"El éxito se mide por el número de ojos que brillan a tu alrededor". Benjamin Zander
Ed Burke entró en la recta principal del Estadio Olímpico de Los Ángeles por delante de Carl Lewis, Edwin Moses, Michael Jordan, Mary Lou Retton, Julianne McNamara, Greg Louganis, Tracy Caulkins o Rowdy Gaines. Como país anfitrión, la delegación estadounidense fue la última en desfilar y lo hizo encabezada por un atleta no excesivamente conocido por el gran público. Detrás de Burke caminaban algunos de los mejores deportistas de la historia y, sin embargo, este mocetón de 44 años era quien sostenía la bandera en su mano derecha.
Y no de cualquier manera. Brazo estirado y rígido, media sonrisa en el rostro, bandera bien alta, Ed Burke dará una vuelta memorable a la pista entre el júbilo local. ¿Por qué él? ¿Por qué él a los 44 años? Porque Burke es un símbolo extraordinario del deporte y los capitanes de todos los equipos olímpicos estadounidenses, reunidos en cónclave (de Moses a Jordan, de Louganis a Gaines, de Retton a Evander Holyfield) le han votado como su representante más digno. Y con este gran hombre me encuentro en Finlandia un día de abril de este 2012, durante el Campeonato del Mundo de Veteranos, en los que conquistará el oro en Martillo Pesado, la plata en Martillo, el quinto puesto en Disco y el séptimo en Peso. Lanzador completo.
ABANDONO POR INDIGNACIÓN
En 1964, Burke era uno de los mejores lanzadores de martillo mundiales aunque vivía a la sombra de un gran mito: Harold Conolly, estruendoso martillista estadounidense que dominó la especialidad durante una década (fue campeón olímpico en Melbourne’56) y mejoró el récord mundial en cuatro metros, siendo el primero que superó la barrera de los 70 metros. Con apenas 24 años, el poderoso Burke debutó en unos Juegos Olímpicos, concluyendo séptimo en la final disputada en Tokyo, con 65,66 metros, a dos y medio del bronce. Curiosamente, su mentor Conolly quedó sexto, una plaza por delante suyo.
Cuatro años más tarde, los jueces olímpicos de México’68 terminarían con su excelente carrera, que le había otorgado dos prestigiosos títulos universitarios en su país. “No conocían el reglamento, simplemente eso”, me explica Burke en el centro de Finlandia, rodeados de nieve por (casi) todas partes. Esos jueces le anularon el primer intento de la final por un movimiento perfectamente reglamentario. Burke, que ya lo había padecido en la calificación, se descentró, lanzó mal en el segundo y tercer intentos y concluyó en duodécima posición (65,72 m), rabioso e indignado hasta el punto que decidió, en el propio Estadio Azteca, abandonar la práctica del atletismo.
Ed Burke en los JJOO de 1984 y en el Mundial de Veteranos 2012
VOLVER A EMPEZAR
Ahí terminó su carrera. Por esos jueces que no aplicaron bien el reglamento. Pero lo que parecía definitivo devino en circunstancial. En 1979, Burke y su esposa Shirley, y a la vez entrenadora, estaban presenciando por televisión la Copa del Mundo de atletismo que se disputaba en Montreal. Allí, el soviético Sergei Litvinov ganó el martillo con 78,70 m y asombró a Burke por su técnica y velocidad. Sentadas al lado, sus dos hijas le preguntaron la razón de semejantes expresiones de asombro: “Papá también lanzaba así”, respondió Burke. Sus hijas no lo sabían, desconocían la faceta atlética del padre y eso espoleó al gran Ed para regresar a los círculos.
Y vaya cómo volvió. Ya había cumplido los 40 años, pero se clasificó para la primera edición del Mundial de atletismo en 1983 (ironía de la vida, disputada en Finlandia), donde no alcanzó la final pese a lanzar 69,12 m en la calificación. Una temporada más tarde, cumplidos los 44 años, consiguió su mejor registro de siempre: 74,34 m, con los que conquistó plaza para el equipo USA veinte años después de su debut olímpico. Fue el primer caso en la historia de un atleta que logra regresar a los Juegos dos décadas después de su primera vez.
La proeza fue tan valorada en su país que el USOC (Comité Olímpico de EEUU) decidió otorgarle, tras votación de todos los capitanes, el honor extraordinario de ser el abanderado. Y ese 28 de Julio de 1984, en un abarrotado Los Angeles Memorial Coliseum (yo estaba ahí, en la tribuna de prensa, por cierto) Ed Burke hizo su portentosa vuelta a la pista con el brazo extendido y la bandera enhiesta: “Me temblaba el brazo”, confiesa sonriente a sus 72 años. “Me temblaba todo. Primero por los nervios, luego por la fatiga. Al terminar la primera recta cambié de mano, pero al final de la vuelta los músculos ya no podían más”.
Días más tarde, Burke viviría su tercera experiencia olímpica: lanzaría 67,52 m en la calificación, cerrando su segunda carrera deportiva. ¿La definitiva? No, porque a los 65 años, en 2005, regresó de nuevo, esta vez al atletismo veterano. En 2006 batió el récord mundial de mayores de 65 años, con 55, 74 m; y en 2010, con 59,04 m, superó el de mayores de 70. Y ahí sigue, participando en todos los grandes campeonatos, acumulando títulos y plusmarcas, más entero que nunca, eterno en el círculo de lanzamientos.
– Fotos: San Jose State Athletics – Dieter Massin
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