"La clave del éxito no es jugar como un gran equipo, sino jugar como si el equipo fuera una familia". Stephen Curry
Escribir sobre las emociones es tan subjetivo como que uno solo puede estar dentro de sí mismo, por desgracia. El deporte, sobre todas las cosas, es la pasión de jugarlo y vivirlo; la posibilidad de buscar más allá de lo posible, de lo usual y de lo normal. De entre todos, el baloncesto merece esa cuota mágica que es lo inverosímil para el espectador. No solo es la proyección del sueño que cualquier niño quiere cumplir, sino llevar la emoción al filo de la taquicardia y la pureza sentimental que separa la victoria de la derrota y el héroe del villano.
Barça y Madrid viven en un nivel ajeno al resto. Lo dichoso del deporte es poder disfrutar con partidos de distinta calidad sin esperar nada a cambio. Como en un partido de infantiles no esperas un mate, o en un partido de fútbol no esperas goles olímpicos, o en el Congreso nadie espera mujeres en tetas. Bueno, esto último ya sí. Nadie espera el nivel de los dos mejores equipos de Europa a nueve de febrero de 2014 en otro envite que no sea entre ellos. Sin que el partido fuese el mejor de la historia, el regusto –final, por supuesto, incluido– lo inscribe en la historia sin necesidad de prólogo. Como un triple de Herreros, una canasta de Jordan o una heroicidad de McIntyre, que no valió un título pero sí una afonía para el bueno de Óscar Cuesta.
Por la mañana, Los Guindos aplaudieron a rabiar a Balciunas, Moreta y Carrillo, los mejores de la MiniCopa. Un partido de tres en el que ganó el que iba solo, que se dedicó, con trece años, a encestar y coger rebotes (28+19) como si fueran aceitunas: la lanzaba hacia arriba y ya entraría. Como, en escala, hizo Mirotic con las mayores. Nikola es el mejor recurso cuando el rival neutraliza el ritmo del Madrid. Dulcemente agresivo en sus acciones y violentamente atractivo en cada movimiento. Enamora y lleva barba. O al revés. Se llevó un MVP que bien merece el pasaporte a probar la NBA, aunque solo fuera por experimentar una vida sin jamón.
Pablo Laso entró gozoso en sala de prensa, con una expresión a la que nada le favorecía la alopecia, sino más bien una melena y la camiseta del Madrid. “Estoy muy contento” fue su primera frase y quedó completo, seguramente más que cualquiera en la cama. Su cara era el éxtasis de tenerlo ganado, perderlo y volver a ganarlo. Laso ha creado un equipo desenfadado que, si bien no pudo, quiso; y si bien no acertó, siguió intentándolo. “El baloncesto es mi vida; por eso disfruto día a día entrenando”, prosiguió. La cita que refleja el molde sobre el que está construido el Madrid: trabajar es sinónimo de disfrutar; el sacrificio, del éxito.
Llull, que había tomado malas y pocas decisiones durante el partido, se paró a un lado como si temiera al destino –las esquinas en baloncesto son para los comodones que quieren el balón sobre la mano–. Recibió, pensó poco y ejecutó. Todo en uno para olvidar un partido discreto individual y quizá cohibido en general; ahora sabemos que guardándose el epílogo. Dijo Oscar Wilde que, a veces, “podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un instante”. La Copa en una frase, así que perdonen la parrafada, pero había que justificar que se viva la historia en tan solo 8,8 segundos.
* Fran Alameda es periodista.
– Foto: ACB Photo
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