Ray Allen se marchó de Boston por desamor. La ruptura del equilibrio de poderes del Big Three, que había dado un anillo en 2008 y un brillante subcampeonato en 2010, dejó a Allen como vértice débil del triángulo. El tiempo llevó a Doc Rivers a dedicar más balón y responsabilidades a Avery Bradley y sobre todo a Rajon Rondo, cuya exponencial progresión le había hecho devorador de posesiones por inercia natural y por mandato del técnico. “La gente puede achacar a Rondo la decisión de Ray de salir -y hubo un desencuentro, no lo niego-, pero fue más culpa mía que de Rajon”, declaraba Rivers, completando la teoría más popular, la de la pelea entre el base y el alero, con la cuestión del cambio de roles, en ejercicio de honestidad poco frecuente en el deporte de élite. En efecto, al final de la temporada 2012 Allen se sintió menospreciado y decidió no renovar. Boston le ofreció condiciones a la altura de su legado céltico y de su edad, dos años por razón de 12 millones de dólares totales, amén de la famosa cláusula para vetar traspasos, pero no se trataba de dinero, sino de amor. “No me he ido de los Celtics por enfrentamientos con nadie, simplemente me di cuenta que aquí me querían más y por eso estoy feliz con la decisión que he hecho”. Aunque le ofreciera la mitad de oro Miami Heat parecía un destino excelente para el jugador de California, pues le brindaba estima y posibilidades deportivas muy atractivas. Paul Pierce lo encajó con deportividad, aunque no escatimó melancolía ni algún reproche: “Yo pensaba que Ray, Kevin y yo podríamos retirarnos juntos. Me sorprendió mucho su marcha a Miami, pero Ray es un adulto que ha tomado la mejor decisión para él y su familia. De irse a algún sitio me hubiese gustado que se hubiese marchado a los Clippers… pero se ha marchado a un rival del Este”. Por su parte, Kevin Garnett no sería tan magnánimo. Cuando Allen se acercó a saludarle en el partido inaugural de la temporada 2013 y éste le negó el saludo, quedó claro que el orgulloso verde Big Ticket había borrado el nombre de Allen de su corazón como si de su ex novia se tratara, quemadas sus cosas, proscrito su nombre. El amor siempre chirría con el albedrío.
Víctor Valdés nunca fue niño bonito en Can Barça, cosa curiosa visto su legado de copas. Sin embargo, su decisión pilló por sorpresa a casi todo el mundo, como esas crónicas de muerte anunciada que no dejan de doler por ser sabidas. Ginés Carvajal comunicó la decisión irrevocable de no renovación por parte del guardameta catalán el 17 de enero de 2013. Justo dos semanas antes, Valdés afirmaba en rueda de prensa su intención futura de probar “otros países y otros tipos de fútbol”. Por suerte o por desgracia no se ha revelado en Barcelona ningún compañero herido en su amor propio por la marcha próxima del portero, o al menos los agraviados (aún) no se han manifestado. Muy al contrario, colegas y aficionados han mostrado una actitud de cariño y comprensión hacia el portero, que nunca ha gozado del amor total que sí han tenido compañeros del alma como Xavi o Iniesta. Cuando Valdés salió al campo, su campo, frente a Osasuna el pasado domingo, lo hizo como siempre y era una tarde cualquier aunque flotara en el aire el morbo de ver cómo lo recibiría la grada. Llegado el momento hubo unánime dedo pulgar hacia arriba del respetable, aunque no surgiera espontáneamente ningún abrazo de masas que intentara ganar la reconsideración de Valdés, pues el aficionado culé es derrotista por naturaleza, y no va detrás de la chica que ya dijo buenas noches y está entrando en el taxi. Cabe la posibilidad de que sea una decisión inoportuna o precipitada, o que esconda cualquier tipo de estrategia oblicua; se especulará con cualquier cosa hasta el final, pero en todo caso, es un acto de personalidad intransferible. Lo fácil era quedarse pese a todos los pesares. Alguien que se va pudiendo prolongar legislatura es generalmente un osado, sobre todo en un país donde todo el mundo se atornilla a su asiento hasta las últimas consecuencias. El portero de París, París, París, que le saca una a Henry, una a Ljungberg y otra a Henry, merece más que cualquiera decidir a su antojo si se queda en casa o excursiona a donde sea. A Guardiola lo quiso poner todo el mundo donde más le vino a capricho, el City, el Chelsea, el Inter, Brasil; pero Pep al final se fue al Bayern por una razón muy sencilla: hizo lo que le dio la gana.
* Carlos Zumer es periodista.
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