A finales de agosto de 1956 el equipo nacional de atletismo de la URSS había llegado a Londres para disputar un encuentro internacional contra Gran Bretaña. Todo estaba listo y preparado en el estadio de White City, la expectación era máxima. Pero, finalmente, el encuentro no se disputó. ¿Por qué motivo?
El año anterior, en septiembre de 1955, el equipo nacional británico, masculino y femenino, se había desplazado a Moscú para disputar un encuentro internacional de atletismo. Fue la primera vez que un equipo occidental competía en la URSS. Ambas escuadras presentaron a sus mejores atletas, algunos de los cuales se contaban entre los mejores del mundo, pues habían sido campeones y medallistas olímpicos y europeos en los años precedentes. Y ambas delegaciones se despidieron entonces con el compromiso de la devolución de la visita en tierras británicas al año siguiente.
Todo estaba preparado en Londres para los días 31 de agosto y 1 y 2 de septiembre de 1956. La expectación en la capital británica era inusitada, traspasaba las fronteras del mundo del atletismo. Era la primera vez que aquellas estrellas atléticas de más allá del telón de acero competirían en las islas. La competición se tomaba como un serio test para los Juegos Olímpicos de Melbourne’56, que se disputarían dos meses más tarde. El estadio de White City, santuario del atletismo británico en aquellas décadas centrales del pasado siglo, se preparaba para la máxima cita; se engalanó y preparó a conciencia. Se preveía un lleno absoluto, pues las entradas se estaban vendiendo con rapidez.
El equipo soviético llegó al aeropuerto de Heathrow con varios días de antelación y fueron recibidos por una amplia presencia de periodistas. Se alojaron en el hotel Lancaster Court, cercano a Hyde Park, un establecimiento turístico sin grandes lujos. En aquellos días previos, los soviéticos, además de entrenarse, se empaparon discretamente del mundo occidental, hicieron turismo, fueron al cine y de compras y cada miembro de la expedición recibió catorce libras para gastos. Pero un incidente vino a enturbiarlo todo. Hasta tal punto que los soviéticos se embarcaron de nuevo para su país y el esperado encuentro no se disputó. ¿Qué pasó para que ello sucediera?
Nina Ponomaryeva era una de las estrellas del equipo de la URSS, campeona olímpica y europea y recordwoman mundial de lanzamiento de disco. Hija de la Rusia profunda, mujer grande y fuerte (era llamada miss músculos), de 27 años, pelirroja, maestra de profesión, madre de un hijo de dos años, casada con un médico (Romashkova era su apellido de soltera), Nina era el ejemplo paradigmático de cómo una mujer del pueblo podía ascender desde los estratos más humildes de la sociedad hasta convertirse en una referencia viva y modelo del nuevo orden social y de los logros del régimen comunista.
En la tarde del día 29 de agosto, las atletas rusas, Nina entre ellas, hicieron lo que hacían (y hacen) muchas (o casi todas) las mujeres que visitaban y visitan Londres: dar un paseo por Oxford Street, bulliciosa calle de la capital londinense, bien conocida por su gran cantidad de tiendas de moda. Entraron, más por curiosidad que por otra cosa, en algunas de ellas. En el número 499 de dicha calle se encontraba una enorme tienda de los conocidos grandes almacenes C&A (hoy el edificio lo ocupa un gigantesco Primark). Y allí entró Nina Ponomaryeva. Y allí ocurrió algo que, en cualquier otra circunstancia, no habría tenido mayor importancia, pero que llegó a convertirse en un grave incidente diplomático.
Las versiones de lo ocurrido en la tienda son contradictorias. Los empleados dijeron que Ponomaryeva salió del establecimiento con una bolsa en la que había cinco sombreros que la atleta no había pagado. Fue retenida por dos guardias de seguridad de la tienda, que la acusaron de sustraer los sombreros. La apurada Nina no hablaba una palabra de inglés. Se llamó a Scotland Yard para que acudieran con un intérprete, así como a la embajada soviética. Nina fue conducida a la comisaría de policía del West End. Las autoridades soviéticas se pusieron en contacto con el Foreign Office (el Ministerio de Asuntos Exteriores) para que se retiraran los cargos. Argumentaban que Nina sí había pagado los sombreros, pero que, ignorante de las costumbres occidentales, no había recogido el ticket, por lo que no podía demostrar su compra. El Foreign Office dijo que no tenía jurisdicción, que la justicia en el Reino Unido era independiente y que era la tienda la que tenía que retirar la denuncia, a lo que esta se negó. Los sombreros que supuestamente sustrajo Ponomaryeva únicamente alcanzaban en total las 4,61 libras, es decir, eran unos sombreros baratos, de rebajas, y, al parecer, bastante anticuados. Fue puesta en libertad sin fianza bajo la palabra del cónsul ruso y con la promesa de que al día siguiente se presentaría ante el juez de guardia.
Pero al día siguiente la señora Ponomaryeva no se presentó ante el juez, por lo que se emitió una orden de búsqueda y captura. Los soviéticos se enfadaron sobremanera con el incidente y los medios oficiales, con el Pravda a la cabeza, emitieron duros comunicados que destilaban los característicos tintes políticos de la Guerra Fría, tan habituales en aquella época, calificando el incidente como una “estúpida agresión de las fuerzas reaccionarias del Reino Unido” y hablando del “trato inhumano” que había sufrido la atleta. En lo que al atletismo se refiere, el equipo soviético no acudió a White City y recibió órdenes de hacer las maletas, volviéndose a casa sin la lanzadora. En la selección británica se palpaba tristeza porque el encuentro no se hubiese podido celebrar. Atletas de la talla de Gordon Pirie o Chris Chataway hicieron declaraciones conciliadoras. En el equipo soviético, mientras estuvo en Londres, reinó la cordura, pero había resentimiento y todos creían firmemente en la inocencia de su compañera, a la que consideraban que se la había tratado muy mal por un simple error.
El asunto fue portada durante días en los rotativos, no sólo británicos, sino de todo el mundo. Polémicas y posturas encontradas llenaron horas de radio y televisión y fueron la comidilla en todos los pubs de la ciudad. Se habló de encerrona, de cleptomanía (muchos británicos descubrieron entonces lo que significaba la palabra), de simple ratera; los cinco sombreros, y sus características, se hicieron famosos. La rumorología, como suele ocurrir en estos casos, se disparó y proliferaron los chistes y chascarrillos con el tema.
Pero, ¿dónde estaba Ponomaryeva? Pues aunque se rumoreó firmemente que había salido ilegalmente de Gran Bretaña en un carguero soviético, lo cierto es que Nina se refugió en la embajada de su país, situada muy cerca del hotel donde se alojaba, disfrutando de la extraterritorialidad de la sede diplomática. La embajada dijo que no entregarían a la atleta porque creían firmemente en su inocencia. Aunque pronto se vio que la intención de las autoridades británicas era quitar hierro al asunto, la maquinaria de la justicia se había puesto en marcha y tenía que llegar al final. La situación se enquistó. Fueron seis semanas, nada más y nada menos, en las que Ponomaryeva no salió de su embajada, seis semanas de conversaciones a los más altos niveles para intentar llegar a una solución consensuada, pero sin salirse, obviamente, de los cauces legales en un país democrático como Gran Bretaña, algo a lo que los soviéticos no estaban acostumbrados y no asimilaban bien.
Por fin, el 12 de octubre, cuarenta y cinco días después del incidente, Nina Ponomaryeva compareció en el tribunal que la juzgaría. La Bow Street estaba atestada de periodistas y curiosos. Nina se negó a jurar sobre los evangelios, como allí era usual, pero prometió decir la verdad: no había robado nada, había pagado y era una mujer ejemplar, casada y madre de familia. Los empleados de la tienda describieron con detalle cómo percibieron desde el principio actitudes sospechosas de la atleta, a la que vigilaron discretamente, que esta actuó con serenidad, que observaron cómo escogía con naturalidad los artículos que iba a sustraer y a la que finalmente pillaron in fraganti. Nina Ponomaryeva fue declarada culpable, pero el tribunal fue clemente, pues únicamente fue condenada al pago de las costas del juicio, solo tres guineas, poco más de tres libras. Pagó su multa y quedó en libertad. Esa misma tarde embarcó en el trasatlántico Vyacheslav Molotov, que la esperaba, rumbo a Leningrado.
Y esta es la historia del más famoso encuentro internacional de atletismo nunca disputado. Como epílogo apuntemos tres cosas más. En primer lugar, que doce días más tarde la Unión Soviética invadió Hungría, aplastando el levantamiento popular de aquel país. En segundo lugar, que las seis semanas en la embajada rusa pasaron sin duda factura a la atleta, tanto mental como físicamente, pues en Melbourne, un mes después, en los Juegos Olímpicos, la rusa no pudo revalidar su título: fue sólo medalla de bronce. Por último, solo decir que hoy Nina Ponomaryeva tiene 84 años, goza afortunadamente de buena salud y sigue siendo una referencia en el atletismo de su país, pues la vimos no hace mucho con el presidente Vladimir Putin en la presentación del equipo ruso de los pasados Juegos Olímpicos.
* Miguel Villaseñor.
– Fotos: The National Archive – State of Victoria
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