Ricardo Enrique Bochini era el ídolo de Diego Armando Maradona. La frase encierra mucho más que información. De hecho llama a la reflexión. ¿Qué tenía Bochini para ser el santo inspirador de quien es señalado el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos?
No era mediático ni lucía estético. Pero hablaba en la cancha. Eran otros tiempos, claro. Una época en la que ni la periferia inescrupulosa ni las lenguas viperinas buscaban profanar el deporte. Tiempos en los que lo realmente importante era el artesano del balón. Bochini lo era y su mérito tenía un valor agregado. En un mundo en el que los zurdos son venerados, él, diestro a morir, imponía su ley.
Tenía la rara habilidad de saber siempre qué debía hacer cuando tenía la pelota y cuando no la tenía. Como en la actualidad ocurre con Andrés Iniesta, el crack del FC Barcelona que le dio la Copa del Mundo a la selección española con un golazo en Sudáfrica 2010.
El Bocha, como le bautizó la hinchada de Independiente de Avellaneda, el club de toda su vida, pensaba la jugada siguiente antes de que su pie derecho imantara el balón. Dice el cantante Gustavo Cordera que para él Bochini es un verbo: “Bochinear es pensar antes que los demás”. Así era. La ejecución del movimiento era precisa. Parecía que allí, en vez de bota tenía un guante con el que acariciaba la pelota.
Influía de forma decisiva en el último cuarto de la cancha, y sorprendía permanentemente cambiando de posición. Igual que el genio de Fuentealbilla. Buscando el espacio. Rompiendo la aglomeración de jugadores con un estiletazo. Sus pases en profundidad levantaban a la gente de sus asientos. Su eslalon corto, ensayado con una especie de gps para evitar patadas arteras, saltando sin dejar de avanzar, era glorioso.
Le quiso el Sevilla. Boca Juniors también le tentó. Pero su fútbol nunca se mudó del estadio de la doble visera. Tenerle en el equipo hizo que los aficionados del rojo de Avellaneda presumieran de tener un “paladar negro”. Se habituaron a la exquisitez y hoy enjuagan sus amarguras refugiándose en Youtube para volver a emocionarse con las gestas de su duende. El duende rojo de Zárate.
Ricardo Enrique Bochini ganó 4 campeonatos en Argentina. Dos Nacionales -una especie de Copa del Rey- (1977 y 1978); un Metropolitano -la vieja liga de dos rondas, como la española- (1983); y un campeonato de primera división -ídem del anterior, pero con nueva denominación- (1988-89).
Su magia no conoció de límites. Tal es así que siempre hizo mejores jugadores a los compañeros que le tocaban en suerte y el secreto goleador de los Norberto Outes, José Percudani, el exespanyolista Carlos Alejandro Alfaro Moreno o Antonio Alzamendi, radicaba en buena parte en sus sensacionales asistencias. El Bocha llevó a Independiente a reinar en el continente y en el mundo. Ganó 4 Copas Libertadores de América (1973, 1974, 1975 y 1984); 3 Copas Interamericanas (1973, 1974 y 1976) y 2 Copas Intercontinentales (1973 y 1984).
Además disputó y ganó la Copa del Mundo de México 1986 con la selección argentina. Su participación fue breve, pero Maradona se encargó de darle un carácter estelar. Reemplazó a Jorge Burruchaga en la semifinal contra Bélgica y Diego, al verle, le gritó: “¡Dibuje, Maestro!”. Al levantar aquella Copa en el estadio Azteca ante más de cien mil personas, Bochini saldaba la deuda histórica que el fútbol tenía con él desde que César Luis Menotti decidió no convocarle para jugar el Mundial de Argentina 1978.
En total disputó 634 partidos con Independiente en los que marcó 97 goles. Números alucinantes. Pero en el caso del Bocha, los números eran lo de menos. Lo suyo eran las sensaciones. La pelota le guiñaba un ojo antes de empezar cada partido. Se conocían desde el potrero. Bochini, El Bocha, se divertía y conectaba con las gradas gracias a su amor por el fútbol. Su impronta sigue viva. Como su mito, que incluye una calle. Desde el 17 de julio de 2007 “Ricardo Enrique Bochini” se llama el tramo de la calle Cordero (comprendido entre la calle Alsina y las vías del ferrocarril), en donde se levanta el estadio de Independiente.
Su retiro, el 5 de mayo de 1991, apenas se quedó en anécdóta. Nada podrá erosionar el fuego de un amor que permanece inalterable.
* Roberto Martínez es periodista y escritor. En Twitter: @toqueygambeta. En la web: toqueygambeta.com
– Fotos: Independiente1905.com.ar
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