"Cada acto de aprendizaje consciente requiere la voluntad de sufrir una lesión en la propia autoestima". Thomas Szasz
No son los mejores del circuito. No son los que más gente atraen a los estadios. No son los que más ingresan por contratos de publicidad. No tienen títulos de renombre en su palmarés. Habrá gente que todavía ni siquiera los conozca. Son Grigor Dimitrov y Ernests Gulbis y de momento no poseen ninguna de las anteriores características. Repito, de momento.
El sorteo del cuadro de Indian Wells 2014 ha querido establecer este partido en tercera ronda. Demasiado pronto. Dimitrov y Gulbis, dos miembros de la nueva generación llamada a relevar al Big Four en unos años, se batirán esta madrugada en el desierto americano privándonos de seguir disfrutando de uno de ellos en las siguientes rondas. Tanto el búlgaro como el letón han atado cabos en sus carreras individuales y están trazando la mejor temporada desde que se hicieran profesionales. Ambos bailan ya entre las primeras 20 posiciones del ranking y han pasado de jóvenes promesas a tremendas realidades.
La transición de generaciones está siendo más agónica de lo esperado. Las lesiones de Pospisil, la desaparición de Goffin, la nula adaptación de Delbonis a pistas rápidas, la inexperiencia de Carreño o Vesely o las cabezas de Tomic, Paire y Dolgopolov están retrasando el traspaso de poderes en el mundo del tenis. Después de esta manada de cachorros están los Cilic, Janowicz o Bautista, jugadores que ya han dado un paso adelante y son capaces de mirar a los ojos a los jugadores importantes. Solamente Raonic parece estar haciendo los deberes y oliendo muy de cerca el los diez primeros puestos con tan solo 23 años, territorio en el que ya convivió algunas semanas. Inmediatamente después del canadiense vienen estas dos joyas europeas, dos diamantes en bruto que han empezado a pulirse en 2014.
A estas alturas el nombre de Ernests Gulbis ya no resulta desconocido para nadie. Imposible no hacerse eco de la vida del letón, un personaje bipolar que se ha paseado durante muchos años divagando entre la cara y la cruz. Bien te puede sorprender con un juego brillante que te hace preguntarte por qué no está ya entre los diez primeros, que te puedes encontrar con el crío indisciplinado famoso por su cara dura y sus aventuras nocturnas. Insultar a sus propios compañeros, destrozar más de sesenta raquetas o no presentarse a un Grand Slam por tener que jugar la previa son algunas de sus hazañas más reconocidas. Por suerte para él, en el 2014 parece no quedar nada de la parte negativa de la moneda.
Con 25 años tocaba replantearse sus objetivos en este deporte. Contaba con todas las herramientas para irrumpir entre los de arriba, pero la cabeza chocaba una y otra vez contra la pared. Curioso tuvo que ser el diálogo con Gunther Bresnik, su entrenador, en el que no se sabe lo que le dijo, pero al de Riga se le encendió la alarma para dar un vuelco en su carrera. El interruptor encendió el modo avión y el letón empezó a volar sobre la pista. No lo indicó así su comienzo de año con dos eliminaciones tempranas en Doha y Australia. Borrón y cuenta nueva. En Róterdam comenzaría la racha de Gulbis, haciendo semifinales después de ganar al propio Dimitrov. Fue en territorio neerlandés donde se conocieron estos dos jugadores disputando su primera batalla. Se la llevó el de Riga (6-4, 7-6) ante un Dimitrov que venía crecido tras su buen rendimiento en el major oceánico. Aquella primera toma de contacto entre ambos sirvió para amortizar la entrada a los espectadores y para escribir una oda al tenis de ataque y atrevimiento. Berdych fue quien le impidió alcanzar la final, algo que no se le resistiría la semana siguiente. Los dos títulos conseguidos a finales de 2013 se verían ampliados en el curso actual con su corona en Marsella. Allí finalizó una serie de buenos resultados proclamándose campeón del torneo francés tras superar a los dos principales cabezas de serie, además de jugadores locales, Gasquet y Tsonga. Cinco finales en su haber y cinco victorias en su bolsillo, 100 % de efectividad cuando el título está en juego. Pocos tenistas pueden presumir de un dato como ese.
Su última parada antes del primer Masters 1000 de la temporada fue en Acapulco. El torneo cambiaba la superficies de sus pistas veinte años después de su aparición. De la tierra batida se pasaba al cemento, decisión más que suficiente para convencer a Gulbis, muy cómodo en canchas duras, para disputar en el torneo azteca. Su avance en México duró hasta que se cruzó con Dimitrov en cuartos. Sus caminos se volvían a encontrar menos de dos semanas después. Esta vez fue el búlgaro el que levantó el puño y quien más adelante se llevaría el título de campeón. Ambos lo desconocían, pero la revancha definitiva no tardaría mucho tiempo en llegar.
A sus 22 años, Dimitrov ya sabe lo que es ganarle una final a David Ferrer y levantar un ATP 500. Una tarea nada sencilla viendo los bichos que hay en la zona alta de la clasificación, acostumbrados a acaparar la mayoría de los torneos. Fue en Estocolmo el curso pasado, cuando el de Hoskovo consiguió su primera corona como profesional remontándole el partido al alicantino. A partir de ese momento las cadenas del búlgaro se rompieron. Aquellas voces que amenazaban con que, sí, era un buen jugador, pero jamás tendría la talla para escalar hasta los grandes, tuvieron que esconderse debajo de las mantas mirando de reojo al búlgaro celebrando el título. “Grigor, en los momentos críticos, no da la talla”, decían. La presión se envolvía alrededor de un Dimitrov que, por si fuera poco, convivía día sí, día también con la incómoda comparación con Roger Federer. No había debutado todavía en el circuito y la leyenda de Baby Federer ya corría a sus anchas por las gradas. Pero se acabó. Aquel triunfo le sirvió para emprender el vuelo hacia su propia cumbre, la de Grigor Dimitrov, único y exclusivo.
El año nuevo vino cargado de grandes noticias para el pupilo de Roger Rasheed. El resbalón sufrido en Brisbane (eliminado en dieciseisavos) se complementó con su mejor participación en un Grand Slam. En Melbourne dejó por el camino al líder de esta generación (Milos Raonic), pero chocó en cuartos de final con Rafa Nadal. Una experiencia nueva para él, y frente al número uno del mundo. Pese a la derrota, el trabajo ya estaba hecho, se había cumplido con lo establecido. Pero su buen hacer en los primeros compases de 2014 se iba a rematar con su segundo título ATP. En las actualizadas pistas rápidas de Acapulco el de Bulgaria acabaría cantado victoria en la final del domingo tras despedir a Andy Murray en semifinales, un toquecito más de de la nueva generación a los que lideran el ranking.
Con dos enfrentamientos en menos de un mes, ahora llega el tercero en Indian Wells. Llega desgraciadamente en una tercera ronda, más pronto que nunca. Dimitrov, un título en 2014, venció en su debut californiano a Robin Haase, mientras que Gulbis, un título en 2014, hizo lo propio ante Joao Sousa. Dos partidos resueltos por la vía rápida para llegar a la gran cita antes y más descansado que el otro. Djokovic se plantea como la otra gran piedra de la parte baja del cuadro, ya que después de las bajas de Del Potro, Berdych y Tsonga apenas quedan contendientes para llegar a una hipotética final frente a Federer o Murray, con lo que el partido significa mucho más que un encuentro de tercera ronda. Está en juego quitarse a un enemigo directo del camino y soñar con una primera final de Masters 1000, algo inédito para ambos jugadores. Lo que hoy parece un enfrentamiento esporádico, con los años puede ser una rivalidad histórica. Gulbis y Dimitrov, dos de las sensaciones de esta temporada, dos de los jugadores más en forma del momento, dos bestias que quieren rugir alto. Que se les oiga lo más lejos posible. El futuro del tenis se cita esta noche en California.
* Fernando Murciego es periodista.
– Foto: ATP
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