Lo vieron solo, ahora sí, a González. Queda solo como puntero derecho. Mueve en la mitad de la cancha, viene el centro, entra Poy, cabecea ¡y gol de Central!
El gol. Una de las máximas expresiones de alegría y júbilo que existe en el deporte. Desatador de pasiones, causa de muerte y resurrección, refrigerador de sueños, mar de lágrimas de ida y vuelta, embalsamador de recuerdos. Hay goles que jamás se olvidan, goles cuya sola mención nos transporta de inmediato al lugar más recóndito de nuestra memoria y nos hace volver a vivir, reproducir, en color o en blanco y negro, cada fotograma de nuestra vida ese día, ese instante, a esa hora exacta en el que dicho tanto tuvo lugar. Aldo Pedro Poy se convirtió en leyenda de Rosario Central un 19 de diciembre de 1971, a las 19:09 horas, a cientos de kilómetros de su casa, cuando en un vuelo eterno en la cancha de River, anotaba de palomita el gol del triunfo de su equipo ante Newell’s Old Boys, su eterno rival, alcanzando la inmortalidad ese día D, a la hora H, coronándose de inmediato como el ídolo máximo de la hinchada canalla. Su pasado, su presente y su futuro estarán por siempre ligados a esa hora, ese día, a ese gol.
Pase a González que avanzó sin marca por el sector derecho, el centro medido al medio del área, palomita del Aldo Pedro Poy, abajo al rincón, a la derecha de Fenoy y Central se pone en ventaja.
Así narraba Óscar Marino el tanto de Poy a Newell’s Old Boys en las semifinales del torneo Nacional, en El Monumental de Buenos Aires. La primavera daba la bienvenida a un verano que llegó de súbito, con una amalgama de colores azul y oro y el sabor del gol cuando el parietal de Poy impactaba con el esférico, que certero llegó desde la banda, para vacunar a su eterno rival y dar el pase a Rosario Central a la final del torneo, en la que derrotaría a San Lorenzo y se alzaría con el título de campeón por primera vez en su historia.
En la provincia de Santa Fé, en la parte este de Argentina, se encuentra Rosario. A 300 kilómetros de Buenos Aires, bañados por el río Paraná, los rosarinos marcan un ritmo más lento y pausado que la capital, aunque se contagian poco a poco del vértigo de su propia grandeza, siendo actualmente una de las ciudades más prósperas del país. Constituye un punto clave del Mercosur, donde la industria agropecuaria genera gran parte de la riqueza de la ciudad, que posee el complejo aceitero más importante de Argentina. Crisol de razas, se dice que sus mujeres son las más hermosas del país, y allí nacieron reconocidos e ilustres hinchas de Central como el cómico Negro Olmedo, el cantante Fito Páez, el escritor y dibujante Negro Fontanarrosa y ni más ni menos que el Che Guevara. Leo Messi, el más universal de los rosarinos, abrió los ojos por primera vez allá en Rosario hace 25 años. La misma ciudad donde el 14 de septiembre de 1945 venía al mundo Aldo Pedro Poy.
De padre argentino y madre murciana, Poy, como si de un presagio se tratara, nació a 300 metros del estadio de Central, en el barrio de Arroyito. Era un barrio de gente relacionada con el mundo ferroviario donde, en un parque cercano, el pequeño Aldo pasaba horas y horas jugando con sus amigos con una pelota de trapo. Su padre, pluriempleado, trabajaba de mecánico de barcos y se ganaba un dinero extra llevando a sus compañeros de trabajo en coche a sus casas. Aldo aprendería de ese hecho, ya que su primer automóvil se lo pagó haciendo de chófer para sus compañeros de clase. Su madre, ama de casa, abogaba por la rectitud, manteniendo la disciplina en un Aldo que no quería ni oír hablar de los libros y los deberes, pues solo pensaba en el fútbol. Desde muy niño acudía al Gigante de Arroyito a ver a Rosario Central, siempre acompañado por su padre, impregnando su espíritu de los colores azul y oro. Aldo Poy jugaba en los campeonatos de fútbol amateur, que tenían lugar en las canchas de baloncesto. Se organizaban torneos con 150 ó 200 equipos, donde acudían numerosos ojeadores de clubes de fútbol, que se hacían con las promesas emergentes. Un día, un amigo animó a Poy a ir con él a probar a Rosario Central. Con 16 años ingresaba en el que sería el primer y único equipo de fútbol de su vida, un club que según el Negro Fontanarrosa “no tiene historia, tiene mitología”.
Rosario Central es uno de los clubes más antiguos de Argentina. Fue fundado por un grupo de obreros del Ferrocarril Central argentino, que tras las duras jornadas de trabajo se reunían para jugar al fútbol y también al cricket. El 24 de diciembre de 1889 nacía el Central Argentine Railway Club, nombre anglosajón, ya que el ferrocarril, por aquel entonces, era de propiedad inglesa. En aquel tiempo solo podían formar parte del equipo los jugadores que pertenecieran a la empresa ferroviaria. La situación cambiaría en 1903, cuando se fusionaron las líneas ferroviarias Buenos Aires con Central Argentino, con gran afluencia de empleados criollos que se unieron a la práctica del fútbol, deporte de moda. A partir de ese año se permitió el ingreso a las personas que no formaban parte de la empresa ferroviaria y se rebautizó al equipo, que pasó a llamarse Rosario Central, liberándose de la tutela de los Ferrocarriles e independizándose totalmente en 1925.
El origen popular, de clase media y genuino de Central contrastaba con la gestación de su némesis y acérrimo rival, Newell’s Old Boys. El empresario inglés Isaac Newell, junto a su esposa Ana Jockinsen, fundó el Colegio Comercial Anglicano Argentino, un centro elitista laico al que no podía acceder cualquiera. Newell, a la vuelta de uno de sus viajes a Inglaterra, proporcionó al centro su primera pelota de cuero y un reglamento, combinándose el deporte con las clases. El fútbol se convertiría en la pasión de los alumnos, practicándolo día tras día. Tras la enfermedad de Isaac, su hijo Claudio continuó su legado y fundó Newell’s Old Boys, cuyo emblema es rojo (por la bandera inglesa, patria de Isaac) y negro (por la bandera alemana, país de su esposa Ana).
La rivalidad entre Central y Newell’s alcanzó su grado más significativo el día en el que un Hospital Municipal de la ciudad pidió a ambos equipos, que eran los más populares de Rosario, la participación en un partido amistoso a beneficio de los enfermos de lepra. Newell’s confirmó su asistencia, pero Rosario Central se negó a jugar. Desde ese día, los aficionados de Newell’s llamaron canallas a los de Central, respondiendo estos con el apelativo de leprosos a los hinchas rojinegros.
Aldo Poy bebió y se alimentó de toda esta rivalidad, alcanzando su sentimiento canalla cotas mayores cuando a los 16 años ingresó en las categorías inferiores de Central. Su llegada auguraba una época de éxitos. Su participación en el equipo se tradujo en la consecución de títulos, ganando el campeonato en la 4ª División, formando en 1964 uno de los mejores equipos inferiores de la historia de Central, con compañeros como Carnevali, Poncini o los mellizos González, alzándose de nuevo con el título. Debutó con el primer equipo azul y oro en 1966, con 20 años.
Sus inicios fueron difíciles en un equipo atenazado por las urgencias tras unos años intrascendentes. Poy, que llegaba con el aura de triunfador de las inferiores, conoció la dureza de los profesionales y de un entrenador que no le ponía donde debía. Habilidoso e inteligente, acostumbrado a entrar por el carril del ‘10‘, tuvo que adaptarse a jugar fuera de sitio. A ello hay que unir los intentos de Poy por imponer su técnica por encima de todas las cosas, tomando decisiones erróneas, adornándose en exceso y desesperando a la afición, que no entendía su juego y recelaba del joven jugador.
Tanto se torcieron las cosas que Aldo Poy, cuestionado, tuvo la opción de irse de Central. Pero se negó en redondo. No quería abandonar el club de sus amores por nada del mundo. Corría el año 1970 cuando fue excluido del equipo al no contar para su técnico. Los dirigentes de Los Andes, un club de la Primera División de Buenos Aires, se personaron en su casa. Poy, al tanto del asunto, le dijo a su madre que les comunicara que no estaba en el domicilio. Huyó a una de las islas bañadas por el río Paraná, la isla de Charigue, donde se refugió en la casa de unos pescadores hasta que finalizara el período de traspasos. Así se quedó Poy en Central. Momento trascendental en la historia del club rosarino, que cambió el ciclo de los acontecimientos, convirtiéndose 1971 en el año clave en la historia de Rosario Central y en la vida de Aldo Poy.
El torneo Nacional argentino estaba monopolizado por los equipos capitalinos, que además de sus grandes escuadras contaban con una escandalosa preferencia arbitral. En 1970, Central fue subcampeón del torneo ante Boca en condiciones paranormales, tras una invasión de campo que inexplicablemente no desembocó con la suspensión del partido que dio el título a los xeneizes. Al año siguiente se enfrentaban en la semifinal del torneo los dos equipos rosarinos: Central y Newell’s Old Boys. El ganador jugaría la final en Rosario, de ahí la grandísima trascendencia del encuentro, ya que el vencedor tenía todas las papeletas para proclamarse campeón. Ni canallas ni leprosos llegaron a un acuerdo sobre la sede del choque, que finalmente se disputó en el Monumental. En Rosario no se hablaba de otra cosa que no fuera el partido. En tiendas, bares, colegios, discotecas, incluso semanas antes del encuentro, no había frase que no contuviera la palabra Central o Newell’s. La ciudad se encontraba en plena combustión con los hinchas de ambos equipos preparando el viaje a la capital, con todas sus banderas, camisetas, amuletos e incluso muñecos de trapo con la camiseta de su odiado rival llenos de alfileres. Los aficionados hacían memoria para recordar cuál era su atuendo en la anterior victoria de su equipo ante el eterno rival, hacían cábalas sobre si estos o aquellos pantalones, gorro sí, gorro no, y así eternamente. En Buenos Aires se iba a librar la batalla de las batallas, sabiendo que el que resultara ganador campeonaría a la semana siguiente, por lo que toda precaución era poca.
De esa sempiterna superstición del hincha se aprovecha Roberto Fontanarrosa para armar su maravilloso relato 19 de diciembre de 1971. Con el trasfondo real del gol de Poy, el escritor nos cuenta la historia del viejo Casale, un hombre que siempre que presenció un derbi in situ en el estadio, Central se alzó con la victoria. El anciano, delicado de corazón, no puede ver el partido por prescripción médica pero unos jóvenes aficionados canallas le tienden una trampa y el viejo termina en el Monumental con la hinchada auriazul, celebrando el gol de Aldo Poy con toda la afición auriazul.
Porque ese día 19 de diciembre, a las 19:09h, la historia de Central dio un vuelco tan acrobático como la palomita que el ‘10‘ realizó para batir a Fenoy y clasificar a su equipo para la final del torneo Nacional. El Negro González centró y Aldo Poy remató de cabeza en plancha, rozando la pelota en su marcador, Di Rienzo, y alojándose en las mallas ante el delirio canalla. El bigotudo y bonachón jugador, azote de Newell’s, al que le marcó 6 goles en toda su carrera, no era consciente en ese momento de la universalidad que alcanzaría su gol, tanto en el mundo canalla como en el extrarradio rosarino. Cuenta la leyenda que Poy, justo antes de iniciarse la jugada del gol, puso en guardia a un fotógrafo que se encontraba en la portería de Fenoy para que afinase el objetivo ya que el tanto estaba al caer. Como se había pronosticado, Rosario Central se proclamó campeón tres días después ante San Lorenzo, para colmo en cancha de Newell’s, tras un resultado de 2-1, marcando el Pato Colman el gol decisivo a pase de Poy. Ese campeonato precedería a otros dos, conseguidos en 1973 y 1974, la época dorada del equipo canalla. Llegó Mario Kempes al Gigante de Arroyito, convirtiéndose en un futbolista legendario del club, marcando 93 goles en dos años y medio, pero a la grandeza del Matador le faltaba el componente romántico y simbólico que tenía Aldo Poy, que alcanzó el grado de mito aquella tarde de diciembre y cuyo gol sería festejado año tras año, hasta nuestros días, convirtiéndose en el tanto más celebrado de la historia.
Esa periodicidad y perseverancia en las celebraciones es mérito total y absoluto de la OCAL (Organización Canalla para América Latina). Fundada por irreductibles aficionados de Central, en un principio la OCAL se bautizó como Organización Canalla Anti Lepra, dejando claros los sentimientos de los fundadores de la asociación. La OCAL es la demostración de la pasión futbolera llevada a la máxima expresión. Con ironía, cinismo, folklore y muchísima creatividad, lo primero que hace la organización es nombrar Prócer, título máximo que otorga la OCAL, a Aldo Pedro Poy, convirtiendo ese 19 de diciembre en una auténtica fecha patria. Todos los años, desde el año 1971 en adelante, Poy se lanza en palomita recreando en vivo frente a una portería improvisada el gol de palomita que le hizo célebre, y luego viene el estallido de júbilo de todos los canallas asistentes, que abrazan al goleador alborozados.
La OCAL se organiza en torno a un Gran Lama, que es la máxima autoridad ocalista. La parte ejecutiva recae sobre un representante del Lama, el ministro de prensa y el ministro de guerra. La sede de la organización consta de un museo con elementos muy preciados para un canalla, como es el apéndice del futbolista que marcaba a Poy cuando el Prócer anotó el histórico tanto. Di Rienzo, que sufrió un ataque de apendicitis un día después del duelo, fue ingresado de urgencia en el hospital, donde se le realizó la extirpación del órgano vestigial. El cirujano, hincha de Central hasta la médula, guardó el apéndice en formol y se lo entregó a la OCAL, en beneficio de su archivo histórico. En dicho bote de formol reza la siguiente leyenda: Apéndice del jugador Di Rienzo, por donde a 20 centímetros del mismo pasó la pelota impulsada por Aldo Pedro Poy, de palomita, convirtiéndose en el gol por el que Central eliminara el 19 de diciembre de 1971 a Newell’s Old Boys de Rosario. Otro de los tesoros de los que presumía la organización era un mechón de pelo del parietal izquierdo de Poy, con el que remató a la red el centro del Negro González.
La organización, en un principio furtiva y selecta, adquirió una gran dimensión tras la publicación del cuento de Roberto Fontanarrosa, dándose a conocer en los medios de comunicación y alcanzando cierta magnitud. Las primeras palomitas se realizaron de forma exclusiva y cerrada, en Rosario. Con el 25 aniversario, la celebración se trasladó a Buenos Aires, donde el mítico obelisco fue decorado con los colores de Central, acudiendo 800 personas a la celebración, parando el tráfico de la capital argentina, donde hacía un cuarto de siglo se había iniciado la leyenda.
Año tras año, la afluencia de público era mayor, llegando la celebración a muchos rincones del mundo. Se festejó el gol de Poy en Miami, en Montevideo, en el glaciar Perito Moreno en Chile, en Barcelona, en La Habana, donde el hijo del Che Guevara fue el que sirvió la pelota a Poy para que rematara a la red. Aunque la celebración más especial aconteció en 1997, en Rosario. Ese día, bajo el lema Hoy soy Poy, solo se permitía la entrada al recinto a los hinchas que llevarán puesta una careta del Prócer. Acudieron 1.700 personas, todas con los diminutos ojos y el inolvidable bigote de Aldo Poy, convertido eternamente en símbolo sagrado de Rosario Central, entonando el grito de guerra que cada año se repite: “Aldo Poy, Aldo Poy, el papá de Ñuls Old Boys”. El gol más celebrado del mundo no goza de título oficial. En 1996 el libro Guiness de los Récords rechazó su candidatura, aunque los canallas no se rinden y volverán a presentarse.
La creatividad ocalista sin límites nos brinda, aparte de la palomita, la existencia de su propia moneda, de curso legal entre canallas, denominada Aldo. Cada 19 de diciembre, el Aldomóvil, una carroza con la imagen de Aldo Poy, recorre las calles de Rosario anunciando la celebración inminente del inolvidable gol. Por si fuera poco, cada 13 de septiembre se celebra la Navidad Ocalista, rindiendo culto al nacimiento del mito, fechado en un 14 de septiembre de 1945. Poy, humilde donde los haya, agradece de corazón las muestras de cariño que cada día recibe por parte de la afición del equipo de su vida: “Este hecho no me pertenece, es más, creo que nunca me perteneció. Fui la síntesis de los deseos de miles de hinchas. La excusa y el móvil utilizado por el apetito centralista. Mi imagen, mi cuerpo, mi vuelo. Algo me dice que me utilizaron para objetivos preciosos. Motivos que se intuyen lejanos pero que serían difíciles de calificar con el lenguaje. Por eso es hora de multiplicar el efecto. Sean ustedes yo. Porque yo soy ustedes”.
Lamentablemente, como es ley de vida, llegará un día en que las celebraciones toquen a su fin. Hasta en eso ha pensado la OCAL, creando el diploma de Misionero Ocalista, que garantiza la continuidad del vuelo de Poy. Se trata de un compromiso generacional en el que los padres canallas que hayan tenido descendencia a partir del año 2000 eduquen a sus hijos bajo el culto a Central y les transmitan que deberán reunirse, el 19 de diciembre de 2071, en un lugar mitológico elegido por ellos mismos para celebrar el centenario de la palomita de Aldo Poy. Actualmente hay inscritas 800 personas que intentarán que el vuelo de Poy sea eterno.
Aldo Pedro Poy se retiró en 1974, tras una grave lesión, después de jugar casi 300 partidos con Central y disputar el Mundial de Alemania con la selección argentina. Actualmente es concejal por el partido Poder del Pueblo, siendo el segundo más votado de la ciudad. Su vida estará ligada para siempre a Rosario, a Central, al barrio de Arroyito, a los ferrocarriles, al río Paraná, que fluye burbujeante hacia la ciudad de Buenos Aires, donde hace 41 años, a las 19:09, Poy volaba indomable, mientras el cielo y el sol se fundían formando un arco auriazul centelleante, que perdurará, por los siglos de los siglos. Cada 19 de diciembre, en todos los rincones del mundo, un canalla, un rosarino, alzará la vista, verá su reflejo, y le asaltarán los recuerdos: dónde estaba, qué hacía y cómo festejó el gol más largo del mundo, esa interminable palomita, el gol que desató la grandeza del Club Atlético Rosario Central.
– Agradecimiento a los miembros de la OCAL, en especial al Colorado Vázquez, Javier Armentano y Marisol Bracco.
* Sergio Pinto es periodista.
– Fotos: Juan Fernández – OCAL
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