"Cada acto de aprendizaje consciente requiere la voluntad de sufrir una lesión en la propia autoestima". Thomas Szasz
Nos pondremos pronto de acuerdo: Si George Best hubiera mostrado cierta continuidad en su carrera, merecería trono en la gloria junto a Pelé, Di Stéfano, Cruyff, Maradona y Messi, el quinteto de dioses del fútbol. Si alguien desconoce aún quién era el exterior derecha del mejor Manchester United, el consejo de llenar rápido esa carencia, Si otros se preguntan de dónde sale la exageración sobre ese alias de ‘quinto Beatle’, ratificamos aquí, y ante el juez si hiciera falta, su grandeza para entrar también en el club de John, Paul, George y Ringo. Y si, en último condicional, alguien no le vio jugar o no saliva ante el recuerdo de su genial estilo, por favor, deje el artículo aquí y abra corriendo la pestaña de YouTube donde le lluevan recortes grabados de su incomparable talento.
Ésta no será aproximación hagiográfica a tan excelsa figura, ni tampoco otra apología más sobre lo que ese futbolista podría haber sido y no fue a causa de su mala cabeza. Para empezar, discutiríamos sobre la validez y el contenido del concepto mala cabeza y la complicidad universal de los apasionados al fútbol no marcha por tales derroteros, un tanto vanos. Por tanto, nos hiperespecializaremos aquí y ahora, palabro en boga, en una simple vertiente de su tremenda, prolija personalidad: Ese ingenio tan suyo para tejer frases memorables. No acostumbra a ser demasiado común entre deportistas legendarios, por inteligentes que fueran, la facilidad para verbalizar chascarrillos brillantes. Best, también en eso, era un auténtico fenómeno. Lo descubrimos con la primera, que es de ovación, dos orejas y vuelta al ruedo: “He gastado un montón de dinero en bebida, chicas y coches rápidos. El resto, sólo lo malgasté”. Digno de figurar en el restringido club de Yogi Berra, el catcher de los Yankees, y Muhammad Alí, aunque el primero era un cachondo iletrado sin manías y el gran púgil, mucho más belicoso y político con lo que soltaba por la boquita.
Best, en cambio, las ingeniaba directas para el titular de prensa y el intercambio coloquial entre amigos, ante unas pintas y con ganas de echar esas risas que nunca vienen mal. Allá va otra de sus más reconocidas: “En 1969 dejé las mujeres y el alcohol. Fueron los peores veinte minutos de mi vida…”. Sin duda, Oscar Wilde es el rey de los aforismos, pero el autor de El retrato de Dorian Grey hubiera firmado ésta sin pestañear. De vez en cuando, el irlandés se ponía serio y trataba de resumir su momento, su filosofía de vida y manera de proceder: “Es cierto que he cometido un montón de errores, pero nunca intenté fastidiar a nadie. Quiero seguir vivo, en paz si es posible, sin ver cada una de mis pifias en los periódicos, incluso las que son falsas”.
Impulsivo como los niños, que lucen canal directo entre mente y boca, aunque nunca arrogante ni faltón, causó la de San Quintín sin desearlo cuando definió a Beckham: “No sabe chutar con la izquierda. No cabecea, no recupera balones y no es un goleador. Aparte de eso, está bien”. Y lo dijo cuando David era la gloria mayor de su equipo, el ídolo del MUFC para el cambio de milenio. Permítanme la boutade, si los red devils colocaron al Spice boy en su altar laico, ¿dónde demonios veneran a Cantona? ¿En la catedral de Westminster? Es que ahí sí encendía servidor un cirio de los pascuales…
Volvamos a su bien ganada fama de mujeriego, con gusto selecto, por cierto, para plasmar en versión original su facilidad para seducir: “I used to go missing a lot… Miss Canada, Miss United Kingdom, Miss World”. Cualquier traducción a cualquier idioma destrozaría el encanto de la frase, que juega con el verbo missing, desaparecer en transcripción lineal, y la acepción popular ir de misses. O sea, que acostumbraba a missing un montón: Que si Miss Canadá, Miss Reino Unido, Miss Mundo…. Y no hacían falta notarios para certificarlo, no. Ya lo conseguían los diarios populares, que acreditaban compañías femeninas de perfecta belleza a base de fotos tomadas en las mejores fiestas y lugares de postín.
Su fama resultó tan exagerada (pero bueno, ¿no has ido aún a YouTube?) que él la encerró así: “Era como un prisionero. Tenía miedo de acercarme a una ventana y no podía salir de casa sin escolta policial”. Por la vena más humorística, variable sobre tal notoriedad: “Tendría que ser Superman para hacer un poquito de lo que suponen que he hecho. No podía estar en seis sitios a la vez…”. Y con el recuerdo aún fresco del extraordinario homenaje brindado por sus contemporáneos británicos durante sus exequias, un par de franquezas a propósito de su vida futbolística: “Sólo me arrepiento de no haber jugado diez años más”. La siguiente, tremenda por descarnada: “Cuando cumplí los 25 sentía que el equipo estaba en declive y el alcohol pasó delante. Durante tres años seguidos salí cada noche y también me volví adicto al juego”. ¿Cómo dilapidó tanto talento? Él mismo no sentía empacho en confesarlo: “Nunca salí por la mañana con la intención de emborracharme. Simplemente, pasaba”. Y a causa de esa exageración, nos quedamos con la cuarta parte de lo que pudo ser. Sin recriminación alguna, conste. A George Best se le compraba completo, en pack, con lo bueno y lo malo, con lo exagerado y lo futbolístico porque esa última parte era excelsa, simplemente. Y con la vida de cada cual, como resumía el gran Serrat, cada uno baja las escaleras como quiere.
* Frederic Porta es periodista y escritor. En Twitter: @fredericporta
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