"Hay que recordar que quienes escriben para los imbéciles siempre tienen un numeroso público de lectores". Arthur Schopenhauer
Gorgorito. El pan de cada día en el colegio. ¿Pintas cuadros?, me decían. “Yo pinto, tú pintas”, se atrevían a conjugar los más avispados, ebrios de ingenio y de zumo de naranja recién exprimido. Fingía que no me importaba, pero me jodía. Si a eso le añadimos que mi nombre no es el menos corriente de los mortales, siempre había otro Sergio con apellido más común a quien llamar por su nombre de pila, relegándome a mí a la sala de galeras del polvoriento registro civil. A la hora de merendar, enfilaba el camino a casa, rumiando, masticando los improperios con mi bocadillo de nocilla hasta tener una pelota a punto de rodar por el esófago, directa a la bilis. Los niños son crueles. Más lo son los adultos, me dijo mi madre. Dramas de tal calibre sólo los arregla el fútbol, pensé. Hazte famoso dando patadas a un balón y se les acabará la tontería y quizá seas el único Sergio del equipo, repetía para mis adentros mientras me calzaba las botas Cejudo. El sueño se acabó cuando descubrí que el hijo del entrenador se llamaba como yo, se apellidaba Fernández y jugaba en la misma posición. Marqué algún hat-trick en los entrenamientos, pero luego los domingos no era titular. Tras entrar al campo en el minuto 93 de una victoria 0-1 ante el Veriña me declaré en rebeldía silenciosa, cogí un libro de Patricia Highsmith y colgué las botas.
Quizá a José Manuel Pinto le pasó lo mismo, y si así fuera, lo cierto es que ha tenido bastante más éxito que yo. El guardameta gaditano puso el cerrojo en Vigo hace ya quince años para, una década después, trofeo Zamora en mano, mudarse a Can Barça como suplente de Víctor Valdés. Siendo intocable el guardameta de L’Hospitalet, Pinto asumió en las trincheras, Copa en mano, un papel secundario. Su aspecto estrafalario a ritmo de hip hop contrasta con el buen rendimiento que ha dado bajo los palos durante todo este tiempo. El triplete del primer año de Guardiola se cimentó, como todos los grandes momentos de la historia, en varios momentos puntuales: el archiconocido Iniestazo y el penalti que Pinto detuvo a Martí en Mallorca. Para la poca continuidad de la que ha dispuesto, jugando sesentaicuatro partidos en siete años, Pinto siempre ha cumplido. La lesión de Valdés cambia el escenario por completo, sacando a primera línea de fuego al portero andaluz, con el consiguiente runrún del aficionado, con el síndrome de nido vacío ante el inminente adiós del arquero catalán. El excepcional estado de forma de Valdés, unido a la baja de Messi, principio y final del Barça de Martino, dramatiza aún más la situación, rememorando más de uno aquellos tiempos pretéritos en los que para ver al Barça era necesario tomarse un ansiolítico de 600mg. Se han llegado a escuchar voces que claman por un suplente de garantías, de estirpe mundial, que acuda al rescate como un Batman cualquiera al distrito de Les Corts, cuando, si nos ponemos a pensar, no nos sabemos de carrerilla los sustitutos de Neuer, De Gea o Weidenfeller, por poner un ejemplo. Pinto ya ha demostrado que tiene la suficiente categoría para acallar esos temores, que no son otra cosa que el pánico a un futuro cada vez más cercano sin Víctor Valdés, cuando a mitad de la noche aparecen furtivamente fotogramas de Bonanos, Dutruels, Lopeteguis o Baías, que a diferencia de Pinto llegaron al Barcelona como porteros titulares y seguramente hayan terminado leyéndose El talento de Mr Ripley.
* Sergio Pinto es periodista.
– Foto: Josep Lago (AFP)
©2024 Blog fútbol. Blog deporte | Análisis deportivo. Análisis fútbol
Aviso legal