"Todo lo que no está creciendo está muriendo. Crecer significa aprender y transformarte cada vez en una mejor versión de ti mismo". Imanol Ibarrondo
Era inevitable aparentar indiferencia, pero era miedo. Era Raúl y no había quien no imaginara, en su interior, que acabaría liándola de un modo u otro. Ni siquiera importaba el color de la camiseta que vistiera. La acabaría liando. Si algo malo podía ocurrir, ahí estaba siempre Raúl para deletrearlo a un palmo de los ojos del rival. ¿Ha sido un gran futbolista? No lo sé, porque eso depende de lo que cada cual entienda por el concepto futbolista. Pero ha sido un monstruo del fútbol. Bastante más que un goleador. Mucho más que esa virtud del “olfato de gol” que siempre se le atribuyó. Raúl era la presencia ominosa e invisible del peligro mortal. Simplemente, estaba allí y con eso bastaba. La certeza en el mundo de la incertidumbre. Estaba allí. Peligro.
Claro, hay varias etapas dentro de Raúl (de hecho, en todos los grandes futbolistas). La juvenil, cuando su energía precoz logró opacar el adiós del inmenso Buitre. La triunfal, cuando su influencia directa llevó al Madrid pregaláctico a la cima del éxito. La madura, cuando pasó de goleador a capitán, influyente en tiempos de zozobra. La dogmática, cuando conservó el escudo en un equipo que estaba mutando por completo. Y la alemana, cuando fue emigrante que cautivó las tribunas del Ruhr.
En todas las etapas ocurrió lo mismo: marcó docenas de goles, casi siempre decisivos y en los momentos necesarios, pero por encima de su voracidad recaudatoria flotó otra realidad aún mayor: fue un jugador de impacto e influencia. Para su equipo porque fue, incluso en los momentos de mayor declive físico o mental, el motor que movía las aspas. Sin capacidades excepcionales en ninguna faceta del juego, fue notable en todo. Los había más rápidos y ligeros, más potentes y poderosos, con mejor juego aéreo, mejor disparo, mejor puntería, estilo más plástico o conceptos asociativos más precisos. Pero nadie como Raúl. Nadie tuvo jamás su fe indesmayable. Fue el palo de la bandera incluso cuando la bandera andaba hecha jirones.
No resultó menor su influencia en los oponentes. Veían a Raúl y olían el miedo. Sabían que aparecería. En el más inoportuno de los instantes, en el cruce de las necesidades, en la maraña de todos los ovillos. Ahí estaría Raúl. Ominoso e invisible. Lo sabían y lo sabíamos. Todos. Con su influencia bárbara y esa bárbara seguridad en sí mismo, principal seña de identidad de un jugador mayúsculo, exorbitante, influyente hasta el pavor.
– Fotos: Firo Sportphoto – Karsten Rabas (Schalke 04)
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