Admito tener predilección por aquellos centrocampistas de gran trascendencia en los propósitos colectivos. Tengo gran inclinación hacia esos que sostienen el cuero para que los demás vayan descifrando el sustento del juego: espacio, tiempo y, con esto, circunstancias habilitadas para tomar decisiones congruentes.
Por eso admiro a Andrea Pirlo. En él se percibe de manera muy cristalina la templanza del que sabe jugar, del que libera la determinación de los que están jugando con él, provocando así el crecimiento de sus cualidades. Es una gozada verle haciéndose obvio, en el instante adecuado y por el lugar apropiado, ante el inminente pase de los cuatro camaradas de la línea de fondo, así como observarle mientras se desliza para garantizar el pase atrás de cualquier integrante ubicado por delante de él.
Su particular perfil enriquece, porque depende en gran medida de su intelecto, esa transformación cultural que se está produciendo en el fútbol italiano. El balompié transalpino se despierta de un mal sueño, un letargo asentado en un estilo basado en la interrupción y que ahora busca crear.
Una pena, justo en el momento en el que pasaron esos años de bonanza donde a nadie se le ocurrió juntar en el campo, por ejemplo, a Totti, Del Piero y Pirlo.
Era el tiempo de los entrenadores que trataban de eclipsar cualquier idea nacida fuera de sus limitativos cerebros. En esa pasada década, muchos alineadores italianos conseguían en un juego relacional eludir las vinculaciones de mayor significado. Todo lo reducían a hacinar en las inmediaciones del área propia a casi todos los elementos alineados, dejando por delante de ellos, preferentemente bien alejado, al superviviente atacante que debía arreglárselas, con la única compañía de su talento, para ganar el partido de turno.
Una dinámica básica que deja un aviso a los pragmáticos: con esta fórmula llevan varios años sin ganar nada. Y es que, ¿hay algo más práctico que poner a jugar juntos a los buenos?
Afortunadamente, y ante esa predisposición a elaborar interacciones de consumo inmediato, entre la borrasca, siempre encontrábamos la resistente brisa del juego de Andrea. Ante la notificación de un fútbol decapitado, siempre surgía la propaganda del juego bien pensado del de Brescia.
Ahora que parece asomar en el calcio un estilo cuya estructura goza de mayor flexibilidad, que abandona las obligaciones restrictivas marcadas desde la pizarra o desde esos modernos inventos tecnológicos, aparatos al servicio de la vanidad del entrenador y no siempre al servicio del juego, este sugerente pasador desafía a los mediocentros contemporáneos a través de comprender que hacer para los demás es la mejor forma de dignificar lo que uno realiza.
La naturaleza lo debilitó para que se dedicara a fortalecer los recursos del resto. Esculpe la estructura a la que pertenece con el cincel del pase aprovechable, lucrativo para el que lo recibe pues podrá seguir interviniendo rentablemente.
El quid de la esencia conceptual de la Juventus de Turín, tiene la habilidad de mantenerse tremendamente estable en situaciones de caos desfavorable y de ser trascendentalmente caótico en las coyunturas de desordenada estabilidad. Es de los pocos depuradores de juego contaminado que quedan.
Cuando el jugar desorientado deja aislados, él reprograma por medio de esa variabilidad para pasar que evita certezas perceptivas en los adversarios. Es un reformista que recompone coordinaciones alteradas por ausencia de sincronía, de incompatibilidad formal entre lo que unos y otros materializan.
A diferencia de la mayoría de organizadores, él si comprende la necesidad de pautar la aceleración hasta hacerla trascendente utilizando para ello la demora. Las concepciones integradoras parten de su encéfalo, la doctrina de sus contactos con la pelota se encarga de llevar de acampada a todos sus compañeros a campo contrario. Elimina la cantidad haciendo aparecer la cualidad en esa red autoorganizadora de elementos interconectados e interdependientes llamada equipo de fútbol.
Su renovada juventud coincide con la mudanza ideológica del calcio, esos nuevos modelos de comportamiento donde el centrocampista es feliz, a pesar de que seguramente habrá quienes lo justifiquen por una mejor preparación física o la utilización de la cámara de hipoxia.
Larga vida al genuino inspirador de las intenciones de la Vecchia Signora.
* Óscar Cano es entrenador de fútbol y autor de los libros “El Modelo de juego del FC Barcelona” y “El juego de posición del FC Barcelona” (MC Sports Ediciones).
– Fotos: AFP
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