La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado.
Gabriel García Márquez
El seguidor joven de la Unión Deportiva Las Palmas es, en cuerpo, bastante viejo. El alma que nadie se la toque, claro. Pero la sucesión de golpes al corazón del estómago, y al otro también, que ha tenido que sufrir cualquier aficionado de entorno a los diecipico, veinte, treinta años de edad, ha sido tan cruenta como acelerada. A cada sueño, dos pesadillas. A cada ilusión, dos angustias. A cada ánimo con voz, dos gritos silenciosos y corruptos. Lo cierto es que, en la última veintena de años, la Unión Deportiva Las Palmas ha estado a punto de desaparecer hasta en dos ocasiones. Una U. D. y muchísimas amenazas. En la última veintena de años, el equipo amarillo ha militado únicamente cinco en Primera División, sumando nueve campañas en Segunda y seis en Segunda División B.
En 1982, y tras diecinueve años consecutivos en la élite del fútbol español, consiguiendo subcampeonatos ligueros y coperos, y estableciéndose como una de las mejores canteras del país, el equipo bajó. Lo hizo el equipo y lo hizo el club, que comenzó a resquebrajarse hasta tal punto de casi desaparecer. No lo hizo, eso sí, una afición que siguió llevando un espléndido ambiente de fútbol al difunto Estadio Insular. Aquel descenso ha quedado probado, a posteriori, como un punto de inflexión negativa en la historia de la Unión Deportiva Las Palmas. Una historia magnífica que, para muchos aficionados, no existe más allá de un presente histórico lleno de sombras.
Y es que aquel que haya nacido después de 1980 apenas ha podido ver cinco temporadas a su equipo en la élite. Y eso con suerte. A un equipo del que siempre escucha decir que es histórico. Que es respetado por sus colores, por su juego y por su filosofía de cantera. Y sí, las palabras llenan, pero no más que las imágenes. Porque en el fútbol, sobre todo en el fútbol, vale más una imagen que mil palabras. Y este aficionado que tanto escucha, apenas ha visto. Entre el año 2000 y el 2002, la Unión Deportiva estuvo dos cursos seguidos en Primera. En el primero de ellos, el equipo acabó noveno y firmó partidos y resultados muy meritorios. La siguiente campaña, nadie sabe cómo aún, se descendió cuando la permanencia parecía lograda pocas semanas antes del desastroso desenlace final. Y ahí acaban los recuerdos dulces. Dulces de verdad, de esos que llenan el corazón y la cabeza. Luego hay golosinas, chucherías. Como el golazo de Nauzet Alemán a la Real Sociedad B en el playoff de ascenso a Segunda División. Aquel gol, en un desangelado Anoeta, fue una pincelada de primera en un encuentro de tercera. Algo así como la afición siempre ha sido en canchas en las que es tan duro jugar como las del Navalcarnero o Coruxo. Con todo el respeto del mundo, por supuesto, a ambos equipos.
Con dos crisis institucionales como las que ha tenido la escuadra amarilla, el aficionado joven del club cogía los motivos para soñar con pinzas. Con más pinzas que una información positiva sobre algún político. Con más miedo, sin duda, que aquel que cogía sobres de Bárcenas. Sin embargo, llegó Sergio Lobera y todo cambió. Bueno, quizá esto es una pequeña mentira; su llegada no supuso un efecto tan inmediato. Lobera llegó manifestando mucho. Pero los predicadores no siempre son bien recibidos en el desierto. Sabe uno que muchos discursos son tan fieles como mortales. Los resultados iniciales no acompañaron y no se tardó mucho en escuchar a la prensa especular con su destitución. Los hubo que jamás dudaron. Pero dudo mucho que no dudaran, déjenme esta licencia, por el motivo verdadero.
Sergio Lobera es un hombre sin dogmas. Con ideas, muchas y muy buenas. Con doctrinas maleables. Y eso es algo muy difícil de encontrar en el mundo del fútbol de hoy en día, donde toman a quien cambia de parecer por un mercenario, por alguien sin identidad. Empero nada tiene que ver la identidad con una mente cerrada. Lobera, cuando vio que el estilo que quería implementar no obtenía los resultados necesarios, supo cambiar para obtener frutos. Y quién sabe si cambió de casualidad, si pulsó la tecla adecuada sin querer. Lo que sí se sabe es que se atrevió a cambiar y solo por ello no puede ser denostado en ningún momento.
La Unión Deportiva Las Palmas afronta la recta final del campeonato con claras opciones de meterse en la promoción de ascenso. Huele esto a ascensos pasados. A ascensos de nuestros padres. Son ellos los que nos han dicho que, en otro tiempo, el equipo triunfaba y mandaba por los campos de España. Que se ascendió un momento para quedarse para siempre. O eso parecía en aquel entonces. La promoción, tan mágica y cruel como la vida misma, es el objetivo de este equipo. El ascenso directo está a 7 puntos (en el momento en el que se escriben estas líneas tras el choque ante el Almería) y, aunque matemáticamente sigue siendo posible, no parece adecuado pensar en ello sin antes haber asegurado la promoción.
¡Pero cómo no van a pensar en ello! El ascenso, sea como fuera que se diese, sería un dulce muy sabroso. Ya saboreado, pero no con la misma intensidad. Porque éste sería uno con mucho más sabor. Este proyecto es mucho más sólido que el del 2000, el año del último ascenso a Primera División. Lo es, precisamente, por la experiencia adquirida tras aquel hito. Es uno con el que la gente se identifica más debido a la gran cantidad de canteranos que hay en plantilla. La gente se identifica más por el juego y por la garra que ha mostrado el equipo. Es un proyecto en el que se puede creer sin temores ni miedos. Con motivos para la duda, por supuesto, pero con la seguridad de que se dará el todo por el todo para conseguir el objetivo.
La Unión Deportiva Las Palmas está ante una oportunidad única, que hace años no tenía. El ascenso, seguro, vendría de la mano de una estabilidad ansiada por muchos. Lo de seguro va por el entorno, por los proyectos deportivos que hay en la isla, por el apoyo social y, a pesar del tira y afloja, por el apoyo político. No hablamos sólo de ascender, sino de conseguir lo que antaño se tuvo. Quizá no diecinueve temporadas consecutivas, pero sí más de dos. Suficientes como para crear recuerdos en el aficionado joven, para rejuvenecer su cuerpo y alegrar aún más su alma. Para que la memoria del corazón, como dice García Márquez, no tenga trabajo. Para que ni elimine ni magnifique.
Es una oportunidad única. Una oportunidad para que la afición joven enorgullezca a los maravillosos y desteñidos ascensos de nuestros padres. El futuro está aquí y lo pintan amarillo.
El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad.
Víctor Hugo
* Jesús Morales es periodista.
– Foto: J. Pérez Curbelo (Canarias7)
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