“El juego no sólo es aprendizaje de tal o cual técnica, de tal o cual aptitud, de tal o cual saber-hacer. El juego es un aprendizaje de la naturaleza misma de la vida que está en juego con el azar”
Edgar Morin
Enseñar a jugar para aprender a ganar. La planificación estratégica de toda escuela de fútbol debe partir de esta premisa: el juego se aprende, se ejecuta y se contrasta con las dificultades impuestas por un rival. El proceso de aprendizaje parte de un dominio de destrezas individuales acorde a la edad de inicio y la posterior interacción con los compañeros con los que uno se va a relacionar a través de la pelota. Con los años, como en cualquier centro de enseñanza, se irán afilando esas destrezas a través de la exigencia, de la creación de una memoria y un mapa neuronal específico para cada jugador, que le permitirá reconocer las situaciones e ir aplicando las inteligencias debidas en función de los requerimientos exigidos. Dominar el cuerpo con la complicación de gestionar un elemento extraño, el balón, dominar un espacio en el que uno ha de desplazarse, dominar un área en la que uno debe percibir el juego, entenderse a uno mismo para posteriormente entender a los demás, comprender la lógica de un juego ilógico sabiendo afrontar una superioridad numérica o posicional o las decisiones que tomar en función de los diferentes objetivos individuales, grupales y colectivos, de equipo. Todo ello a través del juego, todo ello con el juego como aliciente.
Competir será un concepto que irá incorporándose de forma paulatina, entendiendo que el fútbol, como deporte de habilidades abiertas y de confrontación directa, es algo a lo que uno está abocado como jugador y como equipo. Pero la competencia entendida como parte intrínseca del aprendizaje y no como objetivo en sí mismo. Porque, como dijimos, primero se aprende a jugar para, posteriormente, entender la importancia de ganar.
La inteligencia corporal y cinética, la inteligencia visual y espacial, la inteligencia interpersonal e intrapersonal, la inteligencia lógica, esas que son indispensables para entender el fútbol como deporte. Ahí es en donde se debe poner ahínco para que el jugador pueda usar su técnica, aplicar los conceptos decisionales adecuados para implementar una táctica y saber comprender el entorno en el que se mueve. Compartir el logro y el fracaso y compartir la solidaridad del esfuerzo.
Aprender a jugar con las dificultades y complejidades del juego en función de la edad y la capacidad de entender el todo diverso en el que uno se ha de desarrollar. Y aprender a expresarse, desde el punto de vista lingüístico, emocional y como equipo. Todo esto resultará necesario para competir cuando llegue el momento de hacerlo en toda su extensión. Si queremos futbolistas profesionales, debemos darles una formación profesional, partiendo de parámetros identificables que les permitan resolver todos y cada uno de los retos del juego desde la excelencia.
Puede hacerse y debe hacerse. De ahí que necesitemos diferenciar desde el primer momento al formador, aquel que ha de facilitar el aprendizaje, del entrenador, aquel que ha de facilitar los contextos adecuados para la competición al máximo de exigencia.
Es determinante para cualquier estructura deportiva centrada en la gestión del talento en deportes colectivos entender la diferencia entre formar y entrenar, quiénes han de estar destinados a la labor docente del deporte, en este caso enseñar en todo su amplio marco a jugar al fútbol, y aquellos llamados a utilizar los recursos aprendidos para competir y buscar la máxima rentabilidad colectiva de los aportes individuales cohesionados en torno a una estrategia común.
Un formador tiene un temario que aplicar, necesita ir entregando conceptos que a medida que van siendo asimilados abren nuevas vías de crecimiento en las que el jugador se zambulle para interpretar el juego. La competitividad es una parte ineludible del juego fútbol y una parte determinante del deporte fútbol, pero el joven futbolista en formación necesita ir entendiendo, en base a su aprendizaje, cómo, cuándo y por qué se le requieren ciertas destrezas, aptitudes y actitudes a la hora de enfrentarse al juego en conjunto con el resto de compañeros del equipo.
Es ahí donde el buen formador aporta todo el contenido de conceptos, preceptos y acciones a los que el jugador tratará de dar respuesta. La formación es una búsqueda constante de respuestas en torno a las mil variables que inciden en el juego. El formador ayuda a encontrarlas a través de una aplicación adecuada de la técnica adaptada a un contexto, el que el propio juego va ofreciendo de manera constante y distinta en cada momento, el formador ayudará a buscar soluciones a situaciones en las que el jugador siente y debe facilitar el entendimiento de ese sentimiento dando sentido al espacio, al tiempo, a la prisa, la precipitación o la pausa. El formador ha de regular, cual termostato, la emoción a través de la que el jugador vive el juego para que esta emoción no lo turbe o no lo incomode, sino todo lo contrario, lo ayude a explorar caminos más atrevidos. Un formador que no motive es un tronco hueco.
El formador facilita la aplicación artesana del gesto, la utilización correcta del elemento aleatorio que es la pelota, en función del rival, del tiempo de ejecución, del lugar en el que se ha de ejecutar y del objetivo u objetivos buscados. Las respuestas han de venir dadas por el alumno, y lo importante es la cantidad y calidad de las respuestas recibidas, que redundarán en el resultado final del proceso competitivo y no al revés, que a través de una ejecución concreta se busque un rendimiento determinado para alcanzar un resultado previsto. El resultado es un premio porque las respuestas individuales de cada jugador, su intuición y su ejercicio de entrega derivado de la propia dinámica del ejercicio de aprendizaje le permitirá generar una plusvalía. La suma de plusvalías y la cohesión inherente al propio proceso de jugar juntos, orientados y no dirigidos, es lo que determinará un valor final que se verá reflejado en contraste con un rival.
Lo importante es la resolución de todas las acciones y las consecuencias finales en el proceso directo de interacción y aprendizaje al que se ven abocados todos los alumnos de un equipo. El resultado final es intrascendente, sobre todo en las primeras edades. La importancia del resultado ha de ser inversamente proporcional a la edad del iniciado. Cuanto más joven, menor trascendencia en el puntaje y mayor trascendencia en la evolución e interacción del proceso de aprendizaje.
Por eso, al formador no se le puede medir por los puntos, los goles o el resultado en relación al contrario. Al formador se le ha de valorar y fiscalizar en función de una auditoría interna, definiendo cómo ha logrado inculcar los valores técnicos y específicos del deporte, cómo han adaptado sus facultades físicas y condicionales a la exigencia creativa del juego, cómo se ha evolucionado cognitivamente en torno a todas las incertidumbres generadas por el propio proceso evolutivo del juego y cómo ha sido el feedback en relación al jugador, al club, a la dirección deportiva y a todos los agentes externos que tienen relación directa con los jugadores.
En cambio, un entrenador es otra cosa. Un entrenador prepara para competir. El entrenador tiene en la victoria su razón de ser, porque es aquel que planifica, organiza y dirige para estructurar procedimientos que permitan incrementar la probabilidad de victoria, en función de las particularidades, aptitudes y actitudes de los jugadores ya formados que tiene a su disposición. Un entrenador prepara a futbolistas que ya conocen el oficio, jugadores que tienen respuestas que ofrecer y un bagaje útil que aportar. El entrenador es quien, a partir de una estrategia y un estilo, dota de posibilidades concretas a un equipo que ha de buscar la victoria partiendo de restricciones estructurales determinadas, es decir, restricciones que marcan un camino determinado dentro de los múltiples caminos que se pueden elegir. Y esos caminos son elegidos porque representan la mejor manera para alcanzar la victoria, debido a que facilitan la expresión de las virtudes y fortalezas de un equipo cohesionado, estructurado y unido en base a un objetivo estratégico predeterminado.
La táctica, la aplicación directa del plan estratégico frente a un rival en el momento del juego, no es consecuencia de una improvisación o del ejercicio intuitivo de un colectivo que aporta sus intuiciones individuales para ganar. La táctica es la aplicación de medidas que se adaptan perfectamente a la representación del plan en función de la oposición recibida, del estímulo creado a la hora de definir nuestro estilo y de la propia cultura que tenga o no tenga el club que juega.
Por lo tanto, un entrenador ha de definir procesos de entrenamiento en los que sus pupilos puedan asimilar y pulir los procedimientos que aplican en los partidos. Procesos de mejora en los que se ha de tener en cuenta al rival con el que se compite, las exigencias y requerimientos que nos obligará a hacer, y además se ha de considerar nuestro propio sentido del juego colectivo en función de los aportes de las partes que confluyen en dicho equipo (nuevamente el holismo se deja sentir).
Una organización deportiva que tenga clara la diferencia entre formador y entrenador no cometerá errores de asignación de funciones porque estará incorporando cada fase de su proceso de organización estratégica a quienes corresponde. El resultado final será que podrá definir sus dos estructuras y dotar de liderazgo a ambas para organizarlas en base a criterios que les permitan evolucionar en el tiempo.
Si una organización deportiva se equivoca y otorga a los chicos en formación a un entrenador, no garantizará que los jugadores reciban la formación en tiempo y forma y tampoco la asimilación conceptual sobre la que se asentará su toma de decisiones y su capacidad de entender el entorno en el que se ha de desenvolver. Por el contrario, si proporciona a jugadores ya formados un profesor de fútbol, un formador, habrá equivocado el objetivo porque el equipo estructurado en base a futbolistas con los conocimientos adquiridos no centrará su objetivo principal en la competitividad y en la búsqueda de la maximización de su logro a través del contraste con el rival y el ejercicio de un liderazgo útil y adecuado.
Si alguna vez nos preguntamos por qué nuestro fútbol base no funciona, quizás debamos mirar quién es el responsable de asignar los puestos y definir quién enseña. Si nuestro equipo principal no funciona, deberemos auditar de forma clara el papel y el perfil del estratega para definir si es la estrategia y su aplicación, unidas a su liderazgo, lo que es susceptible de ser analizado.
Si un equipo con estructura de fútbol base no es capaz de nutrirse de jugadores formados dentro de su propia escuela y sí consigue competitividad en chicos de otros lugares, deberá valorar y validar su proceso, sus profesores y directores y, además, someter a juicio al máximo responsable de la primera plantilla para ver por qué los jugadores enseñados por ellos mismos no son capaces de dar el nivel necesario para competir en el escalón más alto.
Aprender a jugar, competir, formar y adiestrar son conceptos básicos que se han de tener en cuenta a la hora de definir la política de un club. Su ausencia o su confusión por definición solo traen un resultado, el fracaso. Su acierto en la determinación y adecuación dentro de la estructura nos acercan al éxito, aunque no lo asegure al cien por cien. El éxito es todo aquello que supera nuestra expectativa. Y dependiendo de esta estaremos más cerca o más lejos de los objetivos.
Lo que es indiscutible es que se necesita un tiempo de reflexión a la hora de sentarse a valorar qué queremos ser como club, como institución y como organismo deportivo y cultural. Y si además estamos ligados de forma ineludible al espíritu de una ciudad que nos otorga su divisa, debemos hacerlo con la obligación de satisfacer sus ansias de verse representados en lo que nosotros aportamos.
“Fútbol es fútbol”, decía don Vujadin Boskov, y además es una representación del arte popular y del sentir de sus gentes, amplió Joao Saldanha. Cuidemos la forma para disponer de un fondo claro y cristalino.
“El hombre es un animal que juega”
Charles Lamb
* Álex Couto Lago es entrenador nacional de fútbol y Máster Profesional en Fútbol. Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Santiago de Compostela. Autor del libro “Las grandes escuelas de fútbol moderno” (Ed. Fútbol del Libro).
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