"La clave del éxito no es jugar como un gran equipo, sino jugar como si el equipo fuera una familia". Stephen Curry
Para escribir sobre Xavi Hernández no se me ocurrió mejor manera de afrontar el folio en blanco que acudir a un viejo cd con bandas sonoras de clásicos del cine y dejar sonar el As time goes by de Dooley Wilson, el entrañable e inmortal Sam de Casablanca. La figura del mediocentro por antonomasia irá de por vida ligada a la de un pianista negro de chaqueta blanca, por obra de un comunicador genial capaz de ver música donde otros apenas divisaban una gran mentira. Canta Dooley que “a kiss is just a kiss” y entre las notas de su piano uno puede escuchar la voz inconfundible de Andrés, implorando a Xavi que lo haga una vez más, como siempre: “¡Tócala otra vez!”.
Cuando debutó Xavi, servidor ni siquiera sabía que donde mejor se vive es en la cama o debajo de un ombligo, y por ahí sigue el hijo de la María Mercé, toca que te toca, uno intuye que atropellado por las nuevas ideas tácticas y, quizás, rehén de su extrema fidelidad a quien le paga, que es el club, mientras algunos dedos le señalan como culpable de lo que al minuto se defiende con resultados. Hace pocas semanas le contaba Cruyff a Pedro Pablo Alonso en A Coruña que es difícil hablar de lo que se está haciendo mal en el Barça cuando nunca se entendió qué se hacía bien, y, sin saber yo de fútbol más que Naranjito, me parece que quien paga los platos rotos de tal incomprensión es Xavi.
Harina de otro costal es la crítica de una parte del mourinhismo y John Carlin, que en algo tenían que coincidir y, miren por dónde, tuvo que ser en la ira hacia el poeta con botas, príncipe de los ladrones de cuero, que diría el maestro Perarnau. Acusan al ‘6’ de supremacista, de inquisidor, de trazar líneas entre el bien y el mal para la correcta práctica del fútbol y quizás no les falte razón, lo que tampoco se la resta a Hernández. Desde pequeño me enseñaron que a Noé no se le enseña nada sobre la lluvia, y con Xavi se pretende. Es él quien ha olido el miedo en los rivales, quien los ha mecido como bebés en cunas de 105×70 y quien ha devorado títulos y estadísticas sin que alguno sepa todavía si toca y se va o si, simplemente, toca y se queda; algo podrá opinar del asunto.
Setecientos partidos y la certeza de que siempre nos quedará París. Y luego Roma. Y después Londres, quién sabe si Lisboa. Y en medio de la escena, acostumbrado a repartir juego desde el alambre y sospechoso habitual del fútbol español, como todos los talentosos, el pequeño pianista continúa a lo suyo, “it’s still the same old story, a fight for love and glory”, tocando una y otra vez la misma canción al tiempo que el espíritu de Andrés se acomoda la pajarita, apoyando un codo en una pequeña mesita de madera mientras en su rostro se dibuja una pícara sonrisa de jugón, adornada por aquellos ojos suyos de niño grande, siempre asombrado, que es como uno aprende que la vida, con Xavier Hernández al piano, solo puede ser maravillosa.
“Si ella lo resistió, yo también. ¡Tócala!”. / Casablanca.
* Rafa Cabeleira.
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