"Hay que recordar que quienes escriben para los imbéciles siempre tienen un numeroso público de lectores". Arthur Schopenhauer
Somos los goles que marcamos. Eso debe pensar Alexis Sánchez tras el aluvión de elogios recibidos tras sus dos tantos y el hat-trick interruptus que su generosidad abortó ante el Real Valladolid. El chileno volvió a realizar un partido muy completo. Empató el encuentro con un zarpazo a la escuadra, amarró el triunfo a pase de Neymar y luego devolvió la gentileza al brasileño para cerrar el choque. Se redimió el chico maravilla ante el hincha blaugrana en el estadio y frente al televisor e incluso ante el aficionado al fútbol en general, acostumbrado, o educado, para ser más exactos, en el arte del gol, sin artificios previos ni juegos preliminares. Al grano.
Porque un gol lo cambia todo. Empaña ciertos defectos, amotina los elogios y sirve de digestivo natural para una noche atípica. El juego sin balón, el despliegue físico, la presión, el arrastre de contrarios, el ancla en el Mar de los Sargazos, la generosidad, solo parece que adquieran sentido si la pelota besa la red y el ‘9’ alza los brazos. Mentiríamos si dijéramos que Alexis es un goleador. No lo es y probablemente no lo será nunca. Llegó de Udine como estrella del Calcio y eso pareció confundir a la afición, que asoció su rol de delantero (en el Udinese jugaba en punta) al sinónimo de capocannoniere, cuando realmente ni Alexis ni el hincha sabían qué esperar de un jugador que se adentraba en la automatizada jungla del estilo blaugrana y, como otros muchos futbolistas hicieran antes que él, olvidó que un día fue cabeza de león.
Es cierto que el rendimiento de Alexis en Barcelona por momentos ha sido irregular. Incluso parece evidente que su estilo de juego encajaría mejor en otro gran club. Preso de una voluntad y deseo febril de hacerlo bien, al chileno se le apagaban las luces al pisar el área rival, con miedo a encarar, precipitándose en decisiones incorrectas y rechazando caramelos en boca de gol que habrían calmado su ansia. Acostumbrado a correr, el chileno parecía un animal enjaulado en el fútbol de toque y posición, sintiéndose más cómodo en el centro del ataque que en las bandas. La enorme influencia de Messi en todo el juego del Barcelona ha sido el principal obstáculo que ha encontrado Alexis, siempre al servicio del tirano argentino, a veces demasiado, barriendo el césped para él, buscando agua en el desierto, repartiendo flyers a los defensas para el show del diez, labor fundamental y valiosísima para que Messi goleara una y otra vez.
La lesión del rosarino el marzo pasado destapó las carencias de un equipo con síndrome de abstinencia y coincidió con los mejores minutos de la temporada del chileno. La tendencia ascendente la refrendó en el inicio del actual curso futbolístico, ya con Neymar como compañero de tridente, agitando la delantera culé y beneficiándose de la fantasía del brasileño. La ausencia de Messi libera a Alexis, más osado, atrevido, con la puerta de su jaula abierta de par en par y la portería entre ceja y ceja. Lo lógico sería que entre Messi y Neymar se repartieran las mayores cifras anotadoras del equipo, pudiendo Alexis, Pedro y demás beneficiarse de los efectos colaterales de las diabluras de los dos astros. Los cuatro goles del chileno en liga relucen en la estadística, pero es su trabajo incansable en beneficio del equipo lo que le convierte en un futbolista irrenunciable que, con confianza, puede alterar cualquier ecosistema rival y que si encima anota ya se convierte en un jugador reconocible para casi todos, lo que demuestra que somos los goles que marcamos, por mucho que a algunos nos pese.
* Sergio Pinto es periodista.
– Foto: Lluis Gene (AFP)
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