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1.- Muy cerca del centro urbano de Borisov discurre el cauce del río Berézina, conocido no solo por ser uno de los principales ríos que bañan Bielorrusia, sino también por haber sido sus riberas escenario de importantes episodios históricos de los pueblos de Europa. Uno de ellos lo vivieron las tropas francesas de Napoleón, quien se imaginó la ficción de un mundo colonizado por su imponente bastón de mando, su codificación civil y su francesa revolución, y a punto estuvo de hacerla realidad.
2.- Ya en 1812 parecía resignarse a la verdad, y en plena retirada de la campaña rusa debía atravesar el río Berézina cerca de Borisov con su Grande Armeé, asediados por el ejército ruso. La batalla supuso una debacle para las tropas napoleónicas, con más de 20.000 soldados muertos por disparos enemigos o por la hipotermia al tratar de cruzar el río. El desastre militar, histórico y humano fue de tal magnitud que la lengua francesa adoptó el término bérézina para designar una derrota catastrófica o un completo fracaso.
3.- El Athletic vivía la segunda etapa de su sueño, necesitado de una imperiosa realidad: recuperar sensaciones y perder lastre. La dinámica de resultados negativos y progresivo bloqueo amenazaba con estropear, desde el primer mes, la temporada más ilusionante en dos décadas. Con la ventaja de escribir a posteriori, si se percibe una amenaza será cualquier cosa menos fantasma. Porque la imagen espectral que seguramente mejor representa lo sucedido en Borisov la ha ofrecido la televisión: con el Athletic engullido por la sombra de sus miedos, el realizador enfoca a uno de sus fieles con el rostro hundido en sus manos. El espectador dudaba si no era capaz de seguir mirando lo que ocurría, o si lo que ocurría le invitaba a tratar de burlar las lágrimas. La imagen adquiere toda su fuerza cuando el fiel descubre al fin sus ojos y aparece la mirada desencajada de Ernesto Valverde.
4.- Empezando por el principio, el técnico bilbaíno confió las bandas a Muniain (en la derecha) e Ibai Gómez y dejó en el banquillo a Susaeta, Gurpegui y De Marcos. La suplencia del alavés pareció apuntar a reservarse el comodín de un revulsivo, pues sería Iraola quien ocupara el lateral derecho. Además, la disposición en el campo era un 4-1-4-1 más definido que otras veces, con Mikel Rico y Beñat a la misma altura. Enfrente, Aleksandr Yermakovich se salía del guion con la titularidad en punta de Nikolai Signarevich en detrimento de su futbolista más conocido, el veterano Vitali Rodionov, y del joven Evgeni Yablonski en el pivote en lugar de Edgar Olekhnovich. El descaro y la valentía se contagiaron a sus hombres, y el planteamiento del BATE sorprendió al Athletic. Fue la diminuta chispa que sirvió para encender el desconcierto.
5.- Porque el campeón bielorruso hizo dos cosas que aparentemente no esperaban los leones. Sin balón, presionaba muy arriba la salida bilbaína, con Signarevich y Aleksandr Karnitskiy (mediapunta) sobre los centrales, y tenía siempre al menos cuatro hombres en campo rival mientras estuviera allí la pelota. Con la posesión, el BATE no buscó directamente a su nueve, sino que intentó progresar con pases sencillos, postergando la exposición del balón. Esta decisión de Yermakovich hacía inútil la colocación de las líneas del Athletic, que mantuvo la defensa siempre adelantada, pero con los tres medios muy cerca, hacia la mitad de su propio campo, tratando de ganar la continuación del esperado balón directo y habilitar a las bandas o buscar a Aduriz con rapidez.
6.- La consecuencia era observar a un equipo rojiblanco muy largo en todas las fases del juego, con unos medios que iniciaban la presión tras un esfuerzo igualmente largo que les hacía llegar tarde y sin frescura al choque o al cruce. Cuando el BATE arriesgaba el balón, el escenario ya no podía ser el que había preparado Valverde. En estas que llegó el 1-0. Saque de esquina de Maksim Volodko (espléndida pierna izquierda la suya), prolongación en el primer palo e imperdonable apatía en la marca de Iturraspe, que no siguió a Denis Polyakov.
7.- El gol arrojó al Athletic al gélido río del desconcierto. Dio comienzo una media hora de auténtica pesadilla. La pelota se perdía en pases largos y conducciones sin sentido y, a partir de ahí, cada uno lo quería arreglar por su cuenta. Cada rechazo era local, Signarevich ganaba cada lance a la zaga y entre Karnitskiy, Maksim Volodko y el lateral Filip Mladenovic castigaban una y otra vez el sector de Iraola y San José, que tuvo el dudoso honor de merecer el papel de talón de Aquiles de un fantasma con pies de barro. El poste de Signarevich y el gol de Karnistskiy no eran sino moderada consecuencia de un baño de agua helada. Justo antes del descanso, una genialidad de Muniain encontró una brillante acción de Aduriz. 2-1. Era corto e injusto, pero servía para sentir algo de vida.
8.- Bien mirado, el Athletic había invitado al pesimismo, para después afanarse en coquetear con el ridículo. Terminaría pagando el precio de la debacle. Una bérézina en toda regla, exactamente en el mismo lugar que dio a luz a la palabra dos siglos antes. Tras el receso, Valverde dio entrada a De Marcos y Susaeta por Mikel Rico e Ibai Gómez, retrasando a Beñat para que pudiera ver por fin algo del juego de cara en un 4-2-3-1. No sirvió de nada. Cada vez que parecían asomar sensaciones, un error inexplicable y no forzado daba pie a una cadena de despropósitos de la que costaba varios minutos librarse. Solo la falta de acierto de los jugadores del BATE y la lógica aparición de la fatiga impidieron un marcador más abultado.
y 9.- El Athletic jugó toda la segunda mitad con la ansiedad anudada en la garganta, los ojos vendados e imaginándose en un perpetuo minuto 90 desde que pitó el árbitro la reanudación. Y actuó en consecuencia. Y jugó en consecuencia. Leones enjaulados en la angustia de apagar la ilusión. Para sufrir una pesadilla, primero hay que cerrar los ojos para soñar, pero eso solo lo descubre uno cuando ya ha caído dormido. Decía Antonio Machado que, después de la verdad, no hay nada tan bello como la ficción. Es muy delgada la línea que las separa, así que ahora toca resistir la tentación de cerrar los ojos y fingir que nada de esto fue un error.
* Pedro José Arbide.
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