“No ha sido ninguna sorpresa, perder hoy era una posibilidad”. Una declaración para estudiar pronunciada por un hombre con 17 Grand Slam a las espaldas. La temporada de Roger Federer, medida por el cristal de las vitrinas, desprende luz por sus tres títulos atrapados y un instinto competitivo que no entiende de edades o cansancio. Si giramos el espejo, bajo la lupa de las grandes citas y rivalidades, el suizo sale señalado por un suspenso notorio en Melbourne y un par de ‘no presentados’ sobre la superficie más lenta del planeta. La balanza, de momento, equilibra los dos platos, compensando ambos lados mientras descubre los puntos fuertes del suizo al borde de cumplir los 34 años. Pero también sus vergüenzas. Debilidades para nada reprochables pero sí dispuestas a debatir y asimilar. La más reciente se vincula con la tierra batida, un territorio que parece haber sacado bandera negra cada vez que el helvético se presenta ante ella.
Con apenas 24 horas en suelo español, Federer se presentaba en las pistas exteriores de la Caja Mágica sabiendo que, dentro de otras 24 horas, le tocaría batallar en la Caja Mágica ante la mayor promesa del futuro que el tenis guarda bajo llave. Nick Kyrgios, finalista en Estoril dos días antes, superaba a Daniel Gimeno-Traver en su partido de primera ronda y confirmaba su buen momento de forma sobre arcilla, un terreno que ya poco tiene de desconocido para el australiano. Se esperaba igualdad, la hubo, se deseaba emoción, dos tazas, y se antojaba drama. Como dice el refrán, no hay dos sin tres. Las pelotas de partido se regalaron sin sudar, como si nadie quisiera llevarse el partido, como si nadie estuviera preparado. Desde la línea de saque, los servicios pasaban de dominadores a dominados en cuestión de segundos, dejando que el tie-break decidiera el devenir de la batalla. Disparó primero el suizo, gastando una bala que, sin embargo, no sirvió para ganar el duelo. “Fue una gran decepción. Ahora volveré a mi casa con mi mujer y mis cuatro hijos. Sobre Roma no preguntéis, no tengo ni idea”.
Desde la temporada 2006 en Cincinnati que no sufría el de Basilea una derrota ante una raqueta tan joven. En aquella ocasión un adolescente de 18 años nacido en Dunblane le apeó en los dieciseisavos de final (7-5, 6-4) presentando un frescura que, con el paso de los años, se vería convertida en torneos de Grand Slam. Lo que hizo Kyrgios el miércoles (6-7, 7-6, 7-6) vuela lejos del término frescura y se acerca peligrosamente al de insolencia. Sin miedo, sin respeto, sin leer el letrero del jugador que tenía enfrente, el de Canberra firmó la mejor victoria de su carrera –admitido por él mismo en rueda de prensa– y afianzó su candidatura como uno de los talentos más precoces desde la época de Rafa Nadal. Manos arriba, ojos cerrados y objetivo cumplido. Gesto de agradecimiento al público y un pasito más cerca de la cima. Como ocurrió en Wimbledon cuando el número uno del mundo se cruzó en su camino, el oceánico dejó a un lado la estadística y propuso una guerra donde la ambición decantase la moneda, un convite en el que pocos hombres pueden igualarle.
Sin embargo, la derrota es excusable por varias razones. El torneo recién nacido de Estambul proclamaba campeón a Roger Federer en pleno atardecer del pasado domingo, obligando al suizo a realizar un viaje exprés hacia su hogar –debido al primer aniversario de sus gemelos– y un segundo vuelo a la capital de España sin apenas tiempo para preparar el torneo. Al cansancio obvio y a la nula adaptación de la pista hay que sumarle un rival indeseable en primera ronda y unas condiciones que, pese a toda la altura que quieran subrayar, no es plato de buen gusto para el helvético. “¿Y el rodaje en Turquía?”. Para mí, ese torneo sirvió más para señalar a Roger que para ensalzarle: Nieminen (71º), Dani Gimeno (62º), Schwartzman (63º) y Cuevas (23º) fueron las piedras de un camino que parecía dulce y a punto estuvo de volverse indigesto. No faltaron los sustos en ninguna ronda, evidenciando la poco determinación y, sobre todo, la escasa superioridad que puede llegar a imponer el ex número uno del mundo en este tipo de superficie. Independientemente del rival.
Los más tribuneros sacarán una gran experiencia de Estambul y un fracaso de Madrid. Si nos fijamos en las sensaciones, quizá Estambul haya servido para destapar las mayores debilidades de Roger y, sin embargo, Madrid haya servido para demostrar lo mucho que es capaz de arañar el suizo pese a arrancar una carrera sin apenas calentar. A lomos de una única arma, el talento. El sueño de levantar de nuevo un Grand Slam de sigue sonando en su cabeza y el calendario ya apunta hacia la segunda estación más emblemática del circuito, Roland Garros. Allí donde Gulbis le despidió el último mes de junio en octavos de final, hecho más que suficiente para desplazarle este curso en las quinielas más allá de los tres principales candidatos (Nishikori ya es tercero). Todos saben que el polvo de ladrillo nunca fue plato de buen gusto, obstáculo que lo admite el propio Roger, encaminado a reducir sus participaciones en tierra batida según va soplando velas. Los que se llevaron un chasco en Melbourne Park ya empiezan a mentalizarse de que un tropiezo en París puede ser parte del guión.
Pocos hombres han conseguido en la historia rendir majestuosamente sobre todas las plazas del tour, sea cual sea el suelo que pisan. Uno de ellos, nadie lo duda, ha sido el de Basilea. Un mentalidad todoterreno que, de no ser por Rafael Nadal, quizá tendría muchos más Grand Slam, pero menos prestigio en su leyenda. Su derecha no corre igual, su saque no es tan peligroso e incluso sus voleas indican porcentajes negativos, consecuencias que provocan la tierra batida sobre el suizo. Nada nuevo en la oficina. En activo desde 1998 y, con todos los grandes títulos en su maleta, aminorar sus participaciones sobre arena es solo una estrategia para compensar en otros lugares, una táctica tan respetable como productiva. Hace unas semanas apunté que Rafa Nadal deberá aferrarse a la arcilla para prolongar su idilio con el éxito; Roger, tendrá que renunciar a una tercera parte de los puertos para optar a triunfos en el resto de los mares. Tierra prometida para unos, arenas movedizas para otros.
* Fernando Murciego es periodista.
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