A la élite de espaldas
Seguramente apenas algunos muy aficionados al atletismo tengan constancia de la trayectoria de Beatriz Molina. Y no porque no haya alcanzado logros deportivos, que sí han llegado, sino porque detrás de ella se esconde una historia que, aun impidiéndole competir en igualdad de condiciones, la equipara con la generación de fondistas que peleará por correr la maratón bordeando las playas de Río de Janeiro en 2016.
Como tantas otras, sobre todo mujeres, nunca ha podido vivir de su pasión, pese a estar integrada durante muchos años en la estructuras del Playas de Castellón y del Valencia Terra i Mar, dos de los clubes más laureados de Europa en las últimas décadas junto al AD Marathon, del que ahora forma parte. Por eso, como siempre recuerda, tenía que acabar su trabajo en la fábrica antes de calzarse las zapatillas, en una más de las circunstancias habituales de las categorías femeninas.
Curiosamente, su punto de inflexión (hacia abajo, no hacia arriba, como en el resto de casos) llegó tras su mayor felicidad. Apenas seis meses después de dar a luz a su hija, una caída por las escaleras le fracturó una vértebra. Y truncó, al menos en teoría, su carrera hacia la élite absoluta.
Tuvo en esos momentos dos fortunas: que su marido, Gaspar Polo, fuera uno de los mejores quiromasajistas del país y que junto a él hubiera fundado la Clínica CareSport, lo que le daba trabajo y le despejaba de malos pensamientos mientras trataba de recuperarse.
Pero, ¿cómo dejas de hacer de repente algo que te apasiona y que, además, vives día a día viendo pasar por tu consulta a los mejores atletas del país? Para Bea no era una opción. Y decidió probar. Probar si podía correr. Tras ello, probar cuánto podía correr. Y, un poco más tarde, probar si era capaz de correr una maratón.
Para ello tomó tres caminos. El primero, ponerse en manos de Dionisio Alonso, posiblemente el más clásico de los entrenadores de España. El segundo, unido a este, pasar algunos meses al año en la localidad madrileña de Navacerrada, lejos de su familia, para entrenarse en altura y mejorar su capacidad aeróbica. Y el tercero, obligatorio, llevar un exhaustivo control de los dolores que le irradian de la espalda a la pierna y que le impedían correr seguido, llevándole incluso a operarse hasta en dos ocasiones para limpiar la zona.
Desde ahí, su rutina no ha variado en casi siete años: levantarse, llevar a su hija al colegio, correr en el río Turia bajo la supervisión de Gaspar, descansar, comer y pasar la tarde trabajando tras dar el parte a su entrenador para planificar la siguiente jornada. Un día tras otro. Una temporada tras otra.
Ello le llevó, por ejemplo, a conseguir en 2011 su mejor marca personal, con 2:42 en Berlín. Y le permitió revivir deportivamente este verano, cuando se adjudicó la primera Maratón de la Mujer de Palma de Mallorca. Aunque no hablamos de hechos aislados, porque tras su lesión mejoró todas sus marcas, corriendo por ejemplo la final de un campeonato de España absoluto de 5000 metros.
Ahora, todo vuelve al lugar de sus mejores sensaciones: si nada cambia, la Maratón de Valencia será en noviembre su punto de partida. ¿Para qué? Para buscar un objetivo claro: volver a Berlín en 2015 a pelear por la mínima olímpica, que le permita cumplir por fin su sueño: recorrer 42 kilómetros en unos Juegos Olímpicos.
* David Blay.
– Foto: Maratón de la Mujer de Palma de Mallorca
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