"Se llama genio a la capacidad de obtener la victoria cambiando y adaptándose al enemigo". Sun Tzu
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1.- A riesgo de pecar de cartesianismo, dejarse llevar, como propone Vetusta Morla, no suena demasiado bien, sino lo contrario. Afrontar una final de Champions sin haber competido en veinte días no parece una estrategia diseñada por ningún entrenador. El Madrid cumplió su temporada contra el Bayern y desactivó el modo diésel Ronaldo contra el Valencia, el punto de inflexión de esta pequeña caída que se puede resumir estrictamente en dos apuntes: Cristiano Ronaldo (y Benzema, su sociedad) y relax mental tras conseguir la ansiada posibilidad de ganar La Décima, a la que hay que poner en cursiva y mayúscula como si fuese un evento de carácter universal.
2.- Carlo Ancelotti planteó el partido con lo que tenía. Sin mucho más, prefirió protegerse contra un rival alegre que podía abrir una herida con peligro de contagio. Volvió Khedira, antiguo bastón de Xabi, y colocó a Casemiro al otro lado del tolosarra para que Isco y Modric engancharan con Morata, el que merece una mención aparte. Si Benzema, según Mourinho, era el gato, quizá Álvaro pudiera ser el ratón: no para quieto y hace ruido, pero nunca daño. Sus movimientos son notables y su presencia es permanente y agitadora, pero no se refleja en el marcador y cada vez menos en las sensaciones de dominio colectivo.
3.- El Madrid compaginó a lo largo del partido fases de dominio en escala menor con fases de dominado, especialmente a partir del 2-0. El planteamiento de Ancelotti hizo que la habitual presión del Celta en el centro del campo fuese minimizada. El balón consiguió fluir entre los centrocampistas del Madrid y resbalar entre los del Celta. La salida era aproximadamente limpia, pero la vista se nublaba en tres cuartos. Khedira rápidamente mostró que sigue en su idea de ser interior suelto y pisó el área. Su problema fue el pasador, no existió porque el Madrid no dominó cuando alcanzó tres cuartos, sino que tiró el pase, el disparo o el regate, pero no busco la pausa y que el Celta sintiera el peso de la posesión sobre su área.
4.- La posición de Isco invitaba al optimismo, pero a la planicie protectora que había montado Ancelotti le salieron las costuras al foco. Recibía sobre la presión del Celta y el único desmarque acabó siendo el del lateral izquierdo. El Madrid encontró el pulso al partido desde el interior izquierdo de Isco y Macerlo (¡activó por fin la banda!) y generó hasta que Ramos quiso trazar el guión más o menos estricto del partido: resbalón a caballo entre el desliz mental, el contacto y el tropiezo y gol en contra en el 42. O sea, gol psicológico. Al descanso y la liga por el precipicio.
5.- En el fútbol, quizá como en la vida, el riesgo es no arriesgar. Algo así le pasó a Ancelotti, que en su intento de que no pasaran cosas en el partido mientras todo se enfoca a la Champions League, su equipo volvió a mostrar alguna cara sin limpiar dentro de un monorritmo de copla y sol. Entre ellas, la definición. El Madrid llegó, se asomó, generó por el costado izquierdo en el que Marcelo volvió a rajar al rival de fuera hacia dentro, pero no culminó. No solo el nueve (ayer Morata), sino los que se incorporan. Van al área como damas de honor, para acompañar, dejando que el trabajo sea de los demás.
6.- Con todo, la obra del Madrid es cuidarse a sí mismo. La derrota nace, fluye y desemboca en él mismo. En su errores puntuales primero, en su capacidad de reacción después y en su competitividad ya al final. El partido fue para ganarlo, es decir, lo mereció en tanto en cuanto supo generar. Pero lo perdió por ausencia del dios de su sistema, Cristiano Ronaldo. El modelo enfocado el baile de Benzema y los zarpazos del portugués se resiente cuando ellos no están de manera exagerada. No por ser los mejores, sino por ser el epicentro de la idea. El Madrid de Ancelotti ha encontrado su caudal más alto de fútbol y su dependencia. Digamos que el Madrid vive y muere por Cristiano (y Benzema).
7.- Los Sergios, Ramos y Álvarez, uno por cada lado, son el flash del partido. Sus actuaciones hacen una fotografía concreta y certera de cada equipo. El Madrid, con su talento y su técnica, su planicie y su garra, acabó a camino entre el fallo y el desquicio, entre la imprecisión y la condena (como Xabi Alonso). El Celta, mientras, se sustentó primero en la acompetitividad del Madrid y luego en su confianza: tras el 2-0, el equipo de Luis Enrique comienza un caudal de fútbol que va desde la transición rápida hasta la posesión perpetua en campo contrario. Disfruta con balón y enseña al desnudo todo su gozo fútbolístico como otro reflejo del camino recorrido hasta ahora: 49 puntos y un estupendo octavo puesto.
y 8.- A nivel individual, el Madrid presentó buenas noticias. Es algo así como aprobar raspado y que el profesor le diga a tu madre que puedes sacar mucho más. O sea, un reflejo mediocre mucho peor, el de haberse dejado llevar por la inercia del azar, el pensamiento de un futuro a doce días que se construye paso a paso por intrascendente que parezca la pisada. Khedira y Casemiro fueron dos elementos positivos, dos bastiones competitivos y competentes que aparecieron por la frontal sin gestos técnicos pero la determinación que da el recorrido. Son lo que son, pero lo mejor es que ellos lo saben. El Madrid, en general, puede resumir la liga como el Atlético y el Barça: perder pronto suena demasiado bien. Solo que el Madrid cuando cree algo lo cree hasta morir. Como ayer.
* Fran Alameda es periodista.
– Foto: Lavandeira Jr. (EFE)
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