Alves: naturaleza aprehendida

por el 5 abril, 2013 • 11:33

Todo individuo nace con un código de secuencias preprogramadas que el propio paso del tiempo y las experiencias sufridas acaban por afianzar o modificar paulatinamente. La naturaleza del individuo tiene amplios matices que invitan a pensar que en parte es aprehendida, pero los hechos, cuando la realidad ahoga, demuestran que normalmente acaba triunfando el instinto. A una sola carta se apuesta todo al rojo en base a la jugada que dominas, que no necesariamente ha de ser la ganadora. Más de cinco años en los que la competición ha ido modelando su comportamiento más impulsivo y en los que la reeducación del formador Guardiola le han bastado para convertirse en el dueño, amo y señor del carril del ‘2’ en el Camp Nou, en particular, y del fútbol mundial, en general. Pasado este tiempo todavía sigue viva parte de la llama que enamoró, mientras que, paradójicamente, late todavía la ceniza de las pulsiones. Sí, quien se esconde bajo su propia lógica irracional es Dani Alves.

El brasileño que llega a España es puro nervio, electricidad desmedida e irrefrenable en su hacer. A aquel Sevilla de Juande Ramos le gustaba dominar con balón, pero se deshacía con la contemplación de espacios en el horizonte. Ahí, Alves volaba. La banda derecha de Nervión quedó para siempre tocada con su marcha y seguro que Navas sueña con el aliento del brasileño sobre su dorsal cada vez que éste le sobrepasaba por fuera. Juande sabía lo que tenía entre manos, y aquella primigenia versión de Alves era más que suficiente para todo lo que el colectivo necesitaba en ataque y para dotar al conjunto andaluz de una intensidad obligada para recuperar el balón y mantener esa presión alta ante ciertos rivales en algunos compases de determinados encuentros. Los problemas a su espalda eran ya vox populi entre los ataques rivales, pero en su haber con el fútbol él siempre podrá echarle en cara que aportó más de lo que restó.

En ese Sevilla de hermosa anarquía posicional todo parecía fluir de manera espontánea y era fácil ver a Alves pisar el área continuamente. Bien fuera ocupando la horizontal de la misma como hombre que llegaba a la segunda línea para probar suerte con su buen disparo desde media distancia o incluso finalizando jugadas mano a mano con el portero a las que acudía rompiendo desde atrás y definiendo como el más hábil ariete.

Su mayor cuota anotadora (5 goles) llega de la mano de la primera madurez que experimenta en el curso 2006/07. Tras el legado de principios que deja en herencia Caparrós tras su marcha, aparece la sombra de Juande Ramos para darle una vuelta a todo, hacer evolucionar el sistema y hacer que Sevilla fuera cuna de arte y reconocimientos a nivel europeo. En la ciudad cambiaron el cajón flamenco por el calor de la samba. Pura velocidad y una de las mejores transiciones de aquel campeonato. Los mapas de calor, tan de moda en la actualidad, deberían de quemar con sólo mirarlos. Ahí entró Alves, que aún siendo el mismo que llegó desde Bahía ya era un pilar más que importante dentro de un vestuario con líderes como Javi Navarro, Maresca, Poulsen, Luis Fabiano o Kanouté. A sus 24 años ya tenía entidad y su vitrina empezaba a brillar. Europa y el mundo ya habían oído hablar de aquel chaval de cortes de pelo algo excéntricos. Y se lo rifaban.

El Chelsea, el Real Madrid… pero el termómetro acabaría por reventarlo el Barcelona de un imberbe Guardiola. Cerca de 33 millones dieron la razón a una apuesta que parecía, a priori, arriesgada. Esa cantidad era una de las más ingentes sumas de dinero que se habían consumado nunca por el fichaje de un defensa. El tiempo acabó por darle la razón a un Guardiola que ya sabía lo que iba a proponerle al brasileño; y para este fin, éste parecía imprescindible.

El propio Cruyff, en su identidad, reveló una de las claves sobre las que todo adquiriría sentido meses después: el orden. El técnico holandés siempre señaló dentro de sus esquemas a los defensas como entes imprescindibles para desarrollar su idea de juego. La primera línea debía estar formada por individuos que jugaran bien la pelota, pues si la salida era limpia, podías jugar bien, y entonces se obtendría ese equilibrio tan necesario. Si por el contrario perdías muchas y en posiciones conflictivas, llegaría el desorden y el peligro.

El trabajo que se iba a tener que hacer con Alves en pro de conquistar esa idea iba a ser de laboratorio y paciencia. No obstante, aglutinaba una premisa imprescindible para llevar a cabo uno de los principios que el manual de estilo de Guardiola comparte con el de Bielsa: “Quiero estar siempre en campo de ellos, recuperar el balón lo más cerca posible de la portería contraria para poder generar las mayores posibilidades de acciones ofensivas”, que bien recoge la obra de Matias Manna Paradigma Guardiola. Dicha acción a Alves y a su gran motor interno se lo permitían.

La actualización en el sistema del ‘2’ funcionó. Ya no quería frecuentar los espacios que le hicieron desbordar sus instintos en Sevilla casi como último definidor o como frecuentador del área desde carriles interiores; aunque algún gol anotó en semejantes escenarios, ya no era cuestión suya. La reeducación le llevó a dar más profundidad por fuera que por dentro, y eso en un equipo cuyo ADN histórico se caracteriza por dar protagonismo a los extremos. Alves aprendió a ser feliz en esa demarcación fija e incluso cuando la concentración le permitía, respondió en defensa. Además, en su primer año, formó sociedad con un Messi que aún no tenía en su DNI la categoría de falso 9.

Alves, que se había alejado del aroma del Pizjuán por conquistar esos grandes amores de película, encontró en Barcelona justo lo que él quería: reconocimiento, títulos y una progresión que le disparó hacia cotas insospechadas. Seguía disparando alguna que otra duda en defensa, sobre todo a su espalda y en acciones a balón parado. Una circunstancia que no sucedía desde la otra orilla del río: Abidal no es de los que solía conceder. Pero no era muy importante. En un equipo cuya defensa se basaba en mantener el balón atacando de manera ordenada, una pérdida no solía acarrearle mucho compromiso, pues la recuperación se producía a los pocos segundos de procederse. Equilibrio.

Los propios defensas iniciando el ataque y olvidándose de destruir. Parecía el clima perfecto para que germinara el definitivo Alves. Aquel que comprendió el sistema y era capaz de rendir de ‘2’ y hasta sorprender como extremo en aquella genialidad táctica con la que Guardiola se consagró en el Santiago Bernabéu. Por encima de todo, el jugador había hecho suya la idea del entrenador confiriendo sentido a un modelo estable.

Más de doscientos partidos como blaugrana. Liga, Champions, Supercopas, Mundialitos… la involución.

Pero recientemente, revisando el encuentro que midió a Brasil e Italia, volví a reencontrarme con el Alves de los impulsos. Ese que prácticamente había sido erradicado del Camp Nou. En un pico de forma más que notable, el brasileño cogía el balón, rompía líneas con él y se atrevía a pisar el área. No me hubiera resultado tan novedoso si todo ello hubiera acontecido por fuera, pero es que el ‘2’ de la canarinha atacaba por dentro. Favorecía al desorden y rompía con cualquier tipo de esquema preconcebido, regresando a los orígenes.

Sus primeros cuarenta y cinco minutos fueron un auténtico despropósito que sirvieron para dar vida a un Balotelli que aprendió a respirar a su espalda. El jugador del Milan supo leer perfectamente los errores de Alves para sonreír.

Es curioso que en plena madurez como jugador, el otro día, en dicho encuentro, diera síntomas de novato. Incapaz de leer cuándo subir la banda y cuándo esperar, malas coberturas, precipitación, exceso de conducción… ¿Hubo evolución? ¿Se adaptó a las nuevas circunstancias? ¿O ha regresado hacia sus orígenes radicalizándolos?

Una pieza que encajaba casi a la perfección en el primer sistema de Guardiola, pero al que empezó a consumir en aquella defensa de tres y delantera de hasta cuatro hombres en la que todo se finalizaba por dentro. La necesidad que tenía Pep de evitar que todos encontraran la llave que abría su derrota acabó por desencajarle.

La marcha del técnico de Santpedor descubrió en ciertos momentos de la temporada a el Barça de los vientos, el que permitía un intercambio de golpes directos con el rival. Ahí se rompen dos de los principios de la anterior propuesta: la presión y el orden. Dos factores que, unidos, facilitaban la rápida recuperación del esférico para volver a empezar superando línea a línea.

Ahí aparecía rompiendo Alves. Ahora tienen que correr hacia atrás en muchos casos, con lo que se acentúan sus mayores miedos y debilidades. El Shaarawy, Piti o el propio Cristiano Ronaldo han dado cuento de ello en el último mes de competición. La verticalidad pareció romper con el mito de la posesión inerte y alumbrar un juego de mayor eficacia goleadora pero también de una mayor concesión defensiva. Pero no porque la primera línea fuera de peor nivel, sino porque al atacar de esa manera había más sitio para la precipitación y por ende, al desequilibrio.

El Barça que corre más, deja sus líneas más separadas, y como consecuencia lo sufre la defensa y, especialmente, Alves. No obstante, durante el último mes y medio, sólo el Rayo Vallecano le exigió en defensa de otra manera, ya que la mayoría de rivales optaron por esperar atrás, y eso a su vez conlleva que el equipo volviera gozar de posesiones más lentas y presiones posicionales tras perdida. Sólo entonces, Alves parece respirar dentro del colectivo.

Si además, ante esos rivales, que siguen siendo el 90 % de los que enfrentan partidos contra el Barça, el jugador atraviesa un buen momento físico, su aportación es más que una mera anécdota, un huracán. Y es que uno y uno no siempre son dos pero ante el PSG, en la ida de los cuartos de final, ésta ecuación vio despejada la incógnita en favor del brasileño.

El regreso de Vilanova a los banquillos sirvió para retomar parte de las ideas que la vuelta ante el Milan habían manifestado como claves para que el equipo pudiera pasar la eliminatoria. La principal afectaba al ‘2’, a Alves. Con un tridente formado por Villa, Messi y el archicriticado Alexis, la participación de los laterales, en especial del derecho, se antojaba de vital importancia para dar sentido al rol del ’10’ argentino en busca de dar continuidad a una forma que busca encontrar acomodo al gol de área, es decir, a Villa, y hacer flotar a Messi por detrás del asturiano. Casi libre.

El sibilino arrastre que efectúa Messi hacia dentro perdería todo el sentido e incluso serviría de atasco en plena zona central si no fuera por el oxígeno que sigue sabiendo imprimir un Alves que, concentrado y ordenado, sigue demostrando ser el lateral más completo del que dispone la plantilla para esa orilla del campo.

Ante el equipo de Ancelotti encontró toda una vía de escape por la derecha como consecuencia de la poca exigencia demostrada por un Maxwell que apenas traspasó la línea divisoria en un par de ocasiones y de un Pastore que en defensa reculaba hacia dentro para intentar achicar agua ayudando a Beckham y Matuidi. ¿El resultado? Alves tenía metros para subir y… bajar.

Para lo segundo siempre fue más perezoso y en alguna transición liderada a vuelo de crucero por el comandante Moura se volvió a ver que en el área de influencia del brasileño existía un vacío enorme. Bueno vacío, vacío, tampoco. Parte del sueldo del brasileño debería de donarlo a biberones para el hijo de Piqué. El central sale a las coberturas como un hermano mayor y ahí lo siente, pero sobre todo lo sufre. Su inteligencia táctica es un arma de corrección masiva, pero su rigidez de cintura le hace perder más de un envite cuando se aleja de los dominios de su reino a campo abierto y en concreto hacia el lateral.

No obstante, y a pesar de algún desajuste ocasionado tras pérdida, el partido de Alves resultó bastante cómodo. Pues desde el equilibrio de su posición, y estando Alba tan condicionado por el sector derecho (Jallet-Moura), se atrevió a no forzar un embudo interior que hubiera podido generar en combustión. Incluso cerrando un córner lejos de la frontal, y tras una serie de rechaces, cogió el balón y dibujó una asistencia con el exterior de su bota que prácticamente hacía pensar en el esguince de rodilla, pero no. Plasticidad indómita.

Tras el parón de selecciones, donde volvió a saborear el desenfreno de una noche loca sobre el terreno de juego, parece que ha vuelto a reconducir sus principios lejos de la anarquía posicional y el todo vale.

Con contrato hasta 2015, con la profundidad de Alba en el otro lateral, con un Montoya pisando fuerte desde el banquillo, unido a la polivalencia de Adriano, no sería de extrañar que este verano volvieran a sonar con fuerza los rumores de un posible traspaso a un gigante de Europa en busca de su último gran contrato.

Hasta esa fecha podremos seguir disfrutando del jugador que aprendió del fútbol esas lecciones que nunca supieron cómo hacerle olvidar sus instintos más naturales.

* Fernando Sosa es periodista.


– Foto: Ara




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