Mi querido amigo:
No creas que esto cae por fecha, no, por ese 20-N que cada cual celebra a su manera, como puede o le dejan. Bien mirado, alguna relación guarda con el protagonista –a su pesar, claro–, de fijar tan decisiva fecha en la memoria popular. Si me permites, al turrón, Martí: has aguantado con singular paciencia esa teoría tan personal sobre el fútbol español, incapaz aún de haber realizado el tránsito a la democracia, único baluarte, tipo aldea antitética a la de Astérix, de tiempos casposos, totalitarios, sin color y con exceso de miseria moral. Mandan los mismos y de igual manera que antaño, sin remisión y sin que nadie les exija rendir cuentas por los desmanes perpetrados. Se han perpetuado en la poltrona y no salen de ahí ni a chorros de agua hirviente, máxime cuando el éxito reciente les justifica y la gente, francamente, se queda en triste mayoría pendiente apenas de la superficie, de la epidermis, del último marcador, consagrando así su enorme suerte de aferrarse al cargo y vivir dabuten gracias al momio pillao.
España no quiere reconocer, ni lo hará nunca, es más, le importa una higa, ese evidente barniz que todo lo impregna y algunos han dado en llamar franquismo sociológico. En sinónimo, vivir bajo una democracia tutelada por los poderes fácticos de siempre, la casta del parné, los sempiternos amos del cotarro que imponen una manera de ser, sentir, aparentar y pronunciarse. En el orden natural y divino, ambos, de la eterna piel de toro, el PP en el poder y el Madrid alzando trofeos. O recientemente ya, el PSOE, por aquello del reverso de la misma moneda, el bipartidismo y el pesado de Lampedusa. Todo lo que no sea eso entra en categoría de excepción, accidente histórico, desliz o exigencia de responsabilidades al traidor que lo haya permitido puntualmente, en épocas limitadas. ¿Diversidad como riqueza? No me hagas reír. Para muchos, el alcance y profundidad de la democracia se limita, aunque hayan pasado tres décadas, a haberle visto las tetas a la famosa de turno en Interviú, apenas nada más. Y en que no te enchironen por rojo, si es que queda gente acorde con tan sonoro epíteto. Poco más, nada que ver con el trabajo diario de profundizar en la praxis democrática, por la diversidad, por la tolerancia, el respeto, la empatía, el escuchar, el intentar comprender al ajeno y disidente y esa amplia panoplia de principios y valores del concepto en la que apenas ahondamos con nuestro ejemplo porque somos, ay, así de limitados.
Por aquí, ya sabes, con esa manera tan propia de juzgar pajas o vigas ajenas, se da por sabido, supuesto y sufrido el franquismo sociológico perenne, inextinguible, con su variedad blanca cuando hablamos de calzón corto. Sin ir más lejos, ahí está el nuevo prócer de las huestes favoritas y favorecidas por la corte, caballero de amplísimo poder y tres letras en la multinacional, acostumbrado a cumplir su santa voluntad sin que le rechisten, aniquilador de hipotéticas oposiciones y cien detalles más, contemplado desde la periferia mediterránea como señal inequívoca, síntoma evidente que justifica la percepción. Les gusta el liderazgo férreo e incontestado, el caudillaje malevo, ellos son así. Mira el célebre palco del Bernabéu, signo decadente de los tiempos, caída del Imperio Romano o casi, césar y sus pérfidos acólitos… En cambio, aquí, esto es otra historia, nada que ver, claro… Pues, en cambio, ¿de qué narices me estás hablando?
La percepción reflejada en el distorsionado espejo presenta al Fútbol Club Barcelona como ejemplo único de democracia activa y participativa, en continuo estado de ebullición, de amplio espectro representado en el virtual parlamento azulgrana gracias a diversos ‘ismos’ que expresan, henchidos de convicción y argumentos, su manera de ver y ser, diversas sensibilidades con su idea y gestión teórica y práctica de ese arrebatador hechizo de masas llamado barcelonismo. Y un churro. O dos. Desde que nos abandonara el añorado Vázquez Montalbán, nadie se ha ocupado de poner teoría a la práctica culé, de intelectualizarnos los entresijos de tan particular fenómeno. Y lo echamos muchísimo de menos, cada día, en todo momento. Aquí, tierra de excelentes periodistas deportivos, se hace acopio y cosecha de la situación puntual, se analiza el estado de la plantilla conjugado en cualquier tiempo de pretérito, presente y porvenir. Y eso se hace bien, se escriben crónicas fantásticas. Pero no se teoriza ni se explican ya los porqués. Añadan al guiso que el Barça se distingue, en cuanto a pulsión de su masa social, por quedar enterrado entre el resultado del último marcador y la expectativa que genera el próximo lance, sin mayor distancia de análisis, presa del pulso momentáneo y oportunista, casi siempre alterado por el grado superlativo de exigencia en rendimiento. Tiempo atrás, quizá para seguir predicándole al desierto en la pretensión de querer paliar esa grave carencia, distinguimos aquí, como recordarás, Martí, presidencias republicanas o demócratas a través de la historia azulgrana, siguiendo el modelo de administración política norteamericana. En el caso del Barça, conservadores o ultraderechistas, de escaso acento político y social en la mayoría de los tiempos transcurridos o de progreso, de fortísimo tinte identitario territorial en otros momentos, fugaces, mínimos o cortos. Y allí nos quedábamos. Hoy, en cambio, conviene ir un paso más allá para enunciar, que no denunciar, una evidencia, la del omnipresente nuñismo sociológico que todo lo vigila, domina y mete en vereda.
El ingreso en prisión del constructor y expresidente por condena de estafa y soborno largamente aplazada, más de una década, mediante la presentación de recursos redactados por prestigiosos y carísimos letrados, ha generado la movilización instantánea de sus huestes, formadas casi militarmente para seguir generando sus continuas corrientes de opinión a favor del reo. Repasemos una brizna de historia. La era moderna del Barcelona arranca, más o menos como todas, en esas fechas, finales de los 70, cambio de régimen político y atisbo de entrada en el periodo global, de grandes cifras, derechos televisivos, seguimiento internacional y necesidad de profesionalización de los equipos más seguidos y poderosos. En Catalunya, como en todas partes, hay gente empeñada en confundir desde la noche de los tiempos lo público con lo privado, lo suyo con lo de todos y, cáspita, lo que es peor, creer que el patrimonio colectivo no va bien si no es mío y se hace de la manera que yo y mi gente creemos y exigimos que se haga. Desde el 78, Núñez ha confundido el Barça con otro de sus chaflanes, donde si se tenía que cargar un edificio modernista, caía a base de contactos de influencia, conocimiento de resortes y otras zarandajas propias de los poderosos. Y a la que tocas muslo de poder, eso llamado erótica, entre tus primeras acciones debe figurar el tejer la telaraña de intereses comunes en la proyección mediática que te permita pasar por Teresa de Calcuta cuando igual te comportas como émulo de Al Capone. No digo que aplique al caso, pero también recuerdo que ya nos afeitamos de hace unos cuantos días y no nacimos ayer, que ese es sentimiento y percepción común entre los millones y millones no pertenecientes a tan insignes cunas o no propietarios de tan lustrosos talonarios.
Tampoco aburriremos aquí, Martí, con un repaso a las andanzas del susodicho, ni entramos ni salimos ya. Apenas señalaremos que, desde el ingreso en Quatre Camins, han salido en tromba los corifeos, la amplia cuadrilla de mamporreros a sueldo dispuestos a justificar ante el que soltaba la pasta lo bien que les ha ido en la vida tras venderse a tal postor. No ha faltado ni uno, todos han escrito su panegírico y vertido cascadas en lágrimas de cocodrilo. En todo caso, podría sorprender y molestar más el silencio nada cómplice de tantos y tantos profesionales excelentes, ejército de Pancho Villa, francotiradores independientes sin jerarquía ni plan, que han preferido callar, imponerse la autocensura y no meterse en líos que el poder aún dispone de muchísimo ídem y puede callar bocas. Y hay miedo, muchísimo miedo aún a escribir sobre según quién porque te puedes buscar la ruina, como ellos la fabricaron a algunos insignes apellidos de la pluma y la voz caídos en desgracia por su deseo de conjugar la libertad de expresión en la que ilusamente creyeron y aún ignorados hoy en su auténtico calvario vital y profesional. Escribir la verdad, sea objetiva o arbitraria, acostumbra a salir por un pico carísimo. Aún así, conste que aún sorprende su veleidoso olvido de lo evidente: Recuerden que aquí somos cuatro gatos y todos nos conocemos de hace mucho. Lo dijo Pla, o amigos o conocidos o saludados. Y basta. Ni siquiera los seis grados de separación. Aquí, con dos llamadas, te sobran testimonios para saber la trayectoria de cada cual, de qué pie cojea y quién le sujeta la barandilla cuando baja las escaleras.
El caso es que, ahí vamos, mucha boquita lenguaraz hablando de maravillas democráticas y estamos encharcados hasta la nuez de nuñismo sociológico porque genera las corrientes de opinión constantes de consumo mayoritario que traga el barcelonismo sin rechistar y comprende el club a la manera que los señoritos entendían el latifundio. Yo en mi casa hago lo que me da la gana. Y siempre ha sido así. Hasta que una colección de osados miembros de la sociedad civil, un comando de demócratas kamikazes, se atrevió a escalar esas inalcanzables almenas. Madre mía, qué mal se lo tomaron desde la aparición del Elefant Blau. Desde entonces, ay, mira, casualidad (o no), el club ha estado judicializado y un nutrido puñado de testaferros han torturado a querellas y demandas a esa colección de okupas. Porque eran y son eso apenas, okupas que se atrevieron a subvertir el orden natural de las cosas durante siete años, desde el 2003 al 2010, todo un ciclo. Encima, ya es osadía en grado extremo, hasta confirmar la mejor época en tan centenaria historia, legando un modelo ahora en proceso de acoso, derribo y desaparición y tres tótems a los que disparar con saña y metralleta. Laporta, Cruyff y Guardiola son para ellos, tácitos propietarios del tablero de juego, la personificación de Lucifer, Satanás y Pedro Botero, por citar a un diablo en versión vernácula. Y a la que pueden, los presentan como lo peor de lo peor, sin que les salve siquiera la evidencia del trabajo realizado.
Precisamente, porque nos afeitamos y bajamos las escaleras como nos da la gana, no iremos a proclamar nada en blanco y negro, en todo o nada, a su manera. Nos encantan los matices, la duda, el saber que, escribió el poeta Pere Quart, todo es aproximado, relativo y circunstancial, nada funciona más que entre luces y sombras. Pero ellos son absolutos, los funcionarios del nuñismo sociológico hablan con verdades al 100 % cuando la realidad debería demostrar a tirios, troyanos o afiliados en cualquier ismo entre los incontables de esta peculiar religión que ellos han conseguido secuestrar al Barça, ahogarlo porque lo creen suyo. Cumplimos mucho tiempo de reclusión peculiar, de vivir bajo su yugo y antojo, a ver si nos vamos dando cuenta de una vez. De ahí que no importe glosar a un convicto, lucir publicidad en la camiseta de una vomitiva dictadura (¿y cuál no lo es?) o confundir los sentimientos del colectivo con la cuenta de explotación y los intereses privados de quienes gestionan el patio movidos por su deseo de generar networking en su agenda personal. La próxima vez que alguien sonría desde aquí socarronamente, acusando al vecino de caudillaje con gafas, más vale que repare en la evidente mancha que tanto afea su indumentaria: vive mediatizado por el nuñismo sociológico y ni siquiera se ha enterado. Esto no es, ni de lejos, un dechado de perfección democrática. Es más, retamos al alba tras la tapia del convento, como aquellos románticos en duelo, al guapo que quiera desmentirnos la evidencia histórica. El Barça sólo ha funcionado con demócratas, con excepciones, con iluminados o sabios heterodoxos. Cuando han llevado las riendas los conservadores, republicanos, interesados y jetas, ha resultado un desastre manifiesto. La gracia de Núñez, si la tuvo como perpetuado rector, fue disimular las carencias, el escaso éxito en el desempeño, a base de ofrecer imagen de dinero, otro atávico resorte primario que obnubila a los culés desde la ruinosa construcción de su Estadio. El palmarés de dos amplias décadas, una vez repasado, no da para grandes alegrías. Pero a ellos, ¿qué más les da? Es su juguete y nosotros no estamos invitados a su patio de recreo. Encima, los integrantes de esa peculiar cohorte del poder blaugrana, tan presumidos y exitosos, son unos mediocres de tomo y lomo. Eso sí que lo saben, aunque lo callen y disimulen. No son entorno, el entorno es guerrilla que aniquilarían si pudieran. Sólo les vale sentirse y ser poder, pobres.
Bueno, Martí, que vuelve la liga, descansa y prepara el punto de observación. Un abrazo y a seguir con la murga de seguir leyendo publirreportajes pagados, nada que ver con el oficio ese al que nos dedicamos y tanto nos gusta. O gustaba, que uno ya no sabe y solo duda.
Poblenou, ruedas de molino, las justas.
* Frederic Porta es periodista y escritor.
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