La Roma de Rudi García da confianza. Creo que es la conclusión principal que se puede extraer de las siete victorias consecutivas giallorosse en las siete primeras jornadas del campionato italiano. No hace más de dos semanas, comentando las actuaciones de los romanistas con unos compañeros del Magazine, les aseguré que creía en este nuevo proyecto, que hay algo en ese grupo de jugadores que me insta a confiar en ellos, en su juego y en su entrenador. Habían ganado todos los partidos que se les han puesto por delante, pero tenían que visitar San Siro, y nunca es plaza fácil, más bien lo contrario. Es territorio comanche para todos los que vayan de adversarios para los locales, juegue el Milan o el Inter. Salir de allí con un empate se considera un éxito, generalmente, incluso hoy en día que sus dos propietarios están en plena crisis existencial.
Pues bien, la Roma de Rudi García completó su climax futbolístico con una exhibición en el estadio Giuseppe Meazza, de esas que se recordarán durante años y que de haber empujado un poquito más, la habrían convertido en histórica. Qué fácil es decirlo, pero la Roma ha ganado las tres últimas veces que ha jugado contra el Inter en casa nerazzurra. Dos en Serie A y otra en Coppa Italia. Una gesta complicadísima de la que han hecho costumbre. Otras temporadas eran triunfos insulsos por no servir para ganar un título, o una clasificación a una competición europea, pero esta vez sirvió para establecer el mejor arranque de temporada de la historia del calcio.
Antes de centrarnos en alabar sin tapujos el planteamiento romanista, hay que aclarar que este Inter es el conjunto más flojo de todos los de la parte alta de la Serie A, como intentamos explicar hace no demasiado. Mazzarri parece querer jugar a lo mismo que en Nápoles, es decir, al contragolpe desde una defensa férrea, pero se olvida de que no tiene las mismas piezas que disfrutaba en San Paolo. No tiene dos carrileros magníficos como Zúñiga y Maggio, sino que se tiene que apañar con un escueto defensor como Álvaro Pereira y con el esporádico Nagatomo. Carece de un líder defensivo como Cannavaro en una defensa muy joven que además contaba con la ausencia de Campagnaro. Quiere que Guarín sea su Hamsík, pero sus músculos y su contundencia distan y mucho de la elegancia y eficacia del eslovaco. Y aunque Palacio es voluntarioso y tiene gol y técnica a raudales, no es Cavani, por decirlo finamente.
La Roma está creada para ser veloz. Su estilo comulga con el Real Madrid que formó José Mourinho, y relativamente parecido a lo que hacía su víctima del sábado cuando entrenaba al Napoli. Esto es, buena actitud defensiva, líneas juntas, lanzadores extraordinarios y vertiginosos extremos para matar con alevosía en el contragolpe. Sirva de ejemplo (considero que no puede haber ejemplo mejor) el tercer gol, el de Alessandro Florenzi. Totti recibe un balón tras un saque de esquina del Inter en la frontal del área propia. Con un gesto de malabarista elimina la presión del contrario, se revuelve para mirar hacia la portería de Handanovic y cede rápido a Strootman. El holandés se lanza a una carrera de sesenta metros en conducción en la que ningún interista hace ademán de robarle el balón, por lo que cuando se aproxima al área nerazzurra, puede asistir hasta con tranquilidad para que Florenzi, escorado a la derecha, golpee de primeras raso al palo largo. Tres jugadores, galopada, gol y el Meazza en silencio por llegar al descanso con 0-3.
Las piezas de García le indican que puede desarrollar esa forma de juego, pero en otros partidos también le permiten llevar la manija, se puede adaptar a lo que le pida el rival. Como visitante que era y sin la presión que exige la búsqueda de la victoria, cedió la posesión al Inter, consciente de lo problemático que resulta a un equipo con Taïder, Cambiasso y Guarín en el medio tener que crear juego. Sin embargo, el Inter, sin mucho fútbol, sí construyó varias ocasiones de gol, y algunas de ellas muy claras. Strootman y Pjanic permitieron que Guarín y Taïder se aproximaran demasiado al área romana, y ambos ensayaron disparos desde media distancia. El argelino exigió a De Sanctis y el colombiano casi revienta el poste izquierdo. Álvarez participaba mucho, lo normal para un jugador en su posición sobre el campo, erigiéndose en el líder del Inter en ataque, pero la movilidad de Palacio le restaba una referencia clara arriba, y muchos centros tenían que rematarlos los interiores o el propio Ricky.
Un interista que saliera del Meazza después del partido tendría una sensación extrañísima. Como hemos comentado, tuvieron ocasiones, gestionaron el juego, hicieron muchas cosas bien, pero al descanso se había acabado la historia del encuentro. Tres correntazos romanistas borraron cualquier posibilidad de remontada interista. Cuando se está en un momento de gracia, todo sale, y a la Roma le funcionó hasta su primera jugada asociativa del partido. Fue un inteligente movimiento del balón en horizontal entre las piezas escalonadas del ataque. Comienza el lateral con un toque rápido para el extremo derecho, que viene en diagonal hacia el centro, movimiento simétrico al del extremo opuesto, que recibe y le deja al nueve un disparo claro desde la frontal, que Totti coloca donde le duele a un arquero.
Sin venirse abajo por el gol, acontecido poco después del cuarto de hora, el Inter siguió mandando en la posesión, en las ocasiones, no así en las sensaciones y en el marcador. Esa sensación era que el Inter estaba jugando a lo que quería la Roma, a lo que mejor le venía. Los de Mazzarri apretaban, no se rendían. Un equipo que tiene a Cambiasso nunca se rinde, eso es innegociable. Pero claro, un equipo con Álvaro Pereira es inescrutable. Los interistas reclaman y reclamarán que el penalti del Palito fue fuera del área, y es posible. Lo que es innegable es que Gervinho se fue con una facilidad espantosa del uruguayo, que torpemente lo derribó en el área o muy cerca de ella. Para Tagliavento fue lo primero y pitó penalti. Totti aprovechó para marcar su décimocuarto gol en San Siro, que no son pocos.
Si la segunda parte empieza 3-0 para un equipo, que el otro empate, no digamos ya que gane, es un milagro, y los milagros ocurren sólo de vez en cuando. Este Inter no está para intervenciones de la Providencia. Ya le salió rana en octavos de la Europa League el año pasado contra el Tottenham (perdió 3-0 en White Hart Lane, forzó la prórroga, y acabó eliminado a pesar de ganar 4-1), el último casi milagro nerazzurro. Mazzarri, que por ahora es Sota, Caballo, Rey, hizo los mismos cambios de casi siempre. Se cargó a Pereira para meter a Icardi y pasar así a una defensa de cuatro que perdió profundidad en los costados y fe en general. El argentino tuvo una ocasión nada más entrar que si hubiera sido gol al menos habría dado emoción a una segunda parte que se hizo muy larga para el Inter, para el graderío y para todos menos para la Roma. Kovacic jugó su media hora de siempre para demostrar una vez más que le tienen que dar la hora y media completa más a menudo. Y al final, Milito entró para el arrebato, pero éste no se produjo.
La Roma no se descompuso en ningún momento. Taddei trató de hacer lo mismo que el lesionado Pjanic y Marquinho salió para buscar algún contragolpe que aumentara la ventaja. Ni siquiera sufrió la Roma cuando Balzaretti vio la segunda amarilla. Ha arribado Rudi García al parón de selecciones con pleno de victorias, veinte goles marcados y sólo uno encajado. El próximo plato es de los de llenar la barriga: Roma-Napoli en el Olímpico. Será un día perfecto para hacer oficial la candidatura giallorossa al título
* Jesús Garrido es periodista.
– Foto: SIPA
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