"Hay que recordar que quienes escriben para los imbéciles siempre tienen un numeroso público de lectores". Arthur Schopenhauer
Una de las principales y más controvertidas diferencias entre el Barça de Luis Enrique y el de sus predecesores ha sido el posicionamiento de Messi en el terreno de juego y su rol en el equipo durante el primer tramo de temporada. En vez de situarse como “falso 9” acompañado de dos extremos que abrieran el campo como venía siendo habitual las últimas temporadas, el rosarino empezó jugando la mayoría de encuentros con dos delanteros cerrados por delante suyo, retrasando él su posición hasta la media punta o por momentos incluso el centro del campo.
Las dudas tácticas provocadas por el mal juego del equipo en algunos partidos clave han hecho que en las últimas fechas ese dibujo inicial se haya alternado con la recuperación por momentos de Messi situado de falso 9 o incluso de falso extremo derecho, pero todavía con uno o dos compañeros de ataque por delante durante la mayor parte del tiempo. Tras dos hat-tricks consecutivos para batir los récords de Zarra en Liga y Raúl en Champions, las voces críticas al respecto parecen haberse acallado hasta el próximo partido en que Messi no marque, pero no hay que olvidar que ponerle por detrás de uno o dos delanteros ha sido visto por muchos como un error, al interpretar que de esta forma Lionel no puede aprovechar al máximo su potencial.
Desde que Guardiola decidiera situarlo por primera vez en el centro del ataque en un partido de imborrable recuerdo en el Bernabéu, la progresión del astro argentino había sido imparable. Más centrado, con más participación en el juego, pero a la vez con cercanía al área rival, su talento le convirtió en una máquina de romper defensas rivales y batir registros goleadores hasta permitirle entrar en el olimpo de los considerados los mejores de siempre. Este recuerdo del mejor Messi sigue vivo en aquellos que critican su alejamiento del área y que, a pesar del estancamiento en la progresión del jugador con las lesiones de hace dos temporadas y del bajón en el juego colectivo del equipo, están convencidos que para volver a ver su mejor versión es necesario replicar el contexto en el que explotó.
¿Es esto posible en las condiciones actuales? Objetivamente, la respuesta es que no. A nivel individual, las características de los acompañantes de Messi en el ataque son muy distintas del perfil de extremo abierto y profundo que trabajaba para abrirle espacios cerca del marco rival. O dicho de otra forma, se puede hacer jugar a Neymar y a Luis Suárez pegados a la cal, pero nunca serán capaces de hacer para Messi lo que hacían Alexis o las mejores versiones de Pedro y Villa, mientras que situarlos tan escorados sí supone un desaprovechamiento claro de sus cualidades parecido al que supone situar a Iniesta de “falso extremo”. No hace falta más que comparar el rendimiento de Neymar la temporada pasada con la presente, donde ya ha superado su cifra goleadora en Liga respecto al curso anterior. Por otro lado, a nivel colectivo y sin entrar en si esto se ha hecho de forma voluntaria o involuntaria, el Barça ha dejado de manejar con maestría el juego de posición, por lo que el contexto es muy diferente del que posibilitó ver a Messi brillando como “delantero mentiroso”.
Llegados a este punto podríamos maldecir a la dirección deportiva por no hacer una plantilla con perfiles más parecidos a los de la “época gloriosa”, y podríamos cargar contra Luis Enrique e incluso Martino por no haber sabido continuar esa excelencia en el juego de posición. Pero ante los hechos consumados nos parece más constructivo intentar descubrir si hay algún tipo de potencial positivo tanto en la combinación Messi – Neymar – Luis Suárez, como en la posición más retrasada de Messi dentro de este trío.
Una primera pista la pueden dar las declaraciones del propio jugador al respecto, ya que quién mejor que él mismo para valorar su grado de satisfacción con un determinado rol en el equipo. Comentando las posibilidades de la selección Argentina antes del Mundial de Brasil, decía Messi que “me gusta cuando juego con dos delanteros y yo por detrás”. Y sobre los rumores de una posible llegada de Higuaín al Barça añadía “Me encantaría que se dé. Es uno de los mejores delanteros del mundo y a nosotros nos vendría muy bien”. Al final no fue Higuaín sino Luis Suárez, pero parece claro que la llegada del uruguayo es bienvenida por La Pulga, que además dice sentirse muy a gusto jugando de enganche.
La explicación la podemos encontrar en muchos de los partidos de las dos últimas temporadas, donde la peor ejecución del juego de posición y una reducción en la velocidad de circulación del balón posibilitaron que cada vez más equipos consiguieran “enjaular” a Messi entre los centrales y el doble pivote, desconectándolo del juego del equipo y haciéndolo intrascendente durante muchas fases del encuentro. Ciertamente la tremenda clase del argentino le permitió mantener muy buenos registros tanto de goles como de asistencias, pero habíamos pasado de un Messi divino a un Messi “solamente” estratosférico, y la imagen del rosarino saliendo desesperado hacia otras zonas del campo para poder tocar balón fue cada vez más frecuente.
La eliminatoria de Champions ante el Milan de hace dos temporadas permitió ver una solución al problema. El Barça necesitaba remontar un 2-0 en contra cosechado en un partido de ida donde Messi se había visto anulado por la jaula milanista, y para ello Tito y Roura decidieron jugar con un 1-3-4-3 con Villa situado como 9 de referencia y Messi de enganche en el vértice superior del rombo del centro del campo. El Barça remontó la eliminatoria con un 4-0 cimentado en dos goles iniciales de un Lionel que al terminar el partido declaraba: “Con una referencia en el área como Villa, no salían los centrales y eso me dejaba más espacios”.
Esta sería pues una primera razón para situar a Messi por detrás de uno o dos jugadores más adelantados: con la presencia y movimientos de ruptura cerca del área de los delanteros (más si estos son del nivel de Neymar y Luis Suárez), los centrales no pueden dedicarse a encimar al 10 si no quieren dejar hombres libres a su espalda. Y aunque de esa forma sólo se ganen un par de metros de espacio entre la línea defensiva rival y la línea de medios, eso es más que suficiente para que un jugador como el argentino pueda recibir y encarar los centrales en carrera (situación donde es muy difícil de parar), o incluso armar rápidamente el tiro llegando de cara (como sus dos goles contra el Milan en el partido citado anteriormente).
O con otras palabras, recibir el balón más lejos del marco contrario no tiene por qué ir en detrimento de la aportación ofensiva de Messi si esto sirve para que reciba el balón en condiciones más favorables. Su tercer gol contra el Sevilla del pasado sábado es también un buen ejemplo de ello: Messi realiza su típico movimiento de derecha a izquierda en paralelo a la frontal antes de colocar el balón en la red, pero lo hace apoyándose en un Neymar más adelantado, que jugando de espaldas a portería entre los centrales impide que éstos puedan salir a tapar al argentino.
Adicionalmente, retrasar la posición de La Pulga puede tener un beneficio añadido al de intentar encontrar soluciones que faciliten su tarea anotadora. Porque Messi no es “solamente” el mejor artillero de la historia cuando se dan las circunstancias propicias (récord histórico de goles en una temporada, 73), puede ser además candidato a mejor jugador de la historia si el contexto le ayuda. Y es que sus cualidades van mucho más allá de una gran conducción del balón, regate y definición: Messi posee también una privilegiada visión de juego y una capacidad extraordinaria para filtrar pases precisos rompiendo líneas contrarias. Y además es capaz de hacerlo mientras conduce el balón a gran velocidad atrayendo y sorteando rivales, lo que potencia sobremanera a unos receptores de esos balones con buena capacidad de definición. Si Neymar es en estos momentos el máximo goleador del Barça en Liga, es sobre todo por las asistencias recibidas de Messi en jugadas parecidas a lo que acabamos de describir.
De hecho, no son pocos los que preveían que, dada su visión de juego y control del esférico, Messi podría terminar siendo “el nuevo Xavi” del Barça a medida que el paso de los años le quitara explosividad. Situarlo de enganche no es más que el primer paso en esa posible evolución ya que, si una de las justificaciones para situar a Messi de delantero centro era que para aprovechar su talento era conveniente permitir que tuviera más contacto con el balón, ¿por qué no situarlo donde potencialmente puede tener todavía más? ¿Por qué hacer que todo el equipo juegue para que él termine la jugada, cuando él es tan bueno que puede hacer jugar a todo el equipo?
En esta evolución se puede establecer cierto paralelismo con el desarrollo de la carrera de Michael Jordan en los Bulls, paralelismo que apuntaba Marc Marbà en un artículo para Weloba y que podríamos resumir como sigue. En su primera etapa en los Bulls, Jordan era una máquina anotadora que con sus espectaculares registros consiguió tres anillos consecutivos de campeón de la NBA para la franquicia de Chicago entre 1991 y 1993. Después de su sorprendente retirada y haberse probado como jugador de béisbol, Jordan volvió a los Bulls, con los que consiguió tres títulos más de la NBA y el reconocimiento por muchos como mejor deportista de la historia. Pero quizás por las mismas razones que le llevaron a aparcar el baloncesto de forma temporal, en esta segunda etapa Air Jordan dejó de ser “sólo” una máquina anotadora para participar mucho más en el juego del equipo, desarrollar su faceta como asistente, convertirse también en uno de los mejores defensores de la liga, y dejar de lado objetivos individuales para trabajar única y exclusivamente en beneficio del colectivo. Como ejemplo paradigmático de este nuevo rol queda la última jugada del sexto partido de las finales de 1997 contra Utah Jazz donde, cuando todos esperan que Jordan se juegue el último tiro, éste asiste a Kerr quien, totalmente solo, decide el partido y el título para los Bulls.
Después de una primera mitad de su carrera donde además de ganar títulos colectivos ha coleccionado galardones individuales, Messi también parece dispuesto a dar un paso atrás en lo individual para ganar más en lo colectivo. Antes de que el desbarajuste de los partidos previos al último parón de selecciones (Madrid, Celta, Ajax, Almería) volviera a borrar la sonrisa de su cara, a principio de temporada el argentino parecía tan feliz dando asistencias como lo ha vuelto a ser marcando seis goles en los dos últimos partidos. Hasta esa deriva iniciada en el Bernabéu, pudimos verlo sonriente sobre el terreno de juego, marcando menos, pero teniendo igual o más influencia en el juego ofensivo del equipo que antes si consideramos la suma de goles, asistencias y jugadas de gol salidas de sus botas. La jugada del segundo tanto del Barça en el partido de Liga contra el Athletic es una buena muestra de este Messi más omnipresente y a la vez generoso.
Pero de la misma forma que la segunda etapa de Jordan en los Bulls vino acompañada de otros cambios en el equipo que se complementaron a la perfección con la evolución del juego de su estrella (incorporaciones de Rodman, Kukoc o el mismo Kerr y lo que cada uno de ellos podía aportar al equipo), para que la nueva versión de Messi en el Barcelona alcance todo su potencial tanto a nivel individual como colectivo, todavía falta realizar algunos ajustes que neutralicen los problemas que se han detectado en lo que va de temporada, y que en buena parte pueden deberse a que todavía no se ha encontrado el encaje óptimo entre la nueva posición de Leo, el resto de piezas del equipo, y la forma colectiva de entender el juego.
En el Barça académico de la era Guardiola se sacaba siempre el balón jugado desde atrás, éste se hacía llegar a Xavi quien, con su pausa y perfecta lectura del tempo del partido, lo movía dando tiempo a sus compañeros a organizarse y a la vez provocando el desorden en la defensa contraria. En ese momento aparecía Messi para aprovecharse de cualquier rendija abierta en el sistema defensivo rival y hacerlo saltar por los aires. Actualmente, sin Xavi en el césped y con Messi más cerca del centro del campo, éste recibe el esférico en fases mucho más tempranas de elaboración de la jugada y tiende a acelerar el juego y buscar un desenlace en la verticalidad de forma casi inmediata. El resultado es que los interiores (pilares del juego de posición del Barça) apenas tocan el balón, los jugadores no tienen tiempo de asentarse en campo contrario para poder hacer una presión y recuperación post pérdida efectiva, el equipo se parte y el rival puede tocar sin problemas cuando decide atacar (PSG, Real Madrid pero también Celta o Ajax), o contratacar de forma insultantemente fácil cuando se encierra atrás, como hizo el Almería plantándose ante Bravo con sólo dos toques tras una pérdida de balón del propio Messi en la frontal.
¿Cómo aprovechar a Messi jugando de ’10’ sin sufrir la fragilidad defensiva derivada de su vértigo atacante? Si nos centramos en Lio y su contexto más inmediato, podríamos apuntar dos vías a explorar. Por un lado, y por lo que respecta al propio jugador, Luis Enrique debería hacerle trabajar para que contenga su tendencia innata a buscar la portería contraria en cada jugada, aprenda a dosificar su verticalidad, y la combine con momentos de pausa. Está claro que La Pulga no será nunca un metrónomo como Xavi (ni debe serlo), pero tampoco puede ser un acelerador de partículas durante todo el partido. Esos momentos de pausa que incorpore a su juego son los que permitirían a los otros centrocampistas recuperar algo protagonismo mediante el balón, y de esta forma dar tiempo al equipo para organizarse y asentarse en campo contrario, alejando así la amenaza de partirse.
Por otro lado, si nos centramos en sus acompañantes en el centro del campo, el protagonismo adquirido por Messi para decidir los cambios de ritmo y lanzarse en vertical implica que uno de ellos deje de ser el eje sobre el que se articula el juego (lo que era Xavi) para pasar a ejercer un rol de facilitador, ofreciéndose siempre como punto de apoyo a los compañeros y dando continuidad y velocidad al juego mediante control y pase. Esta misión puede combinarse con un mucho mayor protagonismo sin balón que el que tenía Xavi, lo que se antoja totalmente necesario cuando asumimos que por mucho que incorpore más pausa a su juego, con Leo de ’10’ siempre habrá más velocidad para atacar, y por lo tanto se multiplicarán también las transiciones defensivas.
Para este doble rol no hay nadie que se antoje más indicado que Busquets. Si el de Badía juega algo más adelantado de lo que ha hecho hasta ahora (sea partiendo como interior o como un segundo pivote con más libertad de movimientos), si se sitúa más próximo a Messi, su descomunal inteligencia táctica sería perfecta para cubrir las espaldas de Lio cuando éste decida poner la directa, recuperando el balón de inmediato en caso de pérdida y atajando un eventual contrataque rival antes incluso de que este empiece. Situado unos metros más arriba, Busquets no habría llegado tarde para impedir ese contrataque del Almería. Mientras que cuando el 10 prefiera contemporizar, tener a Sergio cerca es garantía de fluidez en la circulación, sin prisa pero sin pausa, y, sobretodo, minimizando riesgo de pérdida.
Finalmente, acercar a Busquets a Messi implicaría a su vez la incorporación de Mascherano al centro del campo. Como apuntábamos en un artículo anterior, es gracias al posicionamiento de Masche como pivote defensivo (ante el APOEL dio otra exhibición en esa posición), barriendo el campo con su velocidad y capacidad de anticipación, que en la fase ofensiva Busquets podría adelantar su posición habitual para convertirse en la pieza que de equilibrio a un nuevo Barça con un nuevo Messi, más protagonista si cabe del juego azulgrana. Y dar más protagonismo al que para muchos puede ser el mejor jugador de la historia del futbol, no parece mala idea.
* Xavier Codina.
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