Poco descubro si digo que Rafael Nadal es el mejor tenista de la historia sobre tierra. Se puede poner en duda su reinado absoluto, si es mejor que Federer, Djokovic, Agassi o Sampras, pero lo que no deja lugar a dudas es que el manacorense es dueño y señor de la tierra (de la batida, no del planeta, aunque muchos caigan rendidos a sus pies), el rey absoluto.
Con su victoria sobre la arcilla de París por novena vez, Nadal ha despejado cualquier duda que pudiera haber sobre él. Lo cierto es que el año comenzó bien merced al título logrado en un torneo de poca importancia como es el de Doha. Llegó el Open de Australia y cuando todo pintaba de maravilla, aparecieron los problemas. Una lesión en la espalda privó al balear de poder disputarle el título al suizo Wawrinka. Pero los problemas no habían hecho más que comenzar. Ser finalista en Australia no era un resultado pobre. De Nadal siempre se espera la victoria (nos tiene mal acostumbrados), pero una final de un Grand Slam no se puede considerar un mal resultado. Sin embargo, avanzaron los meses y Nadal no despertaba o, al menos, no daba señales de estar en su mejor momento. La corona peligraba.
Llegó la tierra. Su territorio. Aunque dos derrotas inesperadas (en Montecarlo ante Ferrer y en Barcelona, ese torneo en el que no perdía desde los 16 años, ante Almagro) confirmaban que Nadal no era el de siempre. Su reinado sobre la arcilla se veía amenazado. Tropas suizas, japonesas y, sobre todo, serbias bombardearon sus dominios. Pero fue ese el momento en el que llegó Madrid, la ciudad capital de su reino, donde tiene el trono y el balear es Hijo Adoptivo. Rafa se llevó el título ante un público entregado. Aunque la realidad era otra. Nadal seguía sin ser el de siempre, pues fue la lesión de Nishikori la que le sirvió el título en bandeja. Él mismo reconoció que el japonés le estaba dando una verdadera paliza.
Llegó Roma y Djokovic hirió el orgullo del balear. Al menos, Nadal ya alcanzaba finales, pero el serbio era superior. Nadal se presentaba en Roland Garros con un solo Masters 1000 y con un amplio número de príncipes pidiendo su corona raqueta en mano.
Pero Rafael Nadal es un rey de los que no abdica, de los que toma la delantera en el escuadrón de guerra. Él no cede la corona. Y así lo ha demostrado sobre la tierra batida de la Philippe Chatrier. Por si alguien tenía dudas de quién era el rey, Nadal dio un buen golpe sobre la mesa. Ante Djokovic sumó su noveno título en la tierra parisina (3-6, 7-5, 6-2, 6-4) y logró lo que nadie había conseguido hasta la fecha: derrotar a Nole después de que este se impusiera en el primer set de una final. Su balance era de 35-0.
Sobre la tierra ya ha escrito un nuevo capítulo de la historia del tenis. La corona la tiene puesta y nadie es capaz de quitársela. Pero ahora llega la hierba, terreno un tanto complicado durante los últimos años para el balear. Aunque Nadal es simplemente Nadal, y cualquier cosa puede pasar. Wimbledon ya espera al rey.
* Karel López.
– Foto: Reuters
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