No se le conocerá por declaraciones extravagantes ni postureo futbolístico. Su perfil es distinto. Hace poco ruido mientras trabaja en sus diseños. De central agresivo, cabeceador y visceral a director deportivo analítico, sosegado y cerebral. Con gafas de intelectual para verlo todo mejor y resultados que le avalan aunque el foco mediático vire hacia aquellos clubes más perseguidos.
El caso de Miguel Montes Torrecilla es el de un jugador y un gol que abrió el camino a la victoria más importante en la historia de su club. Las gentes que añoran a la Unión Deportiva Salamanca lagrimean cuando recuerdan el 0-5 de Albacete y la cabeza de Isma Urzaiz. Sin Torrecilla no habría Urzaiz. Sin el uno no hay dos.
Hermano de Toño, exjugador de Racing y Atlético, o viceversa, dejó el linimento por la carpeta, el ordenador y las gafas. Había que ver mucho fútbol y muchos jugadores, suficientes para controlarlo todo y ser director deportivo o secretario técnico, o el nombre que cada uno le quiera dar.
Esta es la historia de un tipo sin fracasos, que seguro que tiene buena estrella, pero aguantar tanto tiempo sin tropezar debe tener que ver con el talento. Dejó Salamanca por Novelda. Se fue lejos sin llamar la atención, a su estilo. El ruido lo hizo allí cuando empezó a levantar un modesto club, con eliminación incluida al Barça de Van Gaal.
Seis temporadas después le llamó el Cartagena, donde comandó un proyecto campeón de grupo, pero sin ascenso porque el Vecindario lo impidió en los cruces. Suficiente para que en su tierra supieran que por allí había alguien que sabía mucho de fútbol.
Entonces lo repatriaron. La Unión le reclamó cuando el dinero escaseaba, cuando había que sobrevivir sin apenas recursos, cuando tocaba jugar en Segunda División fichando en Segunda B. Contrató desconocidos que generaron inquietud. A lo mejor les suenan estos nombres: Juan Ignacio Martínez, Pelegrín, Garay, David Rodríguez, Acuña, Salva Sevilla… Dos años de éxitos, de mirar más hacia arriba que hacia abajo, sin dinero, pero con resultados y con juego. Hacia dentro, coherencia; hacia fuera, una imagen sosegada, serena y un discurso elegante. Su marcha fue el principio del caos. Salamanca nunca se recuperó.
Su camino desembarcó en Vigo. Una ciudad de primera para un equipo en aquel momento de segunda. Lejos del ascenso, en ley concursal, con incertidumbre y un proyecto por estabilizar. El primer año entra en promoción de ascenso. El segundo sube mano a mano con Paco Herrera.
En Primera sufre, pero se salva. Y en la segunda temporada se consolida. Sigue todos los pasos lógicos y deseables por cualquier entidad. Devuelve al Celta adonde debía. Pone a Luis Enrique en el banquillo, incorpora a Rafinha para deleite de la grada de Balaídos y apuesta por un fichaje de segunda para meter los goles. Le critican primero, le tienen que reconocer después. Con Charles, como con muchos, es el tiempo el que dictamina, y en la carrera de Miguel Torrecilla siempre ha estado su favor.
Acaba de renovar dos años con el Celta y no está exento de opiniones y críticas. Pese a todo, no resisten un análisis frío y normal de lo conseguido. Su Celta, el que cogió, ya no está en Segunda ni en Ley Concursal. Incluso rozó la clasificación para competición europea y Vigo disfruta con su equipo. Aunque le falten focos, los resultados hablan por él y su trabajo se conoce donde debe serlo: en los despachos de las empresas que buscan arquitectos silenciosos.
* Alberto Pérez es periodista.
– Foto: Marta Brea (Faro de Vigo)
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