"Volved a emprender veinte veces vuestra obra, pulidla sin cesar y volvedla a pulir". Nicolás Boileau
Había dejado de ser el equipo temible que ganó una Champions y alcanzó dos finales de 1996 a 1998, pero aquella Juve seguía pareciendo un bloque de cemento coronado por individualidades selectas. En marzo del año 2000, la Vecchia Signora lideraba la Serie A apoyada en una defensa irreductible. Solo había encajado 11 goles en 24 partidos de la competición doméstica.Los bianconeri estaban bajo la dirección de Carlo Ancelotti, un joven entrenador conocido, sobre todo, por su etapa como jugador en el arrollador Milan de Arrigo Sacchi. La Juve de Carlo no enamoraba con su fútbol, pero solía ganar. Ante esta realidad, las cuestiones estéticas tenían una importancia relativa.
Para una institución acostumbrada a las últimas rondas de la Champions, disputar la Copa de la UEFA suponía un duro revés. Un castigo por la nefasta actuación en liga en la temporada 98-99. Así, el objetivo prioritario era ganar el Scudetto para volver a la Liga de Campeones por la puerta grande. La UEFA aparecía como un trofeo menor, percepción que chocaba con las expectativas del ilusionante Celta de Vigo, rival de los turineses en los octavos de final de la competición. Los gallegos, entrenados por Víctor Fernández, disfrutaban de su segunda aparición consecutiva en el torneo. Venían de aplastar al Benfica en dieciseisavos de final (ganaron 7-0 en Balaídos) y desarrollaban un fútbol alegre y atrevido, impulsado por la calidad de Mostovoi, Karpin, Revivo o Gustavo López.
El partido de ida, disputado en Delle Alpi, arrojó un 1-0 favorable a la Juventus. Kovacevic resolvió un choque en el que el descarado Celta mereció un resultado mejor. Los vigueses apartaron pensamientos pesimistas y se encomendaron al calor de su afición para remontar la eliminatoria. El 9 de marzo, Balaídos se preparó para vivir una noche mágica mientras Ancelotti, evidenciando las prioridades de la escuadra turinesa (o quizás un exceso de confianza), dejó a Zidane e Inzaghi en el banquillo. Carlo desplegó sobre el césped un 4-4-2, con dos centrales (Montero y Ferrara) en lugar de los tres que utilizaba a veces. Víctor Fernández, por su parte, no modificó su clásico 4-2-3-1. Un esquema sostenido, en gran parte, por Makelele y Giovanella, un doble pivote de enorme solidez. Ninguno de los dos se permitía demasiadas aventuras ofensivas, pero aquella noche memorable no entendía de convencionalismos. No habían pasado ni treinta segundos desde el pitido de Hugh Dallas cuando el incansable medio francés, indetectable para la zaga italiana, culminó una meritoria acción de Mostovoi con un disparo seco desde el borde del área. La eliminatoria estaba igualada en el primer minuto.
La Juventus, aturdida, no conseguía meterse en el partido. Los dos equipos jugaban con la defensa adelantada, hecho que reducía los espacios en el mediocampo. Allí, Conte, Davids y Tacchinardi eran incapaces de controlar el encuentro. La impotencia degeneró en entradas agresivas. Una de ellas, del temperamental Conte a Juanfran, implicó la segunda amarilla para el actual entrenador de la Vecchia Signora antes de la media hora. El escenario se volvió tremendamente favorable para el Celta, más aún cuando Cáceres peinó un córner y una indecisión de Birindelli acabó en autogol. Corría el minuto 32 y el afamado cántico de la Rianxeira inundó las encendidas gradas de Balaídos.
Ancelotti, temiendo una derrota histórica, quiso evitar que las punzadas gallegas fuesen a más. Situó a Mirkovic en el centro de la zaga junto a Ferrara y Montero. Sin apenas tiempo para comprobar la efectividad de la medida, la Juve perdió a un nuevo jugador. Esta vez el cortocircuito afectó a Montero, que propinó un codazo a Karpin. Hugh Dallas expulsó al defensa uruguayo, que remató su actuación, mientras se retiraba del campo, con una sucesión lamentable de gestos obscenos dedicados a los seguidores locales.
Con 2-0 en contra y nueve jugadores en el campo, la temible Juventus sabía que se había quedado sin opciones. La segunda parte se presentaba como un suplicio para los atribulados hombres de Ancelotti, y Van der Sar no contribuyó a aliviar las penas. En el minuto 47, un tremendo error del meta holandés en una salida dejó el balón a los pies de Benni McCarthy. El elegante punta sudafricano solo tuvo que empujar el esférico a la red.
La pesadilla bianconera era el sueño del conjunto celeste, amo y señor del duelo. Makelele y Giovanella barrían balones sin descanso, Karpin y Gustavo López abrían el campo por las bandas y un imperial Cáceres comandaba una retaguardia que desactivó a Del Piero y Kovacevic, solos ante el peligro durante los noventa minutos. Van der Sar se dedicaba a sacar en largo para superar la primera línea de presión del Celta mientras Ancelotti introducía a Iuliano y Zidane. El astro francés, en una de las situaciones más embarazosas de su carrera, apenas pudo aportar dentro de un colectivo asfixiado por la inferioridad numérica y desesperado por el dominio de su rival. Pocos minutos antes, Víctor Fernández también había movido ficha. Revivo entró por Mostovoi.
Con los nuevos actores, el decorado siguió siendo celeste. Los espacios aumentaban y el placer de aprovecharlos correspondía a un equipo. A falta de poco más de veinte minutos, la Juve recibió la cuarta y última andanada. El 4-0 nació de una preciosa combinación en la derecha entre Revivo y Celades. El canterano del Barcelona realizó un centro perfecto a la cabeza de Gustavo López, que remató en plancha. Van der Sar despejó como pudo, pero el rechazo rebotó en un defensa y el cuero quedó muerto a los pies de McCarthy, que empujó el balón sobre la línea de gol para conseguir su segundo tanto de la noche.
La afición local, extasiada, veía como los aplicados pupilos de Víctor Fernández firmaban un resultado escandaloso ante el gran ogro del fútbol europeo en la segunda mitad de los noventa. Los italianos, colapsados física y mentalmente, apenas inquietaron a Pinto en un disparo de Tacchinardi que rechazó el arquero gaditano. El Celta pudo marcar el quinto en una genial acción colectiva culminada por Revivo. Balaídos se quedaría sin ver un gol más, pero a cambio pudo tributar una calurosa ovación al veterano Mazinho, que disputó los minutos finales de aquella batalla para el recuerdo en su última temporada en el club vigués.
Makelele, que ganó con claridad en su duelo particular a un Davids desquiciado, se postulaba como uno de los mejores mediocentros defensivos del mundo. Unos meses después, ficharía por el Real Madrid. Karpin, Gustavo López y Mostovoi confirmaron que formaban una de las asociaciones de moda en Europa, y McCarthy opositaba para convertirse en el delantero del futuro. Ese Celta, cuando tenía el día, era una máquina de generar fútbol de alta escuela. Sin embargo, una persistente irregularidad dentro de las fronteras patrias, provocada en parte por sus andanzas continentales, le alejó de los puestos de honor en la liga 99-00. Solo pudo ser séptimo. Además, el maravilloso cuento de la Copa de la UEFA no acabó demasiado bien. El Lens francés finiquitó los sueños de grandeza en cuartos de final.
La víctima del Celta en aquel inolvidable 9 de marzo tampoco tuvo un cierre de temporada satisfactorio. La Lazio le arrebató la liga. Eso sí, su segunda posición en la tabla devolvió a la Vecchia Signora a la Champions. Un retorno frustrante, pues la Juve no pasó de la primera fase en el curso 2000-01. La mítica institución atravesaba un periodo de dudas, así que resultó comprensible que Zidane cayese en las redes de Florentino Pérez en el verano de 2001. Meses después de la marcha de Zizou, Ancelotti, más rodado como técnico, se estrenaba como entrenador del Milan. Allí se consagraría como uno de los entrenadores de referencia en Europa. Este lunes, 6 de enero, tras casi 14 años, Carlo y Zinedine vuelven a cruzarse con el Celta de Vigo. Desde el banquillo del Real Madrid.
* Javier Brizuela es periodista y filósofo.
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