Otra vez aquí. En el mismo lugar, con la misma gente y con el protagonista de siempre. Sí, Roger Federer lo ha vuelto a hacer, una vez más, ya no sorprende. Suiza levantó el domingo la primera Copa Davis de su historia y el líder de los helvéticos se apuntó el único gran título que faltaba en su vitrina. “Siempre escribes sobre él“, me dicen algunos. ¿Tendré yo la culpa de que este hombre haya sumado 12 finales esta temporada? Es inevitable rendirse ante la grandeza de este jugador que, con 33 años, sigue trabajando para estar en las citas dulces del circuito. Tras la codiciada Ensaladera, Federer cierra un círculo glorioso que comenzó a girar allá por 1998, cuando un osado mancebo de esbelta coleta fue enviado desde Basilea para destrozar todos los récords habidos y por haber del deporte de la raqueta. Pasan los años y los objetivos se van cumpliendo, se van agotando, pero él continúa como si de 1998 se tratara, demostrando cada día la pasión que siente por lo que hace. Demostrándole al mundo que para escribir la historia sirve con levantarse e ir a por la pluma.
La cara de Gasquet en la foto previa al partido ya daba pie a escribir la crónica. Asustado, tenso, incómodo, inmerso en una cita en la que le tuvo que presentarse sin esperarlo, envuelto en una escena que anunciaba una muerta anunciada, la suya. Tras vivir el mal trago en la jornada anterior, el francés volvió a cargar con el peso de un país a su espalda. Allí tendría que haber estado Tsonga, pero el líder de los’gallos vio más productivo quedarse en su cascarón, roto por dentro y señalado por el público. El que sí estuvo fue Federer, dispuesto a poner el punto y final a una historia de desamor infructuosa. “Llevaba quince años esperando este momento“, espetó el suizo tras inclinar a Gasquet en tres sets, aunque el que acabó arrodillado ante la tierra fue él, incrédulo ante lo que había conseguido. Aquella arcilla que tanto cielo le había arrancado, ahora le enviaba directo al paraíso. Hlasek, Rosset y compañía ya estaban vengados, 22 años después. Suiza era campeona y Federer, eterno.
A toro pasado puede resultar que el viaje ha sido más placentero de lo habitual. Grave error. Ganar la Copa Davis puede significar muchas cosas, pero jamás una tarea sencilla. Que se lo pregunten a Argentina, que todavía desconoce la sensación. En este caso, más que el hecho de ganarla, lo complicado ha sido disputarla. Con esto me refiero al hecho de presentarte al certamen con el convencimiento de que vas a salir campeón, y para ello ha habido un hombre que ha sido todavía más relevante que Federer. Exacto. Hablo de Stanislas Wawrinka. El de Lausana representa el origen del camino, el nexo de unión entre Federer y la competición, el motivo por el que, de una vez por todas, el exnúmero uno del mundo dijera: “Este año sí, a por ella“. Dos ganadores de Grand Slam, dos ganadores de Masters 1000, dos jugadores dentro del top-10. En definitiva, dos voluntades encontradas y enfocadas hacia una misma meta: llevar a su país donde nunca antes había estado. Sin la irrupción de Wawrinka, todo esto habría sido imposible, y su compañero lo sabe: “Ha sido el MVP este fin de semana“, sentenció en sala de prensa. Un agradecimiento sincero, natural, creado desde la amistad, forjado en ese triunfo del sábado donde unieron sus fuerzas para dejar a Suiza a un paso de la historia, enterrando los fantasmas de su derrota ante Monfils. Cada vez que el de Basilea contemple el trofeo, dos palabras aparecerán inevitablemente en su cabeza: “Gracias, Stan“.
Toda una vida plagada de títulos, celebraciones y alegrías. De récords, de rachas y dominación. De batallas, rivalidades y generaciones. Un palmarés impoluto con miles de tardes de gloria y, sin embargo, un pequeño lunar. Hasta en la ficha de Roger Federer aparecen manchas: la tierra batida. Nunca fue su predilección, pese a manejar números espectaculares sobre ella (es lo que tienen los genios). Quizás el lunar puede concretarse: Rafael Nadal. Lo que está claro es que esta combinación ha provocado que la carrera del suizo haya sufrido también sus altibajos. Curioso. Ha tenido que ser la tierra batida la que ha redondeando la trayectoria del helvético. Primero en 2009, Roland Garros. Ahora en 2014, Lille. Siempre en Francia. Un país que le ha regalado dos piezas imprescindibles para poder afrontar su candidatura de mejor jugador de todos los tiempos. Algunos dirán que todavía le falta la medalla de oro individual en unos Juegos Olímpicos. Río de Janeiro, prepárate.
Muerto y enterrado. Si volteamos el calendario un año atrás sería difícil encontrar a alguien que se imaginase esto. Imposible. De nuevo pecaríamos de agoreros. Nos cuesta aprender a controlar esa dichosa palabra, y más en el mundo del deporte, donde tantas y veces nos ha demostrado que es inútil. Cinco títulos individuales, número dos del mundo, 17 victorias ante los diez mejores del ranking, una Copa Davis… Federer ha vuelto a demostrarnos que tiene más vidas que un gato. Y no lo ha hecho por él, sino por nosotros. Para que no volvamos a dudar, para que nos convenzamos de que con él no existen las utopías, lo inverosímil o directamente lo absurdo. Una lesión de espalda intentó lastrar la última página de un curso memorable, pero apareció Wawrinka para salvar el barco. Antes, una disputa entre ambos compañeros también se propuso desestabilizar la balanza, pero Severin Luthi acudió al rescate de la nave. Incluso la Francia de Monfils luchó porque el último manjar de tan suculento menú llevara sabor amargo, pero la mejor Suiza de la historia emergió para culminar uno de los mejores relatos jamás vistos. Tan simple como irrepetible.
Y detrás de todo esto, la Copa Davis. Una competición única, como sus participantes. Esa que nadie quiere jugar, pero que todos quieren levantar. Una oportunidad anual de hacer de tu país la primera potencia mundial, de defender tus colores y de promover la amistad entre compañeros de equipo, algo imperioso en un deporte tan individual y egoísta como el tenis. De Wawrinka hasta Federer pasando por Monfils. Quien haya visto los partidos entenderá el espectáculo que estoy citando. Debemos proteger la Copa Davis, dándole el reconocimiento que merece y la mayor visibilidad posible. Señores, 27.448 espectadores creo que es un dato suficientemente esclarecedor. Cuidemos a los protagonistas, porque ellos son los que dan grandeza a este deporte, pero también a los torneos, torneos como este que nos devuelven nuestro esfuerzo y dedicación convertido en horas de intensidad, energía y corazón. “El tenis es más importante que cualquier persona“. No lo digo yo, lo dice Roger Federer.
* Fernando Murciego es periodista.
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