Como ya se avisara en la Guía Champions League del Magazine, el Juventus-Galatasaray se perfilaba como el duelo clave en el Grupo B, al menos uno de ellos, puesto que el último encuentro de esta fase, el que jugarán en Estambul, por ser el decisivo, resulta más llamativo e interesante. El Real Madrid goleó en la primera jornada, y que repitiese contra el Copenhague era lo más normal, así que turcos e italianos debían empezar a dilucidar quién acompañará dentro de unas semanas a los blancos en el sorteo de octavos de final. Entre errores de unos y otros revelados en dos de los goles, la resolución final todavía queda muy lejos.
Roberto Mancini llevaba apenas unas horas como entrenador del Galatasaray, y sin casi tiempo a pensar le ponían delante a un toro bravo bianconero. Sólo dispuso de un entrenamiento con el que va a ser su equipo las tres próximas temporadas para conocer a los jugadores y hacerles saber que el sistema utilizado por Fatih Terim iba a desaparecer desde el primer momento. El seleccionador turco utilizaba hasta hace unos días en el Galata un 4-4-2 con un rombo en el centro del campo para intentar potenciar las cualidades de Wesley Sneijder en la mediapunta, dejando como único pivote a Felipe Melo y descolgando a las bandas a Selçuk İnan y Engin Baytar, dos jugadores con mucha tendencia a irse al medio, dejando mucho espacio para los laterales, muy profundos. El sacrificado es Burak Yılmaz, que no es poco.
Mancini ha pasado a un 4-2-3-1, dejándonos a la espera de futuros compromisos para poder confirmar si será su sistema habitual en el Galatasaray o si fue un movimiento para desestabilizar el juego de la Juventus. El dibujo después de unos minutos era claro: los cuatro defensas, con Melo y Selçuk por delante, banda izquierda para Bruma, derecha para Riera y Sneijder enganchando con Drogba. El español empezó como lateral izquierdo, donde venía jugando desde hace tiempo con Terim, dejó esa posición para el capitán Balta y se fue al costado diestro. Después se cambió de banda en varias ocasiones con Bruma hasta que se fue a la ducha, mareado de tanta permuta de posición.
El caso es que le funcionó de maravilla a Mancini su nueva idea de Galatasaray. El trabajo de Sneijder sobre Pirlo evitó que el cerebro italiano recibiera cómodo, sobre todo en el primer tiempo, y los interiores de la Juve tenían muy poco espacio de maniobra. Vidal se vio obligado a bajar muchos metros para tocar la pelota e intentar sacarla jugada, mientras que Pogba estuvo desaparecido durante muchísimos minutos, demasiados para lo que nos tenía acostumbrados. Arriba jugaron Tévez y Vučinić, los habituales, a pesar del agujero en el tobillo que le dejó Ciro Immobile al Apache en el derby della Mole del domingo. No estuvo el argentino rápido y ágil, se le notaba algo mermado, pero su insistencia y coraje lo convertían en el mejor de su equipo. El montenegrino se fue lesionado cerca de la media hora, y en su lugar entró Quagliarella.
El atasco en el centro del campo de la Juve era importante. Poco movimiento de piezas, algún acercamiento de los atacantes para tocar y marcharse y continuo e inocuo desplazamiento en largo. Contra el Torino, la Juve permitió que fueran sus centrales los que sacaran la pelota, porque no jugó Pirlo, y más o menos funcionó. Con Pirlo marcado, los centrales fueron incapaces ante todo un Galatasaray de servir de enlace entre delantera y defensa. La organización turca era casi excelente, con las líneas muy juntas en todo momento, cerrando espacios para la circulación de pelota y buscando después de recuperar salir a golpear.
Pero además del evidente mérito del Galatasaray, la intensidad de la Juventus distaba mucho de lo que solía ser habitual los dos últimos años, algo que viene arrastrando desde que barrió a la Lazio tanto en la Supercoppa como en la segunda jornada de la liga italiana. En el resto de partidos, los otros seis (cinco de Serie A y uno de Champions), a la Juventus le ha faltado grinta, como dicen en Italia. No ha tenido rabia, intensidad, esa mordiente que agobia a los rivales y los avasalla hasta extenuarlos mentalmente. Suena exagerado, pero esta Juve lo ha hecho y cuesta asumir que ya no lo hace. Cuando se ha puesto por debajo en el marcador, ha atacado, tenía al Galatasaray en su área pero no por méritos propios, sino por voluntad del Galata, que ya había hecho lo que quería, marcar, y le tocaba guardar la ropa.
Esa aparente apatía hace que se cometan errores que en continua tensión son imposibles de cometer. Sirva de ejemplo ventajista el gol de Drogba. Con la necesaria competitividad y atención, Bonucci habría cedido el balón a Buffon correctamente y el arquero lo habría atrapado con tranquilidad. Pero la desatención del central dejó a Drogba entre la pelota y la media salida del portero, que tenía dos opciones: una, hacer falta, evitar el gol y ser expulsado; dos, intentar despejar limpiamente, no conseguirlo y encajar un tanto. Ocurrió lo segundo. Era Drogba y éste no falla nunca, pero hasta un delantero de tercera división habría conseguido anotar ante tan grande desacierto defensivo.
A su vez, resulta chocante la reducción exagerada de protagonismo en el juego juventino de Paul Labile Pogba. Como interior, su posición ideal, solía ser determinante en campo contrario, muy pesado en la presión al rival y una opción más que válida en el juego asociativo rápido de la Juve. En los últimos partidos en los que ha participado casi no ha influido su presencia.
El primer gol del Galatasaray bien podría entrar en este punto, pero prefiero concentrar en él los tantos de los últimos minutos del partido, más en particular el primero de la Juve y el empate de Umut Bulut.
El equipo de Mancini estaba defendiendo con mucha cabeza, un cambio muy positivo con respecto a lo que se pudo ver en Turquía contra el Real Madrid, cuando el Galatasaray fue un coladero por el que paseaban los jugadores blancos. A pesar de la lesión de Semih Kaya a la media hora, el equipo no notó el cambio por Gökhan Zan y siguió junto y prieto. Con la entrada de Amrabat al cuarto de hora de la reanudación, Mancini quería explotar el contragolpe, buscar cerrar el partido en alguna jugada aislada. Sin embargo, no logró ese objetivo y fue el extremo el que cometió el error más grande del partido del Galatasaray. Un penalti tonto, de esos que da la impresión que el árbitro no va a pitar por lo evidente que ha sido. Metió el pie ante un recorte de Quagliarella dentro del área, cuando el delantero se orientaba de espaldas a la portería, es decir, sin relativo peligro.
Tras el gol de Vidal se sucedieron los mejores diez minutos de la Juventus en los dos partidos que llevamos de Champions. Presión, intensidad, ocasiones… vamos, lo que se pide a este equipo. Y esa reacción tuvo el premio del gol de Quagliarella, aunque la mitad del tanto debería ser para el centro de Pirlo. Y de la euforia del tanto de la victoria a la desorganización defensiva en la concesión del gol del empate. Conte arriesgó con el cambio de Llorente por Bonucci. Pasó a defensa de cuatro, pero los carrileros seguían siendo largos. Después del 2-1, Isla siguió arriba, se olvidó de bajar y por su zona apareció Bulut para marcar, asistencia de Drogba mediante. Un punto que deja mal sobre todo a la Juve, que se jugará su futuro en el doble duelo contra el Real Madrid. El Galatasaray, a priori, debería superar sin demasiados apuros al Copenhague.
* Jesús Garrido es periodista.
– Foto: AP
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