Ajustes de cuentas

por el 14 abril, 2013 • 11:29

Si uno repasa la lista de ganadores del Masters se dará cuenta de que todos ellos dejaron su pequeña huella en el mundo del golf. Nicklaus, Tiger, Palmer, Mickelson, Player, Watson, Hogan, Snead, Ballesteros… prácticamente todos los grandes de la historia cuentan con un triunfo en el Augusta National. Que se dispute siempre en el mismo recorrido tiene mucho que ver con este fenómeno. A medida que se fueron midiendo con el diseño de Jones y MacKenzie, estos hombres aprendieron cómo tratar con cada uno de sus hoyos; qué golpes pueden darse y cuáles suponen un suicidio. Por esa razón también que resulta muy complicado que un novato, recién llegado a sus calles, se alce como ganador sin haber cometido numerosos errores. Es prácticamente imposible porque para vencer allí es necesario haber perdido antes.

Unos lo aprenden por la vía rápida. Pegan su golpe de salida en el hoyo uno y comienzan a agonizar con las interminables pendientes de los greenes, intentando atacar banderas donde es imposible parar la bola y terminando en alguna de las múltiples trampas ocultas tras un tiro franco. Otros, sin embargo, consiguen evitar todos estos problemas y se plantan el domingo con opciones de victoria. Son los que peor lo tienen. En el 2008, un chico nacido en Nashville se situó líder de la competición con dieciocho hoyos por delante. Estaba pegando a la bola como nunca y se había mostrado capaz de embocar todos y cada uno de los putts importantes, los que terminan definiendo las vueltas. Brandt Snedeker fue desnudando Augusta con la aparente facilidad que siempre confiere el talento y se plantó en la última jornada sonriente, algo nervioso y decidido a ganar su primer grande. Nadie daba un centavo por él. ¿La razón? El Masters se estaba guardando su venganza. “No tenía ni idea de lo que estaba haciendo”, dijo ayer. “No tenía una estrategia, no sabía cuándo ser agresivo, cuándo no serlo, cómo jugar este campo de la forma en que se supone que tienes que hacerlo”. Aquel domingo finalizó con 77 golpes, en tercera posición, y le hicieron falta solo un par de preguntas para romper a llorar. Estaba frustrado, rendido, abrumado; la bestia contaba una nueva víctima.

Ha pasado tiempo desde entonces y Snedeker ya no es el mismo. Ha tenido la oportunidad de tirar por la borda una victoria en el BMW Championship, perder el liderato en un Open tras jugar cuarenta hoyos sin cometer un bogey y volver a recomponerse; parar con la cara puñetazos que habrían hecho descarrilar un tranvía y levantarse una vez más en mitad del ring, sabedor de cuáles habían sido sus fallos. Durante los últimos meses se ha liberado de todos los miedos que le abotargaban hasta el punto de ganar en tres ocasiones, incluida la FedEx Cup. Se ha erigido como el verdadero rey de los greenes del golf, la faceta que más disgustos le provocó en el pasado, y ahora, además, vuelve a liderar el Masters tras firmar 69 golpes en la tercera jornada. Lleva veintisiete hoyos sin realizar un bogey. Mismo escenario, mismo hombre, pero todo es distinto. Estas fueron sus palabras: “He pasado treinta y dos años de mi vida preparándome para mañana y todo ha sido un proceso de aprendizaje. Estoy completamente al cien por cien seguro de que estoy preparado para manejar todo lo que pase. Voy a sentirme decepcionado si no gano. Punto”. Tiempo para ajustar cuentas.

A su lado, en el último partido, tendrá al número 269 del ranking mundial. Ángel Cabrera lleva desaparecido de la más alta competición desde que ganara este mismo torneo en el año 2009; poco o nada se sabía de él a comienzos de semana. Algunos pensaban que no volvería a ganar, que ya tiene 43 años y su estado de forma, aparentemente, deja mucho que desear. Él no pensaba lo mismo, sobre todo acudiendo a este campo. Hay una relación especial entre los vencedores y Augusta, como si se comprendieran mejor que el resto de los mortales. Una vez allí viajan al pasado, hasta sus mejores días, y olvidan todo lo que ha sucedido desde su último triunfo. Le sucedió a Nicklaus a los 46, cuando se convirtió en el jugador más veterano en ganar un grande; le pasó a Olazábal en el 99, después de que le dijeran que era probable que no volviera a jugar al golf, y también a Hogan, tras sufrir un accidente en la carretera que casi termina con su vida. Cabrera es el último pasajero de estos viajes en el tiempo y parte exactamente de la misma posición que Snedeker, menos siete, buscando ajustar cuentas con los años. De entre todos los aspirantes es el que más birdies ha realizado durante los dos últimos días (once).

Solo un golpe por detrás se ha situado un jugador que no hace demasiado se encontraba en un lugar desconocido. En el mismo Open que lideró Brandt Snedeker (2012), Adam Scott contaba con una ventaja de cuatro golpes con cuatro hoyos por disputar. Era la primera oportunidad clara de ganar un grande en su carrera, pero cuatro hoyos después contempló cómo otro hombre levantaba la jarra de clarete. “No es el final del mundo. Solo es golf, no es que nadie se haya muerto”, dijo entonces. Por derrotas menos trascendentes se han truncado jugadores tan brillantes como él. El australiano también ha sabido mirar de nuevo a los ojos a la victoria, convertir la frustración en un aliciente más para volver a saborearla. Fue octavo en el Masters del 2011 y segundo en el del 2012, por lo que la progresión parece clara. Su ajuste de cuentas es con aquella ocasión fallida.

En las últimas jornadas en Augusta, sin embargo, ocurren cosas inesperadas. La estadísticas dicen que durante veinte años el ganador ha salido en el último partido en diecinueve ocasiones. No ha sucedido así durante los dos últimos. En el 2011, Tiger terminó sus nueve primeros hoyos en un acumulado de menos cinco y hoy sale a cuatro golpes de la cabeza; en el 2012, Louis Oosthuizen se colocó líder del torneo tras pegar un hierro 4 de más de 200 metros que hizo rodar su bola por el green del hoyo 2 durante más de veinte segundos desembocando en un albatros. Nadie se atreve a predecir el transcurso de los acontecimientos. El hombre silencioso, Marc Leishman, intentará el asalto junto Jason Day desde un global de menos cinco, mientras que el siempre peligroso Matt Kuchar lo hará desde el menos cuatro. Quién sabe, incluso puede que Gonzalo Fernández-Castaño o Sergio García (menos uno) cuenten con una remota oportunidad. Es el día más esperado de la temporada, el último del Masters, y el mundo del golf espera impaciente. “No he escuchado muchos gritos”, decía Snedeker al finalizar su tercera vuelta. Hoy puede esperarlos.

* Enrique Soto.



– Foto: Matt Slocum (AP)




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