El aplauso de Ancelotti simboliza el reconocimiento del equipo más poderoso del mundo a un técnico humilde de uno de los pocos clubes barriales que quedan en la élite. El pasado sábado, el Rayo Vallecano fabricó un fútbol pulcro, idealista y pasional y desfiguró por completo al Real Madrid en una segunda parte inolvidable por dominio, cantidad de llegadas, fidelidad a un estilo y romanticismo.
El equipo de Vallecas es el último de la clasificación, ha marcado diez goles, ha encajado treinta y sólo ha sumado nueve puntos en doce jornadas. Unos guarismos que harían temblar a cualquier entrenador. Otro ya hubiera puesto a todos los jugadores en campo propio o a la defensa colgada de su portería. Lo fácil es la especulación: el cerrojazo y el autobús. Sin embargo, el bueno de Jémez prefiere emprender el camino más difícil. El de no traicionarse, el de no cambiar por el rival e intentar hacerle la vida imposible con la pelota, sea cual sea el oponente. Y si tiene que ser con tres defensas, pues con tres defensas. Para eso es un juego y un espectáculo. “No se defiende mejor por más gente atrás. Si vas perdiendo 0-3, que más da perder 0-6”.
Argumenta su amigo Pep Guardiola que “no hay entrenadores buenos o malos, los hay valientes o no valientes”. Y sin el técnico catalán, ni Manuel Pellegrini ni Marcelo Bielsa es verdad que la liga anda algo huérfana de intrepidez (coincidencias del destino, la última rueda de prensa del argentino en España fue en Vallecas). Pero Paco Jémez es un gran heredero, ha cogido el testigo y porta la antorcha del atrevimiento por los campos de Primera División. El Rayo es acusado de suicida y temerario, le dicen el kamikaze. Quizá puede que se inmole en defensa mediante faltas de concentración y despistes pueriles. Comete errores de bulto, no domina las áreas y peca de inocencia en exceso, pero es uno de los que mejor juega, más divierte y el que más reconcilia con el fútbol de toda la vida. Nunca le vale el empate. Solo ha cosechado cinco en los cincuenta partidos que ha dirigido Paco Jémez.
Ha merecido mucho más de lo que ha obtenido. Es el segundo equipo con más posesión de la liga (tercero de Europa), el tercero que más tira (180), el cuarto que más tira a puerta (58) y el quinto que menos tiros concede (134, quince menos que el Real Madrid). El Rayo de Jémez ha tenido más la posesión en partidos contra el Barcelona del Tata Martino, el Real Madrid de Mourinho y de Ancelotti, el Málaga de Pellegrini y de Schuster, el Athletic de Bielsa, el Valencia de Valverde y de Djukic, la Real de Montanier y de Arrasate, el Sevilla de Emery. Y así con todos los equipos de la Liga BBVA excepto el Villarreal, único al que todavía no se ha enfrentado. Y además, Trashorras es el futbolista que más pases ha dado en las ligas europeas: 1.068, por los 977 de Xavi, 860 de Lahm o 750 de Pirlo y el que más pases mete al área rival de la Liga con 36 por delante de Verdú, Rakitic y Koke que no llegan a los 30.
No hay bloque con menos recursos y posibilidades económicas en la Liga BBVA. Es el club de Primera con menos abonados (8.671), tiene el presupuesto más bajo de la categoría y lleva trece años sin gastar un euro en fichajes (el último fue Bolic por 2 millones en el año 2000), y en solo dos años ha perdido a Michu, Diego Costa, Baptistao, Piti, Armenteros, Javi Fuego, Chori Domínguez, Jordi Amat, Movilla, Arribas, Casado, Coke y Joel. Esta temporada habría jugado en Europa si le hubieran concedido la licencia UEFA. Aquí no hay talonario, aquí te defiende tu barrio, rezaba una pancarta en el fondo de los bukaneros.
Paco tiene licencia para hacer soñar y posee el carácter del torero José Tomás. No le gusta estar a merced del toro y vive sin temer a la muerte, que es como más se ama la vida. Le da lo mismo que le larguen. Su coraje es auténtico en tiempos hipócritas de valentía virtual y anónima en las redes sociales y los campos de fútbol. Representa el orgullo del pobre. Como es el entrenador que más cerca torea ante los pitones de miuras y vitorinos es el que más cornadas recibe. Queda expuesto ante el ventajismo de los que se posicionan por los resultados. Es la honradez personificada. “Prefiero perder jugando bien que ganar jugando mal. El día que pierda esa idea me retiraré”, comenta.
Si Bertolt Brecht fue el poeta del obrero, Paco Jémez es el entrenador de los obreros. Sacude la cabeza ante la indiscutible verdad y es del todos o ninguno, del todo o nada. Es el técnico que ha demostrado más valor y convicciones en lo que llevamos de temporada y cumple la parte más platónica de la loa de la duda del dramaturgo alemán: “La más hermosa de todas las dudas es cuando los débiles y desalentados levantan su cabeza y dejan de creer en la fuerza de sus opresores”; y de la loa de la dialéctica: “Los vencidos de hoy son los vencedores de mañana y el jamás se convierte en hoy mismo”. Paco Jémez cree en las utopías. Se ha criado en ambiente flamenco. Vino al mundo en Las Palmas de Gran Canaria porque su padre, Lucas de Écija, cantaor flamenco, tenía contrato de un año en las salas de Canarias y su madre llegó embarazada de él. Ha crecido entre soleás, fandangos y palmas. Las últimas fueron los aplausos del técnico italiano del Real Madrid y los vítores de Vallecas a pesar de la derrota. Un homenaje al míster que más mira por el disfrute del aficionado. El técnico que mejor encarna la canción de la buena gente de Brecht.
Cometen errores y reímos,
pues si ponen una piedra en lugar equivocado,
vemos, al mirarla,
el lugar verdadero.
La buena gente nos preocupa.
En momentos difíciles de barcos naufragando
de pronto descubrimos fija en nosotros
su mirada inmensa.
Mejoran al que los mira y a quien
miran. No sólo porque nos ayudan
a buscar comida y claridad, sino, más aún,
nos son útiles porque sabemos
que viven y transforman el mundo.
* Alfonso Loaiza es periodista.
– Foto: J. J. Guillén (EFE)
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