"Hay que recordar que quienes escriben para los imbéciles siempre tienen un numeroso público de lectores". Arthur Schopenhauer
Un hombre permanece sentado esperando una llamada. Nadie la espera, o nadie la quiere esperar, pero acaba siendo real. El espíritu guerrero, la ambición por ganar y el orgullo de campeón todavía tienen conflictos con el desgaste físico y el sentido común. De nada sirve, solo una persona conoce la verdadera situación. A punto de cumplir 33 primaveras y con 17 grandes en su maleta, Roger Federer, reciente campeón en Halle, se enfrenta a uno de sus últimos retos como profesional: conquistar de nuevo un Grand Slam. Una utopía para muchos, una ilusión para otros, un desafío para él. El 23 de junio, las puertas del All England Club se abrirán una temporada más para juntar al torneo más prestigioso del mundo con el tenista más excelso de la historia. El mejor escenario posible y una bala aguardando en la recámara. Una llamada, Wimbledon; un protagonista, Federer. Es ahora o nunca.
Como cada junio que asoma en el calendario, un evento emerge en el sureste de Inglaterra para centrar todas las miradas del deporte (en años de Mundial, un poco menos). Londres, pasto, tradición. Es inevitable no meter a Roger Federer en el ajo. Si la mayor leyenda de la historia ha logrado ser precisamente eso, ha sido por gobernar en cada una de las plazas donde el calendario le ha situado, ya sea en la arcilla de Estoril o en la antigua carpeta de Milán. Pero si hay una superficie donde el helvético ha sentado cátedra, ha sido en hierba. Allá donde luce una marca de 125 victorias por tan solo 18 derrotas (con una racha de 65 consecutivas, otro nivel). Un albero en el que ha entrado en disputa por el título hasta en 18 ocasiones y ha salido vencedor en 14. Más finales y títulos que nadie en el conjunto de páginas de este deporte. Que Roger sonríe cada vez que sus Nike pisan el verde es algo que todo el mundo sabe. Si enfocamos solamente a Wimbledon, encontramos una vitrina con siete entorchados de ensueño, empatando con otro mito como Pete Sampras. Nadie ha podido levantar el cofre dorado más veces que él. Cuatro simples recordatorios que zanjan la cronología del mejor jugador sobre hierba de todos los tiempos.
Pese a ser el portador de esta etiqueta, ni siquiera él ha podido detener el paso del tiempo e impedir que otros jugadores hayan reinado en lugares donde su nombre brillaba repetidas veces en el palmarés del torneo. Incluso en Wimbledon, su jardín particular, donde Rafa Nadal, Novak Djokovic y Andy Murray han levantado el puño como lo hiciera él en el momento cumbre de su carrera. Aquellas piernas tiernas que devoraban la superficie más rápida del planeta fueron ganando triunfos, experiencia y arrugas. Solamente de la última es inútil escapar, aunque quien tuvo, retuvo. Así lo demostró el suizo este último fin de semana sumando su séptima corona en Halle.
Alemania antes que Londres. Esa ha sido la hoja de ruta de Federer desde que en el año 2003 empezara a fabricar su leyenda sobre el pasto. El Gerry Weber Open se convirtió el campo de entrenamiento perfecto para luego ir bien armado al templo sagrado del tenis. Cuando el domingo la última pelota se quedó anclada en la red y el marcador reflejó un doble 7-6, Alejandro Falla se dirigió al centro del campo sabiendo que le iba a dar la mano a un extraterrestre. Siete campeonatos en Halle en doce participaciones y dos finales más perdidas. Una balance de 46-5 en el pasto alemán convierten Wimbledon en el único paisaje que ha visto a Roger ampliar su palmarés en tantas ocasiones, siete en cada albero. Tras una gira de tierra batida sin ninguna alegría, el regreso a la hierba le ha supuesto al helvético recuperar su sonrisa. Un triunfo que supone su segundo título de 2014 (tras el de Dubái) y su cetro número 79. Los más federistas ya se frotan las manos soñando con una machada en la Centre Court.
Imposible. Qué acostumbrada está la sociedad a utilizar esta palabra. Enseguida que nos surge un problema, en mitad de un procedimiento costoso o cuando la dificultad asciende más alto que el deseo. La palabra imposible aparece sin titubear para refugiarse y dar portazo a todos estos obstáculos. Pero siendo objetivos, y con los pies sobre la tierra, ¿es candidato Roger Federer a conquistar Wimbledon? ¿Puede el suizo volver a levantar un Grand Slam? Tan asidua esta pregunta y tan complicada su respuesta. Los datos indican que el de Basilea no logra una triunfo de esta categoría desde 2012. Fue, cómo no, en la hierba londinense, derrotando al favorito local, Andy Murray, y apuntándose su major número 17. Historia similar al 15º en el 2009, en el mismo lugar y frente a otro Andy, Roddick. En medio de ambos, un Open de Australia en 2010 frente al primero de los Andys, de nuevo Murray. El porcentaje y las derrotas más próximas hacen de esto una ardua tarea. El año pasado no logró acceder a ninguna final de las cuatro posibles, algo inédito desde que ganara su primer grande, mientras que este año suma unas semifinales y una cuarta ronda. Ahora llega su castillo preferido, la catedral del tenis, donde todavía se recuerda su caída en segunda ronda ante el ucraniano Stakhovsky en cinco sets que terminaron en tragedia. ¿Tanto ha cambiado Roger de un año a otro?
A grandes rasgos, y dejando la actitud del suizo en manos de la psicología, lo único con lo que se podría argumentar a favor del maestro de Basilea son los datos. Y estos le favorecen. En los casi siete meses de competición que llevamos, Federer suma ya dos títulos (uno más que en todo 2013) y cinco finales (dos más que en todo el curso anterior). Además, es el segundo con más victorias en lo que va de año (34), solo superado por Nadal (41). Ahora el pasto se convierte en protagonista y el suizo no ha tardado en disparar: juego, set, partido y título en Halle. Es otro ritmo, otra mentalidad, otro tenis. Si nos ponemos románticos, diríamos que es incluso otro deporte. Saques directos, subidas a la red, voleas, peloteos que no exceden de los 10-12 intercambios. Un mes de competición en el que la ATP se traslada a otra época, una en la que el talento innato y la clase del helvético son capaces de desmontar cualquier barrera. Por imposible que parezca.
Muchos comparan a Federer con Sampras y, la verdad es que hay grandes motivos para hacerlo. Ambos ganaron Wimbledon en siete ocasiones; ambos fueron grandes jugadores sobre hierba, con juego de ataque y voleas exquisitas; ambos dominaron la época que les tocó vivir, incluso los años que compartieron en el circuito donde uno desterró al otro, evidenciando el clásico traspaso de poderes entre un antiguo monarca y el nuevo rey. En el número uno, nadie sabe lo que es estar más semanas que el suizo y el americano. Con los fantasmas de la retirada incordiando al de Basilea las dos últimas temporadas, de nuevo la figura de Sampras aparece en escena. Lo hace ya con un rostro maduro, cargado de batallas en la espalda, pero con una promesa que el estadounidense se autoimpuso: ganar un último Grand Slam antes de colgar la raqueta. Desde luego da para guión de Hollywood. Y así lo hizo. Con 32 años y hastiado por las lesiones, Pete Sampras escaló a lo más alto en el US Open de 2002 apuntándose su decimocuarto grande. Por si faltase picante, frente a su archienemigo Andre Agassi. Promesa cumplida, retirada merecida. Se fue ganando, en la cima, demostrando que hasta el último día de su carrera no había nadie mejor que él. Solo tenía que proponérselo.
Esto le pasa actualmente a Roger Federer, acorralado por una nueva generación insaciable y desfasado por los comentarios de la gente que acostumbra a relacionar su nombre y el de abandono con demasiada facilidad. Los palos llevan atizando su espalda desde el curso pasado, a lo que Roger ha respondido con finales, títulos y varias victorias sonoras ante tenistas instalados entre los diez primeros. Pero la multitud pide más, exige la guinda de un pastel perfecto, un final de carrera ideado única y exclusivamente para el que autodenominan mejor tenista de la historia: un Grand Slam, el 18º. Y hasta el más ignorante de todos sabe que, de cumplirse este anhelo, solo puede ser en Wimbledon, su jardín particular, allí donde ha cosechado un balance de 67 triunfos y solo ocho derrotas. Un lugar donde ha alcanzado más finales que ninguno y ha dibujado los golpes más fantásticos en la última década. Nadie ha escrito una dictadura en pasto igual. A nadie ha hecho más feliz la hierba que a Federer, ni a los neerlandeses. Es una historia de amor que comenzó a escribirse en el 2003 y que todavía no tiene punto y final. Hablamos de un genio, alguien irrepetible, sin límites. ¿Imposible? Nunca desconfíen de un mago, puede que esté preparando su truco final.
* Fernando Murciego es periodista.
©2024 Blog fútbol. Blog deporte | Análisis deportivo. Análisis fútbol
Aviso legal