Internacional / Europa League 2013-2014 / Fútbol / Crónicas 2013-2014
1.- Si el viejo, incierto y manido aforismo de que las finales no se juegan, sino se ganan, tenía vigencia, hoy ha quedado desterrado. En todo caso, las finales se pierden. Elogio del fallo, de la ida y vuelta, del desorden y de la transición. En algunos casos, hacia ninguna parte, problema que ha administrado bien el Benfica hasta la hora de la definición, cuando se pudo deducir que los de Jorge Jesus, maldición mediante, meterían antes un triple que un gol.
2.- Como advertencia metaperiodística les diré que es realmente complicado encarar una crónica de un partido de 120 minutos en el que el poder se lo han repartido el caos y los fallos. Especialmente en el área del Sevilla, donde daba la sensación de que todos entraban con los ojos cerrados, abandonando la razón que les había llevado hasta ella. Una final (casi) esperpéntica dominada por el fallo. De bajo nivel pero esplendorosa competitividad. Sevilla y Benfica murieron, porque ambos acabaron muertos, con el corazón desparramado en cada mueca del campo. Espectáculo fenomenal de dudosa calidad real.
3.- No hay grandes partes diferenciadas a lo largo del partido, aunque sí una acción quizá determinante en contra del Sevilla. Maxi Pereira (¡lateral derecho!) ataca el espacio entre centrales y falla ante Beto. Ahí, radicalmente, se apagan las sensaciones de dominio más o menos global y continuo que había dejado el Sevilla. Antes de esto, Rakitic, un sprinter con gesto de maratoniano, comandó el partido a base de robos y cabalgadas. Su primera parte fue un control abusivo del espacio conduciendo y pasando.
4.- El Benfica, durante cuarenta minutos, no encontró fisuras reales en el Sevilla. La cuadratura perfecta de Emery (Pareja-Facio & M’Bia-Carriço) desactivó con la rotundidad de su físico las avanzadas interiores de los portugeses. Y ahí apareció la transición ofensiva tras la pérdida rival, una forma como otra cualquiera de hacerse con el dominio y más tarde con la posesión. Rakitic fundó una hermandad de contragolpes y el Sevilla acechó el área de Oblak –excelente portero–. El riesgo en la pérdida (¡la pérdida!) llevó al Benfica a reducir costes con balón y protegerse. Replegó líneas y se adaptó
5.- El Sevilla perdió dos balones y se deshizo por el carril interior que pegaba a Beto. Es decir, la zona de delanteros centro del Benficas sin sus delanteros centros, que se descolgaron para recibir entre M’Bia y Carriço y que fueran Gaitán y Pereira (¡lateral!) los que rajaron la defensa a ratos alta. El Sevilla se encontró el peligro de golpe, como si hubiera caído del cielo en forma de relámpagos que se cuelan por el centro. Llegó el descanso, para respirar, como medicina inquebrantable. El tiempo muerto que no existe en el fútbol llegó por obra del reglamento. Y respiró el Sevilla… Solo durante quince minutos, los que duró la parada.
6.- Había sido el Sevilla de las últimas noches grandes, el que se impone con balón sin tenerlo previamente. El que experimenta y somete desde la transición, algo no demasiado común y que dice bastante de los distintos registros del equipo de Emery. Dice, especialmente, de la evolución en lo que va de 2014. Pero el cambio se prolongó. El descanso no llegó a ser ni oxígeno y el Benfica aplastó con mayor rotundidad.
7.- Aunque habíamos malentendido al Benfica como un equipo de cierta elaboración, es la transición (como el Sevilla) su evidente fortaleza. Jorge Jesus ha inventado nuevos carriles y el Benfica se despliega a lo ancho con muchos hombres. De tal manera que resulta casi indefendible horizontalmente cuando corre. El Sevilla basculaba hacia ninguna parte y los portugueses comenzaron el asedio. Eso sí, no constante. A borbotones de carrera como si tuvieran ciertas dudas a creérselo o estuvieran huyendo. Se impuso el no perder al poder ganar. Lógico, claro: era una final europea.
8.- En el fútbol actual, la pérdida es el peor de los defectos. Un equipo que pierde muchas veces la pelota (ya no hablemos cuando está iniciando la jugada) es un equipo que se adapta a trompicones, que corrige y, evidentemente, no manda, sino que es sometido. A la debilidad entre centrales (partidazo en el área de Fazio-Pareja, aunque alguna debilidad manifiesta fuera de ella) se le sumaron las pérdidas. M’Bia en alguna ocasión y Alberto Moreno en las restantes. Al espléndido lateral le impuso el escenario y acabó repartiendo vidas cuando el Benfica ya empezaba a estar cansado de fallar. De nuevo se imponía el fallo y no el acierto. La pérdida era provocada, sí. Levemente provocada, habría que matizar. O, al menos, impropia, innecesaria y arriesgada.
9.- Los Rodrigo, Lima y Moreno, son dos puñales que aceleran y se despliegan. Son dos delanteros hechos para correr y dominar el espacio por cualquier parte. Dos tipos que Jorge Jesus ha conseguido hacer complementarios para lo que pasó anoche. Robar, correr, sacar a los centrales de zona (esto no siempre pasó porque Pareja y Fazio estuvieron finísimos en la interpretación global) para que los llegadores acaben. El Benfica se pegó contra las correciones del Sevilla, contra su incapacidad para definir, su mal día. No arriesgar, tanto en la vida como en el fútbol, puede suponer un riesgo. Y la persistencia en control + remate acaba dando tiempo a la enorme activación, tan a menudo caótica, que derrochó el Sevilla.
10.- La segunda sí prosiguió un guión que la primera había dejado establecido al final. Ritmo alto, precisión escasa y caos por decreto. Pérdida, carrera, pérdida, contragolpe, ida, vuelta, vuelta e ida. El partido no se premierizó en su totalidad porque hubo miedo, pero el propio miedo al fracaso, esa protección que agarrota primero y produce calambres después, fue el que acabó publicando las ocasiones como si fuera un juglar. Los espacios se multiplicaron a la vez que los goles se dividían.
11.- Fazio y Pareja, por aire y por tierra a todos los cortes, se impusieron en el área. La ocasión existió, pero no hizo protagonista a Beto hasta la tanda de penaltis. Los disparos no le llegaron, pero le advirtieron. Sin más. Pese a que esto supuso, claro, dominio portugués. No irrelevante, pero sí ineficaz. Parecía cuestión de tiempo. De demasiado tiempo al final. El balón caía en el área y se resbalaba, el Benfica dominaba la segunda jugada y con el despliegue ancho ocupaba los espacios. Plan sencillo, fiable y factible. Dominio no rotundo, porque el Sevilla puedo matar también a la contra, pero sí continuo, pese a la inmersión en el caos. Los noventa minutos acabaron seguidos por la inercia y la prórroga calmó a las fieras.
12.- El partido comenzó a pararse. El Benfica siguió apretando proyectando las bandas, pero el Sevilla, ahora sí, estaba perfectamente protegido. No había pérdida porque no había posesión. Contragolpe o despeje. Emery lo tuvo claro y debió insistir en la minicharla previa: despejar y correr o solamente despejar, pero nada de arriesgar. Un gol en contra y el abismo. Treinta minutos para controlar un previsible asedio que se quedó solo en el intento. En el corazón. En el centro a cualquier parte y la superioridad aérea defensiva que ni siquiera Cardozo alteró.
13.- De la misma manera que los penaltis no son una lotería, la maldición no impuso los fallos. Ni durante el juego ni durante el momento decisivo. El fútbol entiende de componentes anímicos e intuitivos (alejados de la razón pura) que influyen directamente en el resultado, por supuesto. Pero no de maldiciones anecdóticas que, como siempre, son manidos latiguillos de narradores y/o vacuos. Se construye la historia, la convierten en tópico y a partir de ahí se rompe o se extiende. El negocio está hecho, para qué pensar.
y 14.- El Sevilla venció en los penaltis. Como no hizo el Benfica, que lanzó peor sin más. Se desató el héroe Beto, valiente y aprovechado abajo ganando espacio a la pierna del rival. Los lanzamientos andaluces fueron precisos y duros, como si se hubieran aislado y estuviesen entrenando. Ni una duda, elemento diferencial. La historia se vuelve a escribir en blanco y rojo, en un himno recitado a cappella y a carrera. El Sevilla vuelve a Europa, vuelve a la vida, para homenajear el tiempo perdido y a ídolos idos. Valga para eso y para reconocer que al fútbol no siempre gana el mejor, sino el que acierta.
* Fran Alameda es periodista.
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