"La clave del éxito no es jugar como un gran equipo, sino jugar como si el equipo fuera una familia". Stephen Curry
Su melena saltó al campo por primera vez en Pucela. Cuando debajo de aquellos rizos aparecía una cara de adolescente tardío y delantero extraviado ante el aprendizaje del idioma Barça. Van Gaal, ese profesor que tantos alumnos ha reconducido por nuevas sendas, le dio la oportunidad. Pero ni él podría avistar el inicio de la leyenda. Tarzán o Bravehart fueron algunos de los primeros apodos que se ganó por su despliegue, por su pasión en cada lance, por su entrega infinita al equipo de sus amores. Repetía mi padre que era la mejor fotocopia de Migueli que había visto. Otro Tarzán, otro capitán eterno que tuvo la fortuna de tocar el cielo vestido de azulgrana. También tuvo tiempo para saborear la amargura del deporte y de la vida, de la derrota y la lucha constante. La que no le faltó ni un solo día en los que defendió la camiseta del Barça. Un 2 de octubre de 1999 debutaba Carles Puyol en Primera y estos son los momentos que marcaron su carrera.
Primera noche memorable. Ante el Real Madrid, haciendo un marcaje al hombre a Luis Figo, antiguo compañero y ex-capitán azulgrana. En ese momento el portugués es la estrella del máximo rival y pocas veces habrá sufrido un marcaje tan pegajoso. Carles se gana al público y el respeto de sus compañeros recuperando balones, interceptando avances y persiguiendo a Figo por todo el campo. El Barça se hace con los tres puntos y Puyol empieza a dibujar sus virtudes: es un marcador excepcional.
Si hay alguna imagen que resume lo que fue Puyol sobre el campo ésta se produjo en octubre de 2002. En un partido de Champions frente al Lokomotiv de Moscú y el delantero Obiorah había regateado a Bonano y enfilaba la portería. Todavía tenía que sortear un último obstáculo: Puyol. El defensa consiguió interceptar el disparo con su pecho desatando la ovación de la grada. Aquel gol lo paró con el escudo, un escudo del que él sería pieza fundamental durante la siguiente década.
Era la primera vez que se jugaba la cara por el Barça, no sería la última. A Puyol le vimos con máscara tras partirse el pómulo en varias ocasiones, nos dolió comprobar cómo se retorcía de dolor cuando se luxó el codo y admiramos su valentía tras ponerse un par de grapas en pleno partido y seguir jugando en Milan como si nada. Entre medias tuvo tiempo para evitar decenas de goles con sus tackles en el área, in extremis, como aquella vez que el disparo de Roberto Carlos se estrelló en su cara. El miedo nunca fue un compañero de juego para Puyol.
Hijo de payés, su carácter era un arrebato de personalidad y sentimiento. En 2004 fue designado primer capitán por sus compañeros a la edad de 26 años. Sucedía a Luis Enrique en el ocaso del último Barça tormentoso y famélico de títulos. En París, dos años después tocó el cielo tras frenar al mejor Henry que se recuerda. Carles se convertía en el segundo jugador azulgrana que levantaba la Orejona en una imagen de esas que valen toda una vida. Su padre estaba en la grada: “Fue un día espectacular, es el único partido que vio mi padre. Nunca había venido a verme jugar y vino obligado por Manel Sostres”, recordaba Puyol en su despedida como jugador. Una vez atravesado el desierto, alzar copas se convertiría en una costumbre: 6 Ligas, 3 Champions League, 2 Copas del Rey, 2 Mundiales de Clubes, 2 Supercopa de Europa y 6 de España, más una Eurocopa y un Mundial con la Selección, completan su palmarés.
Un defensa que ha dejado goles memorables, calcados y reivindicativos. Como aquellos besos a la Senyera en pleno Bernabéu, en la tarde del 2-6. “La jugada del gol solo la sabíamos Piqué, Xavi y yo. No estaba ensayado, estaba hablado”, rememora Puyol en otra imagen que acompañará siempre su figura. Junto a ella aparecerá otro cabezazo, éste en la semifinal del Mundial de Sudáfrica, rodeado de torreones alemanes. Sobre ellos se elevó ese huracán rizado para llevar a España hasta la final. Menos recordarán quizá otro gol, mucho más artístico, mucho menos importante. En una goleada frente al Tenerife en 2001 ‘Puyi‘ se permitió el lujo de anotar mediante una chilena. Rivaldo había creado escuela.
Un ejemplo dentro y fuera del campo. Donde ha dejado otro reguero de imágenes que hablan por si solas. Las reprimendas a Thiago y Alves tras celebrar un gol con bailecito incluido, la entrega del Gamper a Ronaldinho en su vuelta con el Milan, la ayuda prestada a Miki Roqué o el gesto con Abidal en Wembley: “Lo pensé dos o tres días antes de jugar la final. Lo comenté con dos personas y les dije que no dijeran nada, soy muy supersticioso”. Nadie había luchado más que el francés por aquella Copa de Europa. La vida volvió a ponerle a prueba como capitán y líder con la enfermedad de Tito y en esos duros momentos se mostró tan firme como sobre el césped. Como siempre, un ejemplo de valores.
Su nivel, tras alcanzar la excelencia táctica y física con Pep Guardiola, cayó varios peldaños producto de las lesiones. Con Gerard Piqué formó la mejor pareja de centrales del mundo durante tres años consecutivos. Ambos limaron sus limitaciones con el otro al lado, para dar un clínic de antipación y correcciones, de tacklings y robos, de coberturas e incluso de salidas de balón que rompían líneas. Con la guardia siempre alerta, la confianza era de altura pero las rodillas y el inexorable paso del tiempo terminó con el idilio. Desde la grada o el banquillo tuvo que ver cómo un equipo de leyenda se derrumbaba inmerso en problemas deportivos y extradeportivos. En ese momento tuvo el coraje y la honestidad de dar un paso al lado. Exigente como pocos no se veía para seguir jugando y prefería ayudar al equipo de sus amores desde otra posición. Ahora es la mano derecha de Zubizarreta y a buen seguro un consejero y profesor de lujo para los defensas que viven el año I d. C., después de Carles.
* Emmanuel Ramiro es periodista.
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