"El éxito se mide por el número de ojos que brillan a tu alrededor". Benjamin Zander
Lunes, 26 de Junio de 1978. Buenos Aires. Seis de la tarde. Argentina vive en una burbuja tras el histórico triunfo en el Mundial concluido ayer. Argentina es un clamor albiceleste. Infinitos papelitos de colores inundan el país. Media tarde en la capital. Recepción a la prensa. Casi toda local, pues la internacional ha ido desfilando de vuelta a casa. Ahí están Enric Bañeres, jefe de deportes del diario Tele-Express de Barcelona, y un jovencito de pocos años, apenas 23, responsable de Mundo Diario. Nos acercamos por si cae la breva de que nos atienda el almirante Carlos Alberto Lacoste, el hombre fuerte del comité organizador que ha gastado diez veces más de lo presupuestado; o quizás el prometedor Julio Humberto Grondona, apenas director financiero de la federación argentina (AFA) y que apunta a futura estrella de la dirigencia mundial.
Ruido de canapés y refrigerios. Y aquí que aparece nada menos que la cúpula en pleno de la Junta Militar: el teniente general Jorge Rafael Videla, presidente de facto; el almirante Emilio Eduardo Massera; y el comandante general de la Fuerza Aérea, Orlando Ramón Agosti. Es una escena inesperada. Inimaginable. Probablemente improbable. Dos periodistas de la lejana España frente a los lúgubres generales golpistas. Glups y tres veces glups. Tragas saliva y decides lanzarte. Al fin y al cabo, sólo tienes 23 años, eres un inconsciente, aún crees que Cruyff ha boicoteado el Mundial como protesta contra estos sanguinarios asesinos que tienes delante. Así que ¿por qué no?
– Pregunta: “¿Qué valoración hace de las protestas internacionales contra la violación de los derechos humanos en Argentina?”.
– Respuesta: “Es una conjura internacional”, responde Videla sin mover un músculo.
– Pregunta: “¿Y qué opina de que Johan Cruyff no haya querido participar en el Mundial?”
El brazo poderoso de un guardaespaldas agarra en ese momento al periodista del cuello y le dice: “Joven, usted ya ha preguntado demasiado”, mientras la comitiva militar, claramente enfadada, se va a otra parte del salón.
El periodista mayor y maduro lo tiene claro. Coge al jovencito por el brazo y desaparecen ambos a toda prisa por las frías calles de Buenos Aires persiguiendo la luz de las farolas, intentando no caer en zonas oscuras, rápido, rápido, no sea que nos estén siguiendo y…
Una estupidez, lo sé, convertida hoy en una batallita a contar. Hoy, que ha muerto Videla, uno de estos generales tenebrosos que practicaron el terrorismo de Estado y dejaron como herencia un reguero de víctimas, no puedo más que recordar la brusca conversación con aquellos dictadores y el agradecimiento al periodista maduro que me sacó de aquel nido de víboras.
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