Abrumados por las incesantes listas de los mejores porteros, los mayores goleadores o el once que todo aficionado querría en su equipo, conviene recordar que los entrenadores también tienen su propio podio; ese exclusivo club al que sólo pertenecen aquellos que parecen haber dado con la clave del éxito. Alberto Toril es uno de esos elegidos, habiendo conseguido en su primera etapa en 2ªB que el Real Madrid Castilla juegue el playoff de ascenso por segundo año consecutivo, y esta vez, contra todo pronóstico, como líder de grupo. ¿Los ingredientes de semejante piedra filosofal? Confianza, integridad, inteligencia y mucha, mucha psicología. Parece fácil, pero no lo es.
Alberto Toril recaló en el banquillo del Castilla gracias, en parte, a una cierta reputación de rescatador de equipos. Tras una breve carrera como futbolista minada por las continuas lesiones, Toril llegó como entrenador a las categorías inferiores del Real Madrid tras su paso por la División de Honor Juvenil con el Albacete. Uno de sus primeros retos fue el de salvar a un Real Madrid C -hundido en los últimos puestos de la Tercera División- del descenso, objetivo que consiguió. Tras eso, llegaría al Juvenil A, donde dirigiendo a una brillante generación de futbolistas, alcanzaría el doblete (Liga y Copa de Campeones), quedándose a un paso del triplete tras perder la final de Copa del Rey frente al Athletic.
Su llegada al Castilla obedeció a las reglas de la necesidad y a su bien merecida fama. Con el Juvenil A encarrilando una nueva Liga, el primer filial del Real Madrid necesitaba urgentemente ser rescatado. Tras un par de temporadas entre lo discreto y lo mediocre, el equipo languidecía en los últimos puestos de su grupo, con el descenso acercándose peligrosamente. Alejandro Menéndez había demostrado no saber gestionar un grupo en el que abundaba el talento pero faltaba casi todo lo demás. Y así, tras finalizar una primera vuelta plagada de derrotas, empates y partidos entre lo gris y lo malo, el club destituía a Menéndez, otorgándole el mando a Alberto Toril. ¿Las consecuencias del cambio? Inmediatas.
En su partido de debut como entrenador del Castilla obtuvo una victoria que dejó a los aficionados la sensación de que las cosas iban a cambiar, lo que se fue confirmando con el paso de las jornadas. Pero para no basarnos en sensaciones, podemos hablar de la pura y dura estadística, que por sí sola ya nos dice bastante de este entrenador: en lo que restaba de liga regular, 14 victorias, 5 empates y 0 derrotas. El renovado Real Madrid Castilla de Alberto Toril firmaría una segunda vuelta casi perfecta, consiguiendo remontar desde los últimos puestos y logrando colarse en playoffs con la relativa tranquilidad de ser terceros de grupo. La primera derrota no llegaría hasta el partido de ida de la primera fase de ascenso contra el Alcoyano, donde el equipo sucumbió en el Bernabéu por dos goles en contra.
Ahora, ya con un año y cuatro meses al frente del Castilla y 56 partidos oficiales, suma 35 victorias, 14 empates y sólo 7 derrotas, todo ello con una renovación parcial del equipo en que perdió a alguna de sus piezas claves. Pero lo más interesante de Toril no es el qué, si no el cómo. ¿Cuáles son las principales armas de este técnico para cosechar semejantes resultados con una plantilla casi idéntica a la que disponía su predecesor?
La característica principal de este entrenador es que aúna formación y competitividad. Inmerso en un ambiente en el que el primer filial del Real Madrid parece obligado a reivindicarse, ganar y ascender -demostrando que La Fábrica existe, por encima de todo-, Toril no se deja llevar por las urgencias. El entrenador del Castilla no pierde de vista el principal objetivo de cualquier equipo filial: formar al futbolista, formar a la persona. Para ello se vale de sus dotes como motivador, reforzando los aspectos psicológicos del juego -algo muy importante si se tiene en cuenta que suele llegar a sus equipos cuando estos se encuentran en dificultades-, siendo capaz de unir al vestuario, orientando su juego y las metas personales de cada uno hacia los objetivos comunes. Para ello se vale de dos herramientas claves: la confianza en la entrega y el talento de sus jugadores con independencia de su edad y experiencia -una de las primeras medidas que tomó al llegar al Castilla, fue convertir en titulares y base de su sistema a los juveniles Sarabia, Morata, Carvajal y Álex Fernández-, y la toma de decisiones justas -para él no existen los titulares indiscutibles, y es muy dado a premiar los méritos y el esfuerzo de los jugadores con la titularidad-.
Lo más destacado del Castilla de Toril, y anteriormente de su Juvenil A y Real Madrid C, no es la evidente calidad que se refleja en los resultados conseguidos, sino que su carácter competitivo es consecuencia de una excelente formación y actitud: Toril no forma a sus jugadores compitiendo; les educa para saber competir, inculcándoles el espíritu del juego limpio, la deportividad y el sentido común hasta en el más complicado de los escenarios. Esta competitividad la nutre con un estilo de fútbol eminentemente ofensivo. Reticente a los cambios defensivos, Toril no duda en arriesgar si el partido se complica, siendo capaz de revolucionar al equipo con buen ojo para las sustituciones.
Otra de sus características es la capacidad para modificar su característico estilo de juego -fútbol muy rápido, combinativo, rocoso en defensa- según la disponibilidad y necesidades de su plantilla. Aunque el esquema 4-2-3-1 (con un enganche y un delantero móvil en punta) es su predilecto, no tiene dificultades para adaptarse a diferentes esquemas, a la vez que traslada esta capacidad de adaptación a sus jugadores.
En el Castilla comenzó con su esquema por defecto, donde era capaz de aunar la visión de juego de Fran Rico con las tareas de apoyo y la llegada de Álex, la velocidad y capacidad de desborde de Juan Carlos y Juanfran, y la conexión entre el solidario Morata y el brillante Sarabia. En esta temporada, ante la salida de algunos de sus jugadores clave, ha adaptado el esquema de juego a sus necesidades: dos delanteros -con Morata partiendo desde la izquierda y Joselu como delantero centro puro-; la progresiva evolución de Jesé desde la banda a la mediapunta -aportando al juego su descaro en ataque y arrastrando a la defensa contraria gracias a su movilidad-; Cheryshev como extremo de emergencia en función del partido -revolucionando desde la creación hasta el remate-; un centro del campo capaz de encontrar el equilibrio entre creación y contención con jugadores como Álex, Mandi o el recién llegado Mosquera; o una defensa donde la conexión entre los dos centrales se impone a los méritos o la calidad individual.
A pesar de los resultados obtenidos a lo largo de esta temporada -que pueden verse incrementados-, el año empezó con dos retos importantes: gestionar la entrada del otrora conflictivo Jesé al equipo y, sobre todo, lidiar con los problemas de planificación que le dejaron importantes bajas y muy pocas soluciones. Aunque ambas se han visto cubiertas con éxito, es quizá esta última la que nos permite detectar alguna de las debilidades de Toril.
El cambio de esquema para permitir que Joselu y Morata jugasen juntos evidencia que se trata de un entrenador que prefiere cambiar sus planes y esquemas iniciales a auspiciar una competición directa entre sus jugadores. Aunque no tiene por qué ser un aspecto necesariamente negativo, sí que puede representar un problema a la hora de dejar crecer a sus jugadores, de motivarles a través de ese recurso que, bien utilizado, puede lograr una evolución en ambos. Esta indecisión a hacerles competir directamente, unido a su tendencia a empezar con el mismo esquema de juego durante toda la temporada, puede llevarle a seguir utilizando un sistema que no dé los mejores resultados de juego para el equipo mientras no se vea mermada su capacidad ganadora.
Sus equipos también muestran algunas lagunas técnicas, como la defensa a balón parado o el lanzamiento de faltas -esta última, propiciada especialmente porque el mejor lanzador de la plantilla, Ríos, es suplente habitual-. Por último, su idea del centro del campo se ha visto muy resentida esta temporada ante la falta de un organizador puro tras la marcha de Fran Rico. Aunque trató de convertir a Álex a este perfil -sin terminar de cuajar-, probó diversas variantes con Omar Mascarell a principios de temporada y ha inculcado a Mandi algunas de sus mejores capacidades de distribución, no ha sido hasta la llegada de Mosquera cuando esta línea del campo ha empezado a estar operativa, sin llegar en cualquier caso a alcanzar las excelencias del resto de líneas, ni la rápida transición y creación de juego de la temporada pasada.
El futuro de Alberto Toril dentro de la estructura del Real Madrid es incierto. A expensas de lo que ocurra en la fase de ascenso y en una posible temporada en Segunda -en la que Toril dispondrá de todos los galones y la confianza para dirigir al equipo en esta nueva aventura-, el posible salto al primer equipo está muy supeditado a lo que ocurra en las capas superiores. Con independencia de su talento, habilidades o éxitos conseguidos, poquísimos entrenadores de la cantera han logrado llevar a cabo con éxito este tránsito en un club que parece buscar otro tipo de perfiles más asentados y con garantías.
Sin embargo, Toril ya ha luchado más de una vez contra las estadísticas, la lógica y algunos de los prejuicios más arraigados en la cantera blanca. Un especialista en mantener la fe y en infundírsela a equipo y afición a base de talento, resultados y confianza. Una fe alimentada de trabajo. La mejor en la que creer.
* Alba López y Lucía Rionegro. En Twitter: @furia_valkyria
– Fotos: Víctor Carretero (Real Madrid) – José Manuel Esparcia (La Verdad)
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