Cuando llegó al Barça procedente del Sevilla, Dani Alves andaba enfurruñado porque Paco Seirul.lo no le permitía mantener su pauta tradicional de realizar varias series de 150 metros tras el entrenamiento de los martes. El lateral brasileño se había acostumbrado en el Sevilla a este tipo de trabajo anaeróbico y tenía la certeza de que su excelente condición física dependía de ello. Sin las series de 150 temía ser incapaz de subir y bajar la banda varias decenas de veces por partido. Pero en la metodología implantada por Seirul.lo (Microciclos Estructurados), la misma que mamaron entre otros Lorenzo Buenaventura (Bayern) o Rafel Pol (Barça), no hay lugar para esa carga de trabajo.
Alves pasó los primeros meses refunfuñando porque pensaba que perdería resistencia y, con ella, su mejor virtud. Pronto comprendió que no solo no la perdía, sino que mejoraba con el tipo de entrenamiento de Seirul.lo. Y desde entonces, sus carreras por la banda (y por el resto del campo) hicieron de Alves un número uno en su posición. Los entrenadores, sin embargo, siempre le pedían que corriera menos. ¿Por qué razón? Porque su exuberancia física le conducía al desorden. Corría demasiado y por demasiadas zonas. En ocasiones, esta enorme capacidad jugaba a favor y le permitía dar el pase de gol, o directamente hacer el gol, o corregir una flaqueza defensiva. Pero en otros muchos casos, tanta exuberancia generó el caos propio.
Tras algunas temporadas teñidas por la irregularidad, Alves inició el curso actual con la misma dinámica, es decir, intentando desarrollar toda su plenitud física, derrochando energía arriba y abajo. El planteamiento inicial de Luis Enrique llevó al brasileño a ser lateral y extremo al mismo tiempo, con lo que corría como siempre pero también acumulaba los errores. Con las modificaciones realizadas por el entrenador a partir de enero, Alves juega desde entonces en una zona más reducida, con un recorrido más corto que le exige correr muchos menos metros, con lo que juega mejor, es más eficaz y el equipo sale ganando.
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