"Cada acto de aprendizaje consciente requiere la voluntad de sufrir una lesión en la propia autoestima". Thomas Szasz
Querido Martí:
Nada, no aprenden. Ni en la derrota, que es cuando la vida enseña de verdad y puedes extraer útiles y aplicables moralejas. Tampoco han escuchado la lección de modales y buena educación impartida por su propia afición cuando se consumó el triunfo del Atlético. Prorrumpieron en aplausos dedicados al esfuerzo colchonero quizá para exorcizar sus propios demonios. Otra vez, el fantasma de la autocomplacencia, aún reciente en el imaginario colectivo culé. De nuevo, el espantajo de la autogestión, tumbados en hamaca sus extensiones emocionales sobre el césped, sin el debido respeto a quien no cena del disgusto cuando ellos pierden, otra tremebunda manera clásica de sentir el barcelonismo. Ni siquiera han sabido, todos ellos, guardar las formas ni exhibir ningún tipo de prudentes modales. Que vengan a recordarte los frutos del trabajo bien realizado en territorio donde la feina ben feta forma parte del karma básico, no añadía más que sal a la herida. A partir de ahí, de mostrar deportiva elegancia en foro público, cada cual se encerró con su propia rabia, esa que hoy cabe canalizar y crece en exponencial peligro el día que abandone el dique. Decía Churchill, tremendo apóstol (también) en materia de comunicación de masas, que no creía jamás en los consejos derivados por el resultado de las encuestas, añadiendo que ni siquiera en el caso de consultas manipuladas por él. No está nada mal, no sirve como guía aun cuando la mayoría de gobiernos actúen según sus dictados. Y hoy, las encuestas del barcelonismo dan resultados tremebundos, casi, casi, como de tabla rasa. ¿Exagerados? Seguro, pero ese es el sentimiento que genera cualquier pregunta sobre responsabilidades del momento, culpables del desaguisado y proyección de futuro.
Ay, Martí, también dicen por nuestra tierra que de donde no hay, no puede brotar, y quedó de nuevo meridianamente claro en el funesto atardecer del sábado. Más de una hora tardó el Tata Martino en comparecer ante la canallesca y lo hizo con dictado imperioso de hacerlo a la Rajoy, curiosa manía de pasarse por el arco del triunfo el rendir cuentas a través de los mensajeros de la llamada opinión pública, siempre tan maltratada desde la derecha. No se admiten preguntas, hala. Y el pobre Martino, tan excelente persona como perplejo personaje, aceptó formar parte de la improvisada estrategia directiva, consistente en darle pasaporte de mala manera antes de lo que tocaba y con la sola compañía de un secretario técnico sobre el que caen auténticos chuzos de punta. Cualquier día de estos, a Zubi le montan un escrache en la puerta del despacho y no podrá blandir ningún tipo de argumento en su defensa. El caso es que, en lugar de repasar lo recién vivido en la última jornada y someterse al preceptivo interrogatorio, las fuerzas que rigen el Barça despacharon al técnico argentino talmente como si sobrase en la planificación de agenda, como si corrieran para cerrar página, despistar y presentar cuanto antes a Luis Enrique. Lo suyo habría sido despedirle con la educación, respeto y agradecimiento debidos durante esta semana, con Bartomeu presidiendo y todo el mundo, todo, en la platea de butacas. Pero no. Deprisa, deprisa, actuando de manera artera, impropia de tal institución.
Han pasado cuatro años y por el camino les ha abandonado el prestigio, la confianza en su gestión, hecha jirones. Ahora solo harán lo que sea menester para aferrarse al cargo, aunque sigan tomando decisiones erróneas y no acierten con la tecla. Por ejemplo –ay, el escaparate de las redes sociales, no nos extrañe que anhelen controlarlo–, a las escasas horas de perder el último clavo ardiente de campaña, aparece Neymar con papá en un selfie de avión camino de casa, cara tan sonriente como el cínico que despacha con un “ahí os quedáis” cualquier situación de riesgo capaz de empañarle el día. Arrivederci, hasta luego, Lucas, venga… Como para pensar en la temporada de debut que ha hecho el zagal y en los estratosféricos dineros que costó el capricho del presidente huido, montonera que, invertida con criterio, igual habría servido para escribir la historia de este curso sin renglones torcidos. Y no es populismo ni demagogia: a los futbolistas no se les debe fichar porque el Madrid los quiere, no. Se los debe contratar siguiendo el criterio de los responsables técnicos y las necesidades del proyecto visualizado que pretendes llevar a cabo. Ayer, con Neymar. Hoy, con el pandemónium de rumores dignos de la portera de Núñez que pueblan las páginas de tan peculiar prensa deportiva.
No se dan cuenta, no han reflexionado, no saben cómo anda el percal. Como hacían los futbolistas clásicos, cuando caen chuzos de punta, tiempo de no salir del refugio y montarse las fiestas en casa. Nada de hacer ostentación de irresponsabilidad, de jugar con los sentimientos ajenos heridos bajo plena luz pública. Es así, no entremos ahora a discutir la hipocresía de tal acción. El caso es que el fuego cruzado a discreción cae ahora sobre cualquiera y nadie se libra del deseo de venganza, de rendir cuentas. Por supuesto, este es un mundo con memoria digna de peces de colores (anda que no lo hemos escrito veces), y nada conforta el recuerdo de tiempos maravillosos cuando ves, más o menos atónito, que se busca culpables debajo de las alfombras y son capaces de llegar al impensable extremo de atizar a Messi y exigir su inmediato traspaso. Ojo, hasta dónde puede alcanzar el colmo del paroxismo. Por tanto, que aparezca Piqué en otro continente protagonizando tórrida postura con su pareja ha sonado a cuerno quemado. Será su día de fiesta y que haga lo que le dé la gana, sí, por supuesto, pero el futuro presidente, según ambiciones ya expresadas, parece hoy un excentral que necesitaba imperiosamente los gritos de Puyol para rendir conforme a debido. En cuanto las correcciones del mito retirado desaparecieron, su falta de sentido común (ya saben, el menos común de los sentidos) cocida en salsa de evidente impulsividad le empujaron, en el último ejemplo, a plantarse el sábado como delantero centro a los 35 de la segunda mitad, sin encomendarse ni a Dios, ni al Tata, ni al diablo. Él, a su bola. Cuidado, que hoy ni el más entregado utilero tiene salvada la plaza en esa factoría, cualquiera puede ser víctima del fuego amigo desatado. Que de amigo no tiene nada y menos aún, con quien ha ofrecido pasto para que crezcan dudas sobre su rendimiento y compromiso. Solo lloró Bartra. Solo Bartra lloró el sábado y quizá lo hizo porque debía ser titular y no lo fue.
Cuando el barcelonismo trona, el cielo puede desplomarse sobre tu cabeza. Bajo este tórrido panorama, calientes las meninges, ciegos de criterio y camino a seguir, igual aceptan una buena oferta por Cesc sin mayor razón que demostrar su capacidad de vender caro siendo el Barça, novedad que daría incluso algún punto de servicio a directiva tan necesitada de ellos. Nadie explica hoy cómo se pagarán tamaños fastos, calculados en seis, ocho, diez fichajes, que la casa es grande y no repara en gastos para tapar el desaguisado de cuatro años entre inercias, caprichos de contrataciones, inexistentes planificaciones y desastres varios, maquillados por una certeza tan simple como evidente. Entre los futbolistas del Barça hay gente tan buena, capacitada, comprometida, exuberante de talento y con calidad humana suficiente como para ganar el 80 % de sus compromisos. El 20 % diferencial, el detalle, la gloria, radica en ser bien entrenados, en admirar y temer la empuñadura de mando del técnico que les dirija y en que la directiva, básicamente, no se dedique a fastidiar, como es el caso contrario en el momento que ocupa y preocupa. Si no alcanzan el 100 %, son como el vuelo del albatros, majestuoso en el aire, patán, mediocre en tierra.
Cuando estudias el temario en la última noche, previa al temido y capital examen, palmas por sistema, no consigues la excelencia ni mediante prodigio sobrehumano. La contradicción brota y resultan impagables las facturas acumuladas. Ahora, y nadie habla de ello, estaría bien que alguien preguntara a los responsables de este creciente naufragio la manera de compaginar los 250 millones largos que costará la broma de alicatar el vestuario para devolver la ilusión a la gruñona parroquia con ese déficit acumulado y arrastrado del que llevamos tiempo sin saber noticia –andaba por los 200 largos–, y el tercer dispendio faraónico de los 600 millones previstos en remodelación. En menudo jardín se han metido. Resulta que con la manía de cambiar el Camp Nou de arriba abajo demostraron también que vivían en la inopia, convencidos de que no hacía falta fichar más allá que la inversión prevista de los 30 kilos por curso. Y punto. Craso error. Para su íntima rabia, si hay algo que el barcelonismo ha asumido como gran lección de las últimas décadas es que el dinero debe estar en el campo, uno de las frases lapidarias cedidas como legado por ese Cruyff al que estos de la corbata profesan singular ojeriza.
Si, Martí, cuán previsible es el fútbol, cuán simple es aventurar sin tacha los próximos pasos a seguir. Para nuestra estupefacción, mucho más cuesta que la gente valore y analice acciones, pasos, decisiones, prácticas. La praxis del Barça en el último bienio deja un evidente balance que los interesados no consiguen aún descifrar. Quizá lo hagan a partir de Navidad, si los nuevos no rinden a las primeras de cambio y Luis Enrique no da con la tecla. Entonces repararán en que el problema no radica en futbolistas ni técnicos, sino en las manos que deben procurar para que estos profesionales rayen al tremendo nivel exigido. Gaspart aguantó casi tres años en el cargo y eso que sus desmanes de todo tipo venían de lejos. Rosell y sus amigos suman ya cuatro. La diferencia radica en que el hotelero no contaba con Messi. Ni con Iniesta, Xavi, Valdés y tantos otros. A estos les ha ido estupendo disimular con ellos. Y lo siguen haciendo, que tiene su mérito. Cada semana, como ves, acumulan nuevas muestras y, volviendo al principio en bucle, que nadie en sociedad tan profunda y radicalmente democrática como el Fútbol Club Barcelona se queje por la comparecencia sin preguntas de Martino da para preguntar si es que están anestesiados o, por el contrario, siguen pacientes, cargándose de razones para echarles del palco a cajas destempladas. Simplemente, coherencia con los deméritos contraídos. Tata, Neymar, Piqué, los rumores… Como nos gusta tanto La balsa de la Medusa, el cuadro romántico de Géricault dedicado a un trágico naufragio, no hallamos mejor manera de ilustrar este momento y esta e-pistola.
Si quieres, próximamente, hablamos de la final de Lisboa desde la perspectiva del Este. Divertida, peculiar, incluso incoherente… Un abrazo y que pases feliz semana.
Poblenou, donde crece el hartazgo
* Frederic Porta es periodista y escritor.
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