La guadaña del hijo pródigo

por el 22 septiembre, 2014 • 11:05

 

Con un triángulo con potencial asociativo formado por Matic y Cesc en el doble pivote y Willian de mediapunta se abría la duda en la previa de si el planteamiento de Mourinho tendría que ver o no con discutirle el balón al City. Pero nada de eso. El técnico portugués calcó el 4-2-3-1 que había dibujado la temporada pasada en ese mismo escenario –de donde salió victorioso con el solitario gol de Ivanovic–, empleó incluso las mismas piezas, salvo la entrada de Fábregas y Diego Costa por David Luiz y Samuel Eto’o, y confió en el mismo plan: esperar replegado en su campo para castigar con vertiginosas transiciones cada pérdida local. La baja de Fernando multiplicaba la amenaza que supone Willian a la espalda de los mediocentros y podía beneficiar ese juego entre líneas donde el último pase de Cesc o los fogonazos de superclase de Hazard podían decidir el encuentro, algo que quedaría minimizado en gran parte por un hombre que se iba a presentar ante la Premier con un puñetazo sobre la mesa: Eliaquim Mangala. El central francés se unió a Kompany en la misión de sujetar a Diego Costa –el resultado fue un duelo colosal a cada lance– y manejó de vicio la altura de la línea defensiva para empequeñecer al máximo la zona roja –la espalda entre los mediocentros y los centrales– al punto de dejar sin oxígeno a un Willian que pasó por el partido sin pena ni gloria.

Con el Chelsea defendiendo en bloque medio-bajo, congestionando el carril central y ejerciendo una presión meramente posicional en los primeros tres cuartos de campo que se convertía en agresiva cuando brincaba la zona de la mediapunta, el City sufría para asociarse entre líneas. La solidez defensiva del Chelsea provocaba la falta de lucidez de Silva –anulado por Ramires–, Agüero y Dzeko, que no generarían ocasiones hasta el segundo tiempo. El City, a pesar de no encontrar fluidez en zonas avanzadas, se comportó mejor que nunca en las transiciones defensivas. No es fácil adueñarse del balón durante tantos minutos y no conceder ni un solo contragolpe limpio ante un equipo de ese nivel diseñado para ello. Respecto al partido disputado en febrero (0-1), Pellegrini había aprendido la lección y reforzó su banda derecha dando entrada a un Milner –entonces había jugado Navas– que dio coberturas a Zabaleta y le ayudó a frenar a ese Hazard en carrera que les había destrozado aquella noche.

Dado que por dentro era imposible –Matic es un muro de hormigón y Cesc curró a destajo–, que la profundidad por las bandas solo generaba algún centro aislado –Azpilicueta se multiplicaba ante la desidia defensiva de Hazard para frenar a Zabaleta y el dúo Ivanovic-Ramires podía con Kolarov– y que dichos balones aéreos eran escupidos uno tras otro por la zaga blue, el gol del City solo parecía poder llegar de una genialidad o un error de bulto. Al filo de la hora de partido una gran maniobra de Agüero que solventó de forma fabulosa Courtois despertó el encuentro. Acto seguido Mourinho dio entrada a Obi Mikel y Schürrle por Ramires y Willian para subir a Cesc a la mediapunta, buscar velocidad tras el robo con el alemán en la derecha y dotar de músculo al mediocampo con el nigeriano como pareja de Matic.

A estas modificaciones le sucedió la expulsión de Zabaleta, que arrepentido –la patada a Diego Costa es de las que se pueden ahorrar– abandonó el campo pidiendo disculpas a una afición que le respondió con una ovación sobrecogedora. Milner se colocó de lateral derecho hasta que Pellegrini pudo meter a Sagna y formar en un 4-4-1, sacrificando a Dzeko en lugar de a un Agüero que con el dominio del Chelsea podía encontrar más espacios a la carrera.

Todo el trabajo táctico del Manchester City era perfecto, hasta que llegó la jugada que  define a la perfección por qué este equipo no ha dado la talla todavía en Europa. Del rechazo de un córner a favor, el equipo de Pellegrini se encontró con todo el colectivo en inferioridad posicional ante un contragolpe de manual en el que participaron cinco jugadores del Chelsea que llevaron el balón a la red en seis toques, lanzando Diego Costa e incorporándose por la derecha Hazard para regalarle el gol a Schürrle. Le sobra talento al City para ganar por aplastamiento, pero son estas jugadas en las que la lectura del partido le pone el resultado al marcador donde compite en inferioridad ante los grandes. Y eso es demasiada losa.

Con el 0-1, Pellegrini quemó las naves. Sacó a Kolarov y Fernandinho para meter a Navas y Lampard, fijando en la derecha al sevillano para volcar el ataque en la izquierda, donde Milner se acabó de coronar con un desmarque a la espalda de un despistado Schürrle que finalizó en un pase atrás a Lampard, que ejerciendo del grandísimo llegador que fue toda la vida asestó una dolorosa cornada al equipo de su vida. Con la misma camiseta con la que Denis Law –leyenda del Manchester United que acabó sus días como futbolista en el Manchester City– había descendido al club de su corazón en 1974 con un taconazo en su último partido como profesional, Lampard quedó paralizado tras el gol y pidió perdón tras el pitido final a una afición que no dejó de corearle sabedora de que es precisamente de esa profesionalidad de la que se han alimentado los trece años de gloria que dejó en Stamford Bridge.

* Alberto Egea.





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