Don Michelle solía llamar Estopita a su nieto Alfredo. Había llegado a Argentina procedente de Capri y, allí, en su Italia natal, peleó junto a Garibaldi en la revolución de los Camisas Rojas donde, se decía, llegó a General. El pequeño, en cambio, había nacido ya en Barracas, contiguo al mítico barrio de la Boca, junto al puerto, y pese a dar sus primeros pasos en pleno corazón bostero de la ciudad, Estopita quería jugar en River Plate y defender la camiseta de la banda sangre, como su padre. El sueño lo comenzó en Once y venceremos, el equipo del barrio, y quizás fuese allí dónde empezó a cavilar aquello de «ningún jugador es tan bueno como todos juntos«, quién sabe.
Los muchachos de la barra de Núñez le cantaban «Socorro, socorro, que ya llega la Saeta con su propulsor a chorro«, pues a Alfredo le cambiaron pronto el apodo y de Estopita, aquel mote familiar que rememoraba el color de las gruesas fibras de lino, pasó al de la saeta rubia, obra de un periodista bonaerense que acentuaba así su tremenda velocidad y malicia. Además de una copla religiosa, triste y breve, la saeta es una flecha, tan ligera y peligrosa como lo era el nuevo artillero de River y de la selección argentina. A buen seguro que el remoquete le pareció exagerado, pero como dijo en otra ocasión, a cuenta de un premio honorífico de la UEFA: «se han pasado. No me merezco todo esto pero, como se dice en estos casos, no me lo merezco pero lo trinco«.
Plenamente asentado ya en Madrid y capo del vestuario blanco, Don Alfredo revisaba fotografías acompañado de la familia. En la instantánea que inmortalizó el momento, se observa al fondo un modesto aparador adornado por un único objeto que resalta por austero, una simple fotografía con marco. En ella, un futbolista que parece lucir los colores de River Plate sostiene en brazos a un pequeño muchacho rubio como un Lannister, en la previa de un partido. No tengo certeza alguna, pero intuyo que se trata de Di Stéfano y su hijo Alfredo, el pequeño Estopita, el joven a quien su abuelo cantaba canciones de las milicias del sur mientras él aprendía a caminar, acariciando descalzo a la vieja, la pelota. «A mi me gustaba que me la dieran cortita y al pie«. Descanse en paz, Don Alfredo.
– Y como medios, ¿quiénes son sus preferidos, Don Alfredo?
– Carlos Gardel y Martín Fierro, el poeta, seguro.
* Rafa Cabeleira.
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