1.- Aunque muchos no lo creamos posible, aunque hayamos oído rumores a los que no somos capaces de dar credibilidad porque nos resulta improbable, lo cierto es que sí, hay gente hoy en España que no ha visto el partido que han jugado Real Madrid y Borussia Dortmund. Algunos tendrían que trabajar y no podrían escaparse ni un segundo, o tendrían detrás al jefe, lo que les impedía poner el choque en el ordenador. Otros ni siquiera habrán querido verlo. Sea como fuere, voluntario o no, se enterarán de cómo quedó, sabrán que el Madrid ganó 2-0 y que se quedó a un mísero gol de jugar la final de la Copa de Europa.
2.- Les contarán que la casta blanca estuvo muy cerca de una remontada histórica ante unos alemanes que metieron el rabo entre las temblorosas patas con un Bernabéu que los llevó en volandas. Mucho me temo que a todos ellos los habrán engañado. Eso último era cierto, no podía ser menos. La parroquia blanca acompañó, como ha hecho y hará siempre, creyente hasta el final, motivada con héroes pasados exageradamente exprimidos, confiada en una gesta que nunca llega. Desfilaron por Concha Espina con el regusto amargo del casi, del a punto, pero en lo más hondo de su ser sabrán que a pesar de las apariencias finales, no se ha hecho lo que se debía.
3.- Y recordarán con rabia el desastre del Westfalenstadion, ya en la historia negra madridista, escrito con mayúsculas, que asusta más. A todos esos aficionados decepcionados y con ojos humedecidos se les ha quedado grabada la tremenda lucha de Ramos con Lewandowski, quizás principal diferencia con respecto a la ida. Les dará igual que para frenarlo haya tenido que golpear al verdugo polaco hasta cuatro veces en el rostro. Da igual, es la furia blanca, demuestra su coraje. Y aun así, ese fino delantero bien pudo acabar con la historia, otra vez, mucho antes, si hubiera tenido la mitad de acierto que jugando en su casa.
4.- Pero si olvidan la ida y centran su atención en la vuelta, llegarían a la conclusión de que algo (o unas cuantas cosas) no se hizo bien. Unos pocos revisionarán el partido, en plan masoca, para analizar por qué Xabi Alonso no ha aparecido en 180 minutos. Este año, como podía pasar en el anterior, el donostiarra no arrastra exceso de partidos. Ha reposado en numerosos encuentros intrascendentes de Liga y debía llegar en plenas condiciones a la eliminatoria decisiva. Por lo tanto, yo al menos me inclino por conceder pleno mérito a Jürgen Klopp, ideólogo de una cobertura sin marcaje al hombre que elimina a ese hombre.
5.- A partir del minuto 25, una vez las fuerzas del inicio feroz madridista decayeron, surgió la plenitud táctica del Dortmund, que desde ese minuto hasta el 83 dominó todos los aspectos del juego. El poseedor de balón blanco siempre tenía al menos dos rivales encima, tres en el caso de los hombres que caían a las bandas. La única salida para un jugador encerrado por tres hombres era el cambio de juego, donde Hummels y Subotic se convirtieron en la mejor pareja de centrales del momento. Después, una vez recuperado el balón, éste llegaba a Gündoğan para comenzar el ataque, generalmente de percusión fugaz, aunque no exento de toque y pausa si era necesario. Arriba, Lewandowski habilitaba y Reus rompía.
6.- La lesión de Götze fue uno de esos contratiempos que, sin pretenderlo, se convierten en un beneficio para el mismo equipo. Klopp fue valiente y jugó con los mismos de Dortmund, pero sin Götze; pudo introducir un interior más trabajador como Großkreutz. Con él en la banda izquierda cerró la profundidad a Di María, único cromo útil en el ataque diestro. Essien no es lateral y muchísimo menos carrilero de largo recorrido, como hubiera servido hoy. Es decir, un Marcelo en la derecha.
7.- Vale, sí, a esa gente que no vio el partido le dijeron que hubo casta. Y la hubo. Un tercio del encuentro fue casta madridista, los veinte primeros minutos y los diez últimos. Tenía que haber, por algún poro tenían que sudar ganas los blancos. Pitó Webb el inicio y fue como si los futbolistas locales hubieran oído la melodía del Séptimo de Caballería. Ritmo frenético, presión asfixiante de hasta tres o cuatro jugadores sobre el portador de balón, robo y creación de ocasiones. El Madrid de siempre de las grandes citas, pero sin gol.
8.- “Todo habría cambiado si hubiera marcado esa Higuaín”. “Habríamos remontado seguro si la mete Özil”. Frases que oiremos mucho estos días. Pues puede ser, pero no fue, para qué engañarnos. El Madrid jugó como tenía que jugar esos primeros minutos, con una intensidad sensiblemente superior a la de su rival y buena parte de culpa de ello es de Modrić, por fin importante, líder de la medular ante la inusitada intrascendencia de Alonso. El croata era una alternativa constante de pase, presionaba tras pérdida y combinaba fácilmente con Özil.
9.- Al Dortmund le costaba estirarse en esos momentos, motivado, más allá de la fuerza madridista, por la lesión de Götze y la imposición del estado de sitio de Ramos sobre Lewandowski. El Madrid tenía que intimidar a un equipo joven e inexperto y parecía estar consiguiéndolo por momentos. Un gol blanco podría haber cambiado la historia, claro. O no. Así de memoria recuerdo ir 3-0 contra el Zaragoza en el minuto 10 y 2-0 contra el Bayern al cuarto de hora, y todos sabemos que el cuento no tuvo perdices.
10.- Tras el bajón de la segunda mitad del primer tiempo, la charla en el descanso debía refrescar las motivaciones blancas, cargar las baterías alcalinas para que duraran hasta el último segundo y salir a morir al campo. Sin embargo, siguió el Borussia mandando, haciendo virar el partido grado a grado hacia la dirección que necesitaba. Hummels seguía siendo un imán para los balones largos y, a ras de suelo, Gündoğan era un tirano que gestionaba su reino a placer.
11.- Un aspecto que hacía un poquito más difícil al Madrid llegar a Wembley era que su mejor jugador, ese hombre que lleva más goles que partidos jugados de merengue, realizó su peor partido como madridista. De él se decía hace años que no era un jugador de partidos grandes, que en esos momentos se escondía, que sólo podía meterle goles al Almería o al Tenerife. Todo eso ya cambió hace mucho tiempo y no es un regreso a los orígenes lo que ha hecho desaparecer a Cristiano Ronaldo hoy. No estaba al máximo físicamente, se le notó desde que falló el primer control al inicio del partido, y fue a peor.
12.- Quedaban todavía casi cuarenta minutos por delante, contando el descuento, pero a cada segundo que pasaba se hacía más estrecho el hueco por el que tenía que colarse el Madrid para entrar en Londres. Mourinho arriesgó, falló pero estuvo a punto de obtener billete para la final. Coentrão, literalmente, no podía más a los 55 minutos de partido. Podía ser el que más corrió, un arriba y abajo continuo, sin freno, que lo quemó. Entró Kaká por él y el Madrid pasó a jugar con tres defensas. Pero más hombres arriba no garantiza mejor juego, ni siquiera más ocasiones, ni más posesión.
13.- Lo que pasó fue un atasco, tanto en el campo por la reducción de espacios del Dortmund, como mental en la gestación de ideas de los madridistas. Alonso seguía sin estar, ni se le esperaba, Modric se quedó con el cerebro seco y Özil, de nuevo en la derecha, se volvió intrascendente. Aun así, desde allí puso el balón a Benzema para empezar a remar en la barca de Caronte.
y 14.- El arrebato que provocó casi tiene recompensa. El Bernabéu se lo creyó con el gol de Ramos (asistido por un preciso Benzema), pero la realidad le desarrolló un drama cuando se esperaban una feliz comedia. Tres años y en ninguno se ha conseguido poder ver a la amiga Orejona en persona. Aires de cambio se anuncian y puede que se ejecuten. Las bases están, llegar hasta la penúltima ronda no es fácil y algo hay detrás de ese logro. A esta generación le falta dar ese maldito último paso que les permita ser grande.
* Jesús Garrido es periodista.
– Fotos: Dani Pozo y Pierre-Philippe Marcou (AFP)
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