"Cada acto de aprendizaje consciente requiere la voluntad de sufrir una lesión en la propia autoestima". Thomas Szasz
Hoy, 29 de septiembre de 2014, se cumplen 100 años, un siglo exacto, de la muerte del francés Jean Bouin, uno de los mejores atletas de principios del siglo XX. Nacido en Marsella el día de Nochebuena de 1888, Jean Bouin fue uno de las nueve millones de combatientes que perdieron la vida en la Gran Guerra, la I Guerra Mundial.
Jean Bouin había sido subcampeón olímpico, era plusmarquista mundial de varias distancias y era un atleta popularísimo en Francia. Pero al estallar la guerra, en julio de 1914, se alistó voluntario como soldado de segunda clase en el 163º regimiento de infantería. En principio fue asignado a una unidad auxiliar, pero pronto fue llevado al frente de combate; todos aquellos jóvenes muchachos pensaban que todo habría acabado cuando llegara la Navidad y que estarían para entonces de vuelta en casa. Pero la guerra no iba a ser, como se demostró muy pronto, ningún paseo, sino uno de los momentos más trágicos de la historia de la humanidad. El 29 de septiembre, solo dos meses desde que estallara la contienda, en el frente del Marne, en la localidad de Xivray, situada en la región de Lorena, y en los días finales de la primera batalla del río Marne, Jean Bouin cayó abatido en el frente de batalla en el asalto del estratégico Mont Sec. A pesar de que en aquel momento se habló de que murió atravesando las líneas enemigas alemanas al grito de ¡viva Francia!, todo parece indicar que cayó por el fuego amigo de la propia artillería francesa.
Jean Bouin fue uno de los 80.000 franceses muertos en aquella batalla. Una cifra escalofriante. El cadáver de Bouin, de aquel atleta que había saboreado todas las mieles del triunfo, recibió sencilla sepultura, junto con otros soldados en el castillo, destruido después, de la pequeña localidad cercana de Bouconville-sur-Madt, aún con el fuego enemigo acechando. Bouconville y Bouin han estado desde entonces unidos en la memoria. Una vez acabada la guerra, el 27 de junio de 1922, su cuerpo recibió definitiva sepultura en el cementerio de Saint-Pierre de su ciudad natal, junto a otros 39 marselleses caídos aquellos días.
Nuestro protagonista tenía solo 25 años cuando falleció. La I Guerra Mundial, como posteriormente la Segunda, truncó la vida de millones de jóvenes. Bouin tenía grandes planes de futuro. Había mejorado sus entrenamientos, había dejado de fumar y pensaba que en los Juegos Olímpicos de 1916 en Berlín podría resarcirse de su derrota olímpica de Estocolmo, que veremos más adelante. La vida, el amor, le sonreía, pues había entablado una fuerte relación sentimental con Rose Granier, hermana de un gran amigo suyo. Estaban prometidos y, una vez iniciado el conflicto, estaban decididos a casarse en cuanto acabara la guerra; pensaban que iba a ser muy pronto… Ironías del destino, Rose vivió 101 años, murió en 1987.
Jean Bouin, marsellés como hemos dicho, era un hombre más bien pequeño (medía 1.67 ó 1.68 metros), pero robusto y de fuerte complexión, pues pesaba en plena forma entre 66 y 70 kg. Hombre inteligente, trabajaba en el banco Société Générale y tenía un carácter muy especial, a veces excéntrico, que le hacía destacar en los más diversos órdenes de la vida. Era un hombre muy supersticioso. Por ejemplo, corría frecuentemente con un mondadientes en la boca. Era, curiosamente, un empedernido fumador. Con frecuencia aparecía serio y absorto. Su carácter le jugó a veces malas pasadas, como cuando, con solo 19 años y habiendo bebido en demasía, se vio involucrado en una pelea en Londres, en un bar del Soho, en las vísperas de los Juegos Olímpicos de 1908.
Bouin se inició muy joven en las carreras de mediofondo y fondo, aunque sin un entrenamiento específico, pues practicó varios deportes y con una preparación física en sus más variadas formas, habiendo desarrollado su fuerza de forma tan notable que los periodistas solían referirse a él con el apelativo de Hércules. En su trabajo le dieron facilidades para el entrenamiento y, cuando este se hizo intensivo y más elaborado, el talento natural de Bouin estalló. A lo largo de su carrera deportiva nuestro protagonista batió seis récords mundiales. En 1911, el de los 10000 metros. En 1913 se convirtió en el primer ser humano en recorrer más de 19 km en una hora. Su mejor marca en 5000 metros permaneció durante 34 años en lo más alto de las listas francesas. El de la hora, una prueba muy popular durante décadas, duró hasta 1955 como récord francés. Destacó también en el campo a través, pues fue el primer no inglés en vencer en el Cross de las Naciones, cosa que hizo en tres ocasiones: de 1911 a 1913.
La prueba de 5000 metros de los Juegos Olímpicos de Estocolmo de 1912 fue una carrera de extraordinario nivel y supuso, sin ser exagerados, el nacimiento del fondo moderno. Jean Bouin fue protagonista de un duelo fantástico con el finlandés Hannes Kohlemainen. En la eliminatoria, el estadio quedó asombrado con los 15:05.0 de Bouin, récord francés y segundo mejor crono de todos los tiempos. En la final, el duelo entre Kohlemainen y Bouin, que era esperado con una expectación inusitada, no defraudó a nadie. Ambos campeones se alternaron en la primera posición y descolgaron a todos sus rivales. Todo el mundo apreció que se iba muy rápido, tanto que muchos no daban crédito a los tiempos parciales que se iban tomando desde la grada. En la última vuelta el francés realizó un ataque largo y fortísimo que pareció que iba a darle la victoria, pero el finlandés no se dio por vencido y recortó la distancia progresivamente hasta alcanzar a Bouin y superarle en los diez últimos metros. Kohlemainen marcó 14:36.6 y Bouin, una décima más. Se batió el récord mundial del británico Robertson, de 1908, en más de 25 segundos. Más de uno pensó que su cronómetro había funcionado mal, pues eran registros estratosféricos, del futuro y no del presente.
La popularidad de Jean Bouin alcanzó en vida altísimas cotas en Francia, en una época en la que los deportes de equipo no gozaban de la difusión que tuvieron posteriormente y en la que las proezas individuales tenían una enorme acogida entre el gran público. Dicha popularidad y celebridad se multiplicaron al morir en el campo de batalla como un héroe de guerra, llegándo a convertirse en aquella época en un mito, símbolo de una generación perdida por la guerra. Como es bien sabido, lleva su nombre la prueba de pedestrismo, como se decía en su primera época, que se celebra en Barcelona todos los años. También se llaman Jean Bouin multitud de instalaciones deportivas y calles y plazas de nuestro país vecino. Todo ello para honra de un atleta del que, en el terreno deportivo, nunca sabremos dónde habría podido llegar, un atleta cuyos éxitos contribuyeron poderosísimamente a la difusión del atletismo y del deporte en Francia. Estamos seguros de que hoy, 29 de septiembre de 2014, en el cementerio marsellés de Saint-Pierre, flores frescas adornarán la tumba de Jean Bouin.
* Miguel Villaseñor.
– Fotos: Bibliothèque nationale de France
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