Aunque se hace difícil escribir sobre Eric Abidal, más allá de desearle coraje y energía y mandarle apoyo y ánimos a él y sus familiares, a su alrededor hay un hecho que no pasa desapercibido: el defensa blaugrana ha disputado varios partidos siendo plenamente consciente y estando informado de la necesidad de sufrir un transplante. Y esta reacción del futbolista es muy destacable. Pienso que lo más corriente, normal y lógico es desanimarse y deprimirse ante un golpe semejante, el segundo en un año. Sin embargo, Abidal siguió jugando. Y lo hizo a pleno ritmo, con magnífico rendimiento y sin el menor atisbo de preocupación en rostro o gestos.
Habrá quien lo atribuya a la profesionalidad, pero no creo que sea eso. Un deportista no nace profesional. Se hace. Un deportista se apasiona por su especialidad, crece, progresa, mejora y, una vez ha llegado a cierto status, se convierte en profesional. A partir de ahí se consolida o bien dilapida su talento. La acción de Abidal traspasa el umbral de la profesionalidad. No solo juega esos encuentros porque es un excelente profesional y se debe al club que le paga y al equipo que le rodea y apoya. Lo hace porque quiere. Porque en su interior habita la pulsión del deportista puro, del luchador en las dificultades más amargas, del niño que sólo quiere practicar su deporte sin más lecturas. Le imagino atribulado, dolido, herido en el corazón por la maligna noticia, aunque confortado por familia y amigos. Y, al mismo tiempo, le imagino peleando en el vestuario por seguir siendo uno más, rechazando cualquier privilegio de parte del entrenador, alertado a su vez por los servicios médicos, dispuesto a todo por ayudar a su pupilo. Y a Abidal apartando sus demonios interiores por el simple gusto de seguir jugando a su deporte favorito. Todo esto no es profesionalidad, sino otra cosa: es pasión por el deporte.
Al mismo tiempo, es consecuencia de la práctica deportiva. Aunque los valores que se instruyen en el deporte andan ocultos en la ruidosa red de intereses que nos ensordece, siguen estando ahí. Cualquiera que haya practicado una especialidad con cierto espíritu competitivo lo sabe. Entrenarse duro, sacrificarse siempre, buscar la propia superación, intentar ser noble y honesto… valores que pertenecen a la intrínseca actividad deportiva y que ni siquiera el fútbol, con su gigantesca dosis de hipocresía malsana, ha conseguido eliminar. El deportista que siente el deporte como algo suyo ha crecido con valores similares y los emplea en su vida ordinaria. ¿Significa que no se desmoraliza ante las caídas? No, significa que tras caer vuelve a esforzarse para ponerse en pie. Abidal nos deja un ejemplo primoroso de lo que significa luchar por lo que uno siente y ama.
– Foto: Miguel Ruiz (FC Barcelona)
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