Hubo un tiempo en el que el calcio disfrutaba cada fin de semana con las genialidades de un romano excepcional. De posado noble y con fidelidad eterna a su Roma, Francesco Totti siempre ha desprendido esa aura de genio loco, capaz de lo mejor en los instantes más insospechados. El mundo del fútbol siempre requiere de caracteres volcánicos como el suyo, futbolistas que huyan de la lógica y lo predecible; amantes del peligro y la confrontación, aunque esto deje víctimas por el camino. Así ha sido siempre Totti, un niño en un cuerpo de hombre.
Er pupone, todavía en activo con 37 años, algún día dejará el fútbol y se irá con goles de todos los colores. Pero de todos ellos hay uno que destaca por encima de los otros y que lleva su propio sello, la firma de Totti. En el año 2000, con solo 24 años, Totti ya tenía aquella inconsciencia juvenil de la que aún no se ha deshecho, todavía hoy, a las puertas de de la vigésimotercera temporada en la Serie A. Sí, la número 23. Aquel año disputó la Eurocopa de los Países Bajos y Bélgica y en semifinales dejó una des sus mejores perlas, ni más ni menos que ante la anfitriona, en el Amsterdam Arena, el santuario del fútbol local.
Después de que el partido terminara en empate a cero, italianos y neerlandeses se retaron a una tanda de penaltis. En el tiempo que pasa entre el pitido final y el inicio de las penas máximas el futbolista siente una mezcla de excitación y nerviosismo que aquel día dejó un buen intercambio de palabras:
—Francesco, tengo miedo —exclamó Luigi Di Biagio—.
—A quién se lo dices. ¿Has visto lo grande que es aquel? —contestó con bravuconería Totti mientras miraba a Edwin Van der Sar, el portero neerlandés—.
—Pues sí que me animas —balbuceó Baggio—.
Entonces, Totti, con las manos en la cintura y con su estilo de macarra romano, pronunció una frase antológica:
—Nun te preoccupá, mo je faccio er cucchiaio (Tranquilo, yo le haré la cuchara).
Esta conversación es relatada por el propio Francesco Totti en su libro ‘Mo je faccio er cucchiaio’. Il mio calcio, así cómo por Enric González en su fabuloso libro Historias del Calcio. Si no lo habéis leído, ya podéis ir a la libreria más cercana ahora mismo.
El caso es que Di Biagio se atrevió a lanzar el primero, el de menos presión. Y lo metió. Después fue el turno de Pessotto, que tampoco erró. El marcador señalaba 2-0 para los italianos cuando llegó la hora de la cuchara. Toda Italia conteniendo la respiración y Di Biagio imaginándose lo peor. Con pura chulería, Totti se acercó al balón y lo acarició. Van der Sar, que se lanzó al palo derecho, vio mientras volaba cómo el esférico entraba lentamente por el centro de la portería. Una delicia solo al alcance de los mejores. Y de Panenka, claro.
* Josep Rexach.
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