"Lo que equilibra a un equipo es la pelota. Pierde muchas y serás un equipo desequilibrado". Johan Cruyff
El inicio de la temporada 2014-2015 en el F. C. Barcelona está siendo de lo más controvertido en todos los sentidos. Desde una perspectiva institucional se siente la presencia de una cúpula directiva condicionada por la no elección solidaria de la masa social y derivada de la marcha repentina del líder electo, Sandro Rosell. Están tratando de llevar este proceso transitorio hacia otro período electoral amparados en la normativa, que los legitima, pero alejados de las urnas que debería refrendarlos.
La entrada de un nuevo cuerpo técnico, liderado por Luis Enrique y secundado por un grupo de profesionales del más alto nivel formativo, lleva aparejado un proceso de adaptación y concreción de una manifestación estratégica que, tras un inicio espectacular en cuanto a resultados, se ha visto repentinamente contestado por la presunta ausencia de metas formales en cuanto a estilo e identidad.
Es obvio que la presión mediática y el ruido alrededor del F. C. Barcelona se ha mantenido, si no incrementado, con respecto a la temporada pasada, en la que el Tata Martino vivió un período convulso en cuanto a la consecución de metas y sobre todo en cuanto a la adaptabilidad de un método que requería y requiere de planificaciones temporales complejas adaptadas a las potencialidades tecnológicas del club. El resultado final, ausente de títulos a pesar de llegar al final de temporada muy vivo en las dos competiciones más relevantes, le ha pasado una factura a la que se le ha añadido un recargo derivado de la no implementación de una metodología que sacase el máximo partido al potencial científico del club.
Este ejercicio, esa circunstancia recién mencionada, está fuera de sospecha. Los recién llegados no solo garantizan el dominio de las más complejas técnicas adaptadas al fútbol, sino que son capaces de mejorar su uso a través de mecanismos de aplicación propios en las que son innovadores.
A pesar de todo, la crítica continúa, se incrementa y se acerba en relación a varios parámetros identificativos de una cultura de club que ha definido el camino del F. C. Barcelona en los últimos años.
Esta crítica se ha llevado desde dos vertientes claras. Por un lado, la que contrasta lo que realmente es hoy en día el F. C. Barcelona, en relación a lo que fue en un pasado reciente, y se personaliza en términos colectivos e institucionales. Y por otro lado, una crítica centrada en las personas que potencialmente lideran los diferentes departamentos objeto de crítica, sea la gestión y administración de los recursos y el uso político de la entidad o la gestión deportiva focalizada en el desarrollo de un estilo no reconocido.
El foco de atención en la crítica institucional se centra en el presidente en funciones, Josep Maria Bartomeu, y la llamada al orden en relación al juego y a la utilización de la plantilla se focaliza principalmente en el entrenador, Luis Enrique, y, en menor medida, en el director deportivo, Andoni Zubizarreta.
Tratemos de valorar la realidad de este club en términos deportivos centrando la atención en las causas de la crítica.
El F. C. Barcelona ha vivido desde 2008 hasta 2012 los momentos más trascendentales de su historia reciente; diría más, los momentos estelares de toda su centenaria existencia. La presencia de Pep Guardiola y su equipo técnico llevó al club a reencontrarse con su tradicional estilo, consensuado como propio desde la primera consecución de la Copa de Europa en 1992 y sostenido por la presencia de entrenadores comprometidos con las formas y maneras adoptadas por norma por la entidad desde ese momento, y no solo se ha reconocido en ese estilo, sino que a través del trabajo del equipo técnico de Guardiola se ha conseguido llevar a situaciones de máximos el desarrollo futbolístico del primer equipo y, por extensión, la implementación futbolística del resto de equipos que conforman la institución, al punto de reconocerse en el fútbol de posición como sello identificativo de toda una estructura compleja.
El contraste desde el momento en que Pep Guardiola abandonó la entidad blaugrana ha sido claro. Primero, su continuación en la figura de Tito Vilanova, quien se vio condicionado en su devenir por una enfermedad que lo limitó en el ejercicio de sus funciones, pero que por talento, perseverancia y fuerza fue capaz de delegar en las figuras representativas de su cuadro técnico para garantizar la permanencia, que no la evolución, de un estilo marcado a fuego en la retina futbolística de la parroquia barcelonista.
La realidad, triste y conocida por todos, impidió a Vilanova culminar su obra para pasar a convertirse en icono referente de una época y en cita obligada para quienes quieran estudiar este momento histórico. Su fallecimiento ha generado un vacío que aún no se ha llenado ni se llenará y que ha provocado la dura decisión de continuar el camino a través de diferentes estrategas.
El elegido, de todos sabido, Gerardo Martino, quien a lo largo de la temporada pasada sufrió estoicamente la dureza de la crítica más purista al valorar su trabajo en contraste directo con su antecesor, Tito Vilanova, pero principalmente con la referencia máxima, Pep Guardiola, perdiendo en todos los foros conocidos cada contraste y cada análisis. La realidad se impuso duramente y los resultados fueron crueles con un entrenador que trajo su propia ilusión, pero que no pudo convencer ni dentro ni fuera de la institución a una mayoría deseosa de ver el fútbol que habían disfrutado en tiempos pretéritos.
Su paso fue generosamente amortizado con un puesto, merecido y adecuado a su sentir futbolístico, como fue su elección como seleccionador argentino.
La realidad busca implantar modelos que den continuidad al sello identificativo y corporativo del ente blaugrana, y el elegido fue Luis Enrique, quien tras su paso por el Barça B en la época dorada consumó su experiencia futbolística en foros de prestigio como la Roma y el Celta de Vigo, en el que supo analizar y realzar la realidad de un equipo celeste formado y tutelado bajo una filosofía muy cercana a la defendida y aprendida por el entrenador asturiano.
Su llegada al F. C. Barcelona llenó de expectativas a la parroquia y a las fuerzas vivas que crecen y se desarrollan alrededor de un ecosistema propio como es el denominado entorno blaugrana.
Pero las cosas no funcionan como la masa espera y las prisas por dinamitar procesos ni siquiera iniciados se dejan notar, sobre todo en el momento de máximo contraste competitivo, el enfrentamiento con el máximo rival, el Real Madrid. Hasta ese momento el ruido mediático estaba silenciado por dos factores, los resultados y la elección de una línea atrevida, y directamente vinculada con el sentir institucional, como contar con los jóvenes valores de la cantera, personalizados en dos promesas convertidas en realidad, Sandro y Munir, y en la expectativa de un gran valor como Samper.
Pero en el momento en el que el F. C. Barcelona sufre la derrota contra el Real Madrid, lo que estaba solapado bajo dos elementos generalmente aceptados por todos deja de ser válido y comienza la exposición mediática y, sobre todo, la exportación de una supuestamente manifiesta travesía por el desierto.
No ha transcurrido ni un tercio de liga y los juicios en algunos foros son sumarísimos.
Valoremos los puntos de partida y contrastemos estos con los del referente absoluto con quien ha de ser comparado desde este momento y hasta que el tiempo y la razón manden a cada entrenador que pase por esta entidad: Pep Guardiola.
Guardiola llegó en 2008 después de una campaña exitosa en el filial, con quien logró ascender a 2ª División B. El entonces presidente, Joan Laporta, le dio la oportunidad al chico de Santpedor y a su gente de confianza después de que en los dos últimos ejercicios con Frank Rijkaard se palpasen sensaciones de que el rendimiento de la plantilla podría haber sido mejor y se podría haber alcanzado un cierto nivel de éxito superior al conseguido.
Guardiola asumió la máxima responsabilidad de una plantilla que sufriría retoques considerables, principalmente referidos a parte de los pesos pesados del grupo en esas fechas, tal es el caso de Deco o Ronaldinho, máxima figura del equipo, quienes abandonron la entidad.
El club dio total libertad en la gestión de la plantilla a su entrenador, que configuró un equipo centrado en las bases sólidas originadas en La Masia y en los jugadores referentes que seguían de años anteriores. Subieron y se consolidaron en su posición a dos futbolistas del filial, Busquets y Pedro. Y se le dio una vuelta de tuerca a la incorporación de jóvenes valores de la cantera a lo largo de la temporada, lo que provocó un dinamismo extraordinario en toda la estructura vertical dedicada a la formación de nuevos valores de la entidad.
La tranquilidad institucional fue un hecho y el club creció en imagen y prestigio organizativo a la par que en el desarrollo futbolístico, tanto a nivel profesional como de gestión de la base.
Guardiola implantó un estilo que superó con creces lo esperado, a pesar de que sus inicios fueron desalentadores. La tranquilidad de los estamentos directivos facilitó la transición entre el período Rijkaard y el período Guardiola. y todo creció en relación a los intereses generales del club.
Unido a esto, los principales referentes de la plantilla estabann en una situación de máximo apogeo, en la edad ideal para producir y con el sentimiento de que todo lo que estaban haciendo era conocido y sostenido por la historia reciente del club. En ese ambiente, las figuras de Xavi, Puyol, Valdés, Iniesta y Messi crecieron como la espuma. Sus expectativas iniciales como profesionales fueron incrementadas por la realidad que les tocó vivir, de la que fueron plenos protagonistas. Messi, una estrella en ciernes, se convirtió en el mejor futbolista del mundo y regaló a la afición el mejor fútbol visto nunca desde la época de Kubala y Suárez o de la enorme influencia de Johan Cruyff. A su alrededor se formó la élite del sentir blaugrana, en la que Xavi se convirtió en la principal figura institucional y Puyol en el líder silencioso que con su ejemplo desbordaba emocionalmente a todo aquel que quisiera sentir la zamarra blaugrana. Con ellos, Valdés se reveló como una pieza fundamental, callada y centrada en su trabajo, pero con una incidencia importante dentro de la relación grupal. E Iniesta cubrió todas las facetas de un jugador formado en La Masia con una personalidad que llamó la atención por su peculiaridad y sencillez.
Alrededor de estas raíces bien asentadas se desarrolló la presencia de un montón de jugadores que combinaban y sabían operar en un entorno tan definido. Y por si fuera poco, los dos recién llegados sorprendieron, descubriendo en Busquets el punto de equilibrio que daba forma a todo el sistema y en Pedro al estilete que revolucionaba el contexto cada vez que participaba.
Todos, con expectativas definidas y con edades ideales para desempeñar su papel, dieron lo mejor de sí mismos, y los potencialmente cuestionables, véase Eto’o, Yaya Touré o Henry, otorgaron lo mejor de su repertorio futbolístico y adaptaron sus egos a un ente superior, el equipo.
La construcción del gran F. C. Barcelona se asentó sobre un concepto que parece que todos han olvidado: estabilidad institucional. El club creció y la plantilla profesional alcanzó el máximo deseado y superó lo esperado para llevar en un cuatrienio mágico, el fútbol expresado en la interacción combinada de sus partes, lo más elevado que jamás se haya conocido.
Todo aquel que no supiese o fuese capaz de adaptar su personalidad a dicho proceso de crecimiento se cayó del grupo, con lo que se llegó a un nivel de filtrado tal que permitió que el equipo como ente superior a la suma de sus partes llegase a la sublimación de sus actos.
Aquí, aparte de los mencionados anteriormente, se hicieron un lugar en la leyenda jugadores como Piqué, Dani Alves, Mascherano, Abidal, Keita y otros que completaron un elenco que definió claramente la idea que tiene todo gestor de grupos: el equilibrio supremo entre intereses individuales y colectivos.
Y por si fuera poco, el éxito cosechado por el equipo contagió y alcanzó en niveles importantes a la propia selección española, que contó con la mejor generación de futbolistas que jamás tuvo relación de complicidad con el éxito.
El punto de partida de este periplo fue extraordinariamente definido. Se partía de un período de éxito incompleto con Rijkaard, con una institución tranquila en su cúpula directiva, con la masa social expectante y los medios de comunicación pendientes de por dónde iba el proceso. Y el proceso creció y llegó a sus máximos precisamente porque disponía de una base sólida que le permitió experimentar, probar y crecer desde la diversidad futbolística amparada en una línea definida que se fue fortaleciendo con el tiempo.
¿Podemos decir que las circunstancias que rodearon el inicio del Tata Martino fueron similares en cuanto a formas, política y relación social con el resto de agentes externos que rodeaban a la entidad?
Evidentemente no. Se partió de un momento crítico: la salida necesaria por cuestiones de salud de la persona llamada a garantizar y evolucionar el proceso iniciado anteriormente y que culminó con su fallecimiento prematuro y se evoluciona bajo una organización interna diferente en términos de cultura de club. Sandro Rosell sustituyó a Laporta, Andoni Zubizarreta a Txiki Begiristain y los jugadores con mayor peso específico, sin ver su compromiso cuestionado, tenían expectativas diferentes a cinco años antes, dado que habían conseguido mucho más de lo que su propia imaginación jamás habría soñado. Campeones del mundo y de Europa con España, dominadores de unas ligas con un contraste amable, en la que el elemento distorsionador de la paz se identificaba en el entrenador del máximo rival, elemento motivador añadido. Y además fueron capaces de ejercer una dinastía amparada en la más romántica de las ideas, ganar convenciendo incluso al adversario de que el estilo era el indicado, el estilo que fue consolidándose a medida que fue pasando el tiempo.
Martino vivió su calvario particular al representar la figura que sufre el período de inflexión de una época de máximo esplendor hacia otra indefinida, que podría ser incluso mejor si se tiene la capacidad y la posibilidad de afrontar los cambios indicados y si se sabe de antemano que esos cambios son posibles de realizar. Pero la realidad es la que es y todo proceso de cambio está sujeto a una situación de estabilidad y consenso que permita ponderar las consecuencias de los mismos. Y esta situación institucional no se daba, por lo que los cambios no se acometieron.
La realidad es caprichosa y el F. C. Barcelona dirigido por Martino terminó sin ningún título en sus vitrinas, después de muchos años de éxitos con Rijkaard, Guardiola y Vilanova.
La decadencia se empezaba a intuir y de golpe la vieron delante de la puerta. Pero no era una decadencia deportiva, era una consecuencia real del paso del tiempo y del proceso involutivo que sufría la entidad en términos de gerencia y liderazgo institucional. Todo afecta, pero lo más rotundo siempre es lo más expuesto: el fútbol que se ve cada domingo y que se puede juzgar desde diferentes prismas en función de los diferentes intereses de cada uno.
Y llegamos a la época actual. Luis Enrique desembarca en el F. C. Barcelona, pero muchos creen que se va a volver a la realidad amable de antaño. ¡Craso error! Esa realidad forma parte ya de la historia reciente del club azulgrana.
La actualidad muestra una realidad contundente, pero los juicios se dejan sentir, por costumbre o por falta de interés en recabar los datos, en lo que siempre lleva al contraste fácil. El juego no es el de la época de Guardiola, el equipo pierde identidad y una frase que indica la vacuidad de los análisis, el equipo no se sabe a lo que juega, etc.
Luis Enrique se encuentra con un equipo que es una cosa y con un colectivo envidiable de jugadores que representa otra.
Entró en Can Barça con la presencia de tres tenores principales. Messi, que tiene unas expectativas personales y profesionales diferentes al momento en que se encontró con Pep Guardiola, ha llegado al máximo a nivel individual y mantiene el ritmo devorador, pero con expectativas diferentes: ya ha logrado lo que un futbolista desea y no ha alcanzado su leyenda con su país porque Alemania, con un estilo muy cercano al conocido por la casa blaugrana, se ha cruzado en su camino. Junto a él, Neymar, llamado a ser la máxima figura en cualquier otro club, comparte protagonismo con el máximo exponente histórico del fútbol actual. Su llegada ha sido el origen de mil controversias y su primer año estuvo sujeto a múltiples avatares, pero su rendimiento en este principio de temporada es el esperado de un jugador de su talante y su talento. Y finalmente, la figura de Luis Suarez, que aterriza en el club después de un mundial en el que su figura sufrió un duro golpe a causa de una actuación desafortunada en la que el juicio premeditado del organismo rector quiso pasar factura por razones que se escapan a mi conocimiento.
Tres elementos que condicionan enormemente la dinamización de un proceso que está llamado a cambiar si se quiere volver a ser referente.
Alrededor de estos tres jugadores se mantienen las figuras de Xavi, que ha llegado a su máximo y vive su momento de reconvertir sus atributos futbolísticos más hacia la expresión puntual de un momento de talento que a una influencia continua en el desarrollo general del juego; Sergio Busquets, que se encuentra en un momento de su carrera en el que necesita definir su exigencia: lo ha alcanzado todo en su primer tramo de vida profesional, su cabeza debe adaptarse a una realidad totalmente diferente a la que vivió en su momento de debut con Pep Guardiola; Pedro, con una situación de no consolidación en el once titular, pero con experiencias y vivencias que le permitirán seguir siendo referente; Iniesta, por fin en el momento en el que debe dejar de ser un lugarteniente para convertirse en capitán general; y Piqué, en tierra de nadie. Su figura, controvertida, está sujeta al trato amarillo de un sector de la prensa ocupado en aspectos privados de la vida del futbolista y otro sector ocupado en señalar lo que supuestamente no debe hacer, en vez de analizar desde la realidad, lo que realmente hace.
Ausencias definitorias son las de Puyol y Valdés, que dejan un vacío en la jerarquía interna de la plantilla que ha de ser llenado.
Y además, con jugadores que llevan tiempo en la entidad y que han dado y alcanzado el máximo, y de los que aún se espera mucho, pero que al igual que sus compañeros, tienen expectativas personales diferentes a las que manifestaban en el momento del encuentro con Guardiola.
¿Se puede hacer a día de hoy una comparativa real y objetiva de este colectivo de futbolistas con el grupo que inició el camino hacia la sublimación futbolística con Pep Guardiola? ¿Se sostiene esta comparación con hechos argumentados?
Evidentemente, no. Estamos en un momento en el que, tras una primera fase transitoria en la que se perciben todos los elementos distorsionadores que generan quebranto en la evolución institucional y futbolística del club, se empiezan a definir los pasos hacia una nueva realidad que afectará a la institución en cuanto las urnas hablen y que está afectando al plan estratégico del equipo de fútbol en relación a su definición como grupo.
¿Se le puede pedir a Luis Enrique que mantenga una línea continuista con el supuesto estilo adquirido por el equipo blaugrana tras la culminación de Guardiola? Sí, desde luego, pero en otros términos.
Los jugadores no son los mismos, los ocho que permanecen en el plantel desde la etapa anterior con Guardiola igualmente han evolucionado hacia otro perfil de futbolista. La interacción de los nuevos debe ser en otros términos a la que se estableció con los que Guardiola tenía en plantilla, la dinamización del juego se ha de asentar en procesos generalmente aceptados por el equipo, no tanto porque digan que asumen el papel asignado, sino porque el tiempo demuestra que el papel asignado es desarrollado en términos de óptimo equilibrio.
Luis Enrique ha iniciado su periplo en uno de los momentos más convulsos de los últimos tiempos. La institución no garantiza que cualquier cambio en las formas o en el fondo del proceso evolutivo del fútbol esté garantizado por medio del consenso entre las dos matrices más importantes del equipo profesional, la administrativa y la deportiva. La incertidumbre en la posición dirigente es obvia, a pesar de que se mantendrán supuestamente dos años más en el cargo. La realidad sobre la que se asentó la dinámica que vivió Pep Guardiola fue totalmente diferente a la que está viviendo Luis Enrique, por lo que los cambios que se afronten se harán bajo un prisma diferente.
Con Laporta en el cargo, el equipo venía de una época de éxitos incompletos tras el paso de Rijkaard, como dijimos anteriormente; se partía de una tranquilidad en cuanto a logros conseguidos que podía ser mejorada, y así se consumó.
Actualmente, la exigencia en términos de resultados es de prisa y necesidad. No se puede perder el tiempo en procesos de contraste y testeo de dinámicas nuevas que provoquen ralentizaciones en las estimaciones deportivas establecidas desde la cúpula, porque precisamente son estas estimaciones, los resultados, quienes sostienen la legitimidad de quienes ocupan su cargo institucional.
Se necesita cohesionar a un grupo en el que figuran tres exponentes diferentes de máximo rango en el fútbol mundial, Messi, Luis Suarez y Neymar, que han de ser acompañados por futbolistas con un rango de evolución personal aún por determinar y definir y con jugadores que han llegado a la máxima expresión de su fútbol, caso de Xavi.
Se necesita establecer el papel de quienes han de recoger el testigo del liderazgo que tan alto dejaron Puyol, Xavi, Valdés y otros. Y esos, los encargados de asumir la responsabilidad, deben acomodar sus intereses y expectativas personales a la realidad actual del club y a las exigencias nuevas de un cuadro técnico que sabe que el camino es escabroso, pero no por ello desagradable de recorrer.
El equipo técnico de Luis Enrique vive una de las situaciones que más apasionan a los entrenadores. Poder redirigir el camino de un equipo estandarte del éxito hacia nuevas fórmulas de expresión, con reminiscencias del pasado reciente, pero con evoluciones que permitan sacar lo mejor de lo que es por todos conocido junto con las evoluciones propias de una nueva etapa, con nuevos futbolistas, con entornos diferentes y contextos competitivos cambiantes. Porque hasta en eso se ha cambiado: se ha pasado de un Real Madrid beligerante con José Mourinho como máximo adalid a otro amable y ganador de la mano de un sabio del saber estar como es Carlo Ancelotti. Y para colmo se ha subido al carro de la reivindicación institucional un histórico que ha vuelto, el Atlético de Madrid, dirigido por dos comandantes del cuerpo a cuerpo, como son el Cholo Simeone y el Mono Burgos.
Analizar y valorar la realidad del reciente inicio de este F. C. Barcelona sin contemplar todas las circunstancias que le afectan y una parte de estas, que han sido expuestas humildemente aquí, supone obviar y sesgar los análisis. Seguramente algunos ya se han sesgado intencionadamente, pero otros pueden ser fruto de una dinámica que se ha enraizado en la costumbre, pero que no ha validado el contexto actual.
Desconozco si el F. C. Barcelona está nuevamente en un proceso de inflexión y cambio o si por el contrario vivirá desde ya una nueva evolución hacia otras vías de manifestación futbolística. Me gustaría pensar que el fútbol en su diversidad posibilitará ver un F. C. Barcelona con más argumentos, con más propuestas futbolísticas que vienen condicionadas y derivadas de las particularidades de las gentes que actualmente lo defienden, y que no solo nos quedaremos con el juego de posición como esqueleto de lo que ha sido y ya no es.
El fútbol recorre muchos caminos, algunos estelares, otros de mero trámite, pero la mayoría asentados en situaciones de equilibrio, que vienen dadas o que es preciso crear.
La realidad de este F. C. Barcelona es manifiesta, necesita crear su propia situación de equilibrio para asentar las raíces de un nuevo proceso posGuardiola. A mí personalmente me gustaría creer que podrá ser con esta plantilla, evolucionada en los términos que requiera el proceso y con este equipo técnico que presenta lo mejor de los últimos dos inquilinos del banquillo blaugrana: la potencial magia asentada en el estudio y el trabajo de Pep y Tito y la honradez definida en el comportamiento ejemplar de un Tata Martino al que la historia tiene guardado un lugar muy amable en los libros de ruta blaugranas.
Lo único que se necesita para despejar la gran incógnita que tenemos todos es tiempo. Solo nos queda ser capaces de entonar nuestra opinión desde la base más argumentada posible, salvo que tengamos un interés definido en nuestro camino. No es mi caso.
* Alex Couto Lago es entrenador nacional de fútbol y Máster Profesional en Fútbol. Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Santiago de Compostela. Autor del libro “Las grandes escuelas de fútbol moderno” (Ed. Fútbol del Libro).
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