensivo, sin necesidad de alentar el barroquismo, sabedor de que el pase se hace, el regate se ejecuta, para proceder a una acción posterior de mayor calado táctico. Junto a ellos, la gran revelación del club, Koke, internacional, criado desde niño en la inmensa, por volumen, y prolífica, por resultado, cantera rojiblanca. Ha sabido adaptar sus aires ofensivos a una posición de entrega y lucha salpicada constantemente con sutilezas técnicas propias de jugadores de perfiles únicos.
Junto a ellos, el jenízaro guardián de la sagrada puerta de las más extraordinarias exquisiteces futbolísticas, Arda Turan. El turco, dominador del juego interior, se ha adaptado perfectamente, al igual que Koke, a los cometidos exigidos al juego por la banda. Ha entendido que la diversidad de su fútbol genera valores añadidos continuos desde la imprevisibilidad de sus acciones y se ha convertido en el generador de las mayores sinergias ofensivas que produce este equipo. Una pieza insustituible por la manera que tiene de entender el juego. Además ha conseguido un rendimiento constante y continuo dentro de un ambiente en el que se ensalza la entrega y el pundonor, ofreciendo unos niveles de compromisos físicos que lo han mejorado en sus disposiciones técnicas, dado que realiza los gestos a una velocidad impensada años atrás.
Como alternativa, Raúl García, que viviendo uno de los mejores momentos de su carrera ha conseguido hacerse un lugar de privilegio dentro de la plantilla rojiblanca y ha aprendido a desarrollar su trabajo y a implementar su enorme talento con las dosis requeridas de exigencia. A día de hoy se ha convertido en pieza clave del engranaje del club colchonero, otorgando fútbol de calidad, goles y compromiso a manos llenas.
La punta de lanza la conforman dos estiletes, cada uno con un potencial distinto pero con una realidad idéntica, el gol.
David Villa, pese a su intermitencia por las pequeñas y constantes dolencias que sufre, sigue aportando su mejor servicio, el gol, con una cantidad que iguala sus mejores registros como delantero. Además, se beneficia del clima de efervescencia del equipo, su carácter se adapta perfectamente a la realidad que vive actualmente la institución y su perfil de competidor sale revalorizado cada vez que interviene.
Diego Costa es la gran sensación de la temporada en el fútbol europeo. Después de periplos de formación en Vigo, Valladolid o Vallecas, ha encontrado en la ribera del Manzanares su lugar ideal. La propuesta futbolística, llena de exigencias físicas, de contacto, de roce, le viene como anillo al dedo al hispano brasileño, muy dado a la confrontación y al uso de artimañas que incrementan su rendimiento a la par que disminuye el de su oponente. Confundido por momentos en el concepto de viveza, transgrede la norma y ofrece instantes de marrullería impostada, innecesaria pero igualmente concluyente con su forma de jugar. En relación a su aporte, ha compensado con su figura la marcha, en principio insustituible de Falcao, quien ha aportado un fútbol de elevadísima eficacia pero que ha sido mejorado con la intervención de Costa y el aporte de Villa.
Diego Costa ha alcanzado hasta el momento el punto álgido de su carrera y ofrece en el coliseo colchonero la mejor versión de un delantero al que, de momento, le luce más lo superfluo del juego que lo realmente importante. Su juego y sus maneras ofrecen acciones e intervenciones de enorme mérito específico, con una capacidad para la definición del gol extraordinaria, dadas las formas elegidas para jugar por su entrenador.
Costa se ha beneficiado como ninguno del estilo que ha implantado Simeone, disponiendo de espacio y de la colaboración necesaria para sellar su actuación con los mejores ingredientes.
Alrededor de este potencial once se mueven jugadores complementarios que hacen del concepto equipo un ente superior, al adaptar su papel a las exigencias del contexto grupal y conocer en todo momento su función en la dinámica general del equipo.
Este ha sido el último y más destacado mérito de Simeone, dotar al equipo de la sensación de grupo. Todos saben y conocen su función artesanal, juegan en función de su talento y adaptando su potencialidades a las exigencias del colectivo, pero además han entendido cuándo asumir el papel protagonista y cómo desarrollar el papel secundario cuando toca.
El gran valor de un equipo es trabajar para mejorar a los compañeros y este es el camino que ha tomado actualmente el Atlético de Madrid.
Mientras, viven en las posiciones de privilegio en la liga. Sueñan en Europa tras eliminar al Milán y mantienen la esperanza de alzar otro título esta temporada. Sus metas, cada vez más elevadas; su discurso, simple, machacón, semana a semana.
El Atlético de Madrid es un soplo de aire fresco en el panorama competitivo del fútbol español y europeo, con la capacidad de evolucionar hacia donde sus lideres lo deseen. Hasta el momento han elegido un fútbol sin florituras, concediendo por momentos la iniciativa a muchos de sus rivales y gestionando desde la seguridad de su posicionamiento los espacios que se le presentan por delante. Legítimo, entendible y loable, dado que no han vendido otra cosa.
El Atlético de Madrid es el claro ejemplo de lo que ocurre cuando se respetan las raíces de una institución centenaria, los deseos de un público volcado con sus sentimientos futbolísticos y el arte de dirigir a un colectivo desde las bases asentadas en la experiencia pasada, en la virtud por el sentido común y en la creatividad de buscar la eficacia desde la emoción.
«Soy del Atlético de Madrid porque es el equipo que más se acerca a la realidad, a la vida»
(Juan García Hortelano. Escritor).
* Alex Couto Lago es entrenador nacional de fútbol y Máster Profesional en Fútbol. Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Santiago de Compostela.
– Fotos: Getty Images – Ángel Gutiérrez (Atlético de Madrid)
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