Pep Guardiola es lo opuesto de lo que aparentó. Es pragmático en lugar de filosófico (en el sentido peyorativo que se le quiere dar a este concepto). Es entrenador mucho más que líder. Si aparentó otros roles fue porque el club lo precisaba, vacío de jerarquía moral algunas veces, ausente de pulso en otras, casi siempre vencido por una realidad que parecía superarle como institución. Guardiola ha sido líder a su pesar y la afición menos intoxicada así lo comprendió. Nadie le eligió para dicho liderazgo: las circunstancias institucionales le empujaron al centro de la escena y él no rechazó las responsabilidades. Se ganó el liderazgo y no exclusivamente a base de títulos y juego, sino por su comportamiento en las buenas y en las malas, en los aciertos y también en sus días de errores, hasta el punto que muchos resabiados anunciaron que todo era fachada y que solo le conoceríamos de verdad en la derrota, algo que hemos podido comprobar por duplicado en los últimos días. Sí, ese es su auténtico rostro: líder y deportista.
El barcelonismo de ventilador, agazapado durante años tras el oropel de las victorias, se desató con su ristra de interpretaciones venenosas. Nada nuevo. Son décadas de persistencia en el empeño. Probablemente, nada más risible que esa atribución de falta de carácter a un entrenador que, en su primer día, decidió prescindir de Ronaldinho y Deco; más tarde de Eto’o e Ibrahimovic, incluso asumiendo la carga del error que esto último conllevaba; que sentó a quien le pareció aunque se llamara Thierry Henry; que jugó los partidos más arriesgados con infantes si le parecía adecuado; y que continúa mostrando en su currículo el dudoso récord de jugador barcelonista más expulsado de la historia, por cierto siempre a causa de su carácter fuerte y no precisamente por dar patadas.
Llegó por pasión y se va porque se ha quedado vacío. No hay más, aunque las necesidades del estercolero social intentarán encontrar cualquier indicio de excremento que permita parir una montaña donde había un ratón. Vacío. Sin más.
El barcelonismo vestirá su duelo con el rigor de una pérdida sonada, pero con el alivio de que la continuidad en el modelo no es palabrería, sino un hecho tangible e irreversible. Seguirá teniendo éxito o no, pero será el mismo camino emprendido hace décadas.
Duelo por un entrenador mágico y un líder involuntario. El balón, lo único auténticamente imprescindible en el fútbol, ha perdido momentáneamente un amigo, que seguro reencontrará en cuanto Guardiola rellene el depósito vital. El duelo barcelonista es por Pep, pero todavía no por el Pep Team, equipo adolescente pese a tanto vaticinio.
– Fotos: Miguel Ruiz (FC Barcelona)
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