"Se llama genio a la capacidad de obtener la victoria cambiando y adaptándose al enemigo". Sun Tzu
En fútbol tan poco dado a las efemérides como éste, celebramos con sordina el cuadragésimo aniversario del advenimiento de J.C. O si nos ponemos menos trascendentes, de la llegada de Johan Cruyff como futbolista de máximo postín al Futbol Club Barcelona. En materia de revolucionarios, nadie admite parangón. En materia de filosofía, un vuelco absoluto de los que alteran radicalmente la historia (del fútbol) y su manera de ser transcrita. Situándonos en manera lineal, y convencidos de que el fútbol nunca avanza por hechos puntuales sino por concatenación de circunstancias, hay que remontarse al fenomenal, vergonzoso asunto de los oriundos vivido a finales de los 60 para justificar el aterrizaje del llamado holandés volador, también conocido en aquellos tiempos como el profeta del gol aunque la capacidad de reventar redes nunca fuera su fuerte. Aún así, con motes de tal calibre, uno empieza a sopesar el apoteósico nivel de su leyenda.
Andaba el Barcelona mosca contra el poder del fútbol español tras el cachondeo de los jugadores incorporados a diversos clubs con la excusa de ancestros patrios, peculiar y chapucera manera de abrir la puerta a los extranjeros sin que se notara. Ha quedado para los anales, a veces la anécdota vale por el todo, la peculiar presentación del centrocampista Adorno, quien, recién fichado por el Valencia, tuvo la ocurrencia de proclamar que sus abuelos habían nacido… en Celta de Vigo, tal cual. Y se quedó tan ancho, desnudando con su ignorante atrevimiento el montaje de los oriundos, certificado en documento de investigación por el abogado Miquel Roca i Junyent, sí, él en persona, quien rodó por media Sudamérica a la caza y captura de papeles que demostraran la magnitud del desaguisado. Ante tamaño ridículo, ante la presión ejercida desde la directiva de Montal, ya loca por incorporar a J.C., no quedó otro remedio que abrir la veda, erradicar esa especie de Ley seca que acompañó al fútbol español durante la década de los 60 bajo excusa y argumento de no perjudicar a la selección con la entrada de foráneos. Lo que andaba ciertamente perjudicado era el nivel de juego en unos tiempos nada prodigiosos y en los que hoy no toca establecer parada de revisión. El caso es que la directiva de Agustí Montal Costa, hijo de otro prócer presidencial de gran ascendencia en el recorrido vital del Barça, confió en Vic Buckingham y Rinus Michels como ideólogos del modelo fútbol total del Ajax que reinaba de manera, también, revolucionaria en los campos del Viejo Continente. Faltaba entonces quien convirtiera la teoría en práctica sobre el campo y, a a comienzos de 1971, la presión fue creciendo como fuego de guiso en alza hasta que Armand Carabén, tesorero y hombre fuerte de la entidad, recibiera el ineludible encargo de fichar al ganador de tres Balones de Oro, líder indiscutible de aquella sensacional escuadra, futbolista dotado de una visión, imaginación y cambio de ritmo extraordinarios.
Ahorraremos infinidad de dimes y diretes. El caso es que el listísimo Cruyff posa con la camiseta azulgrana para la revista R.B. incluso años antes de estampar definitiva firma en el contrato. No resulta nada fácil aflojar a los dirigentes holandeses, quien ceden finalmente gracias a una cifra redonda, de récord, nunca alcanzada antes en transacción deportiva: todo un millón de dólares. Y aterriza Johan como elefante en cacharrería, con el mismo fragor de los barbudos en La Habana catorce años antes. El Barcelona es un solar, eterno manojo de nervios rayano en la pura histeria que no ha sabido superar tres contratiempos monumentales. Primero, el déficit contraído en la ya lejana construcción del Camp Nou, cifrado en unos tremendos 200 millones largos de la remota época. Dos, el error, inmenso error, de haber traspasado al que debería haber sido líder natural de la transición entre Kubala y Johan, aquel fenomenal Luisito Suárez que tanto disfrutó el Inter de Milán. Tres, la instalación del fatalismo, derrotismo, llámenle si quieren también victimismo, en el ánimo de una masa social que no logra dar entonces con la tecla victoriosa, habita en la perenne urgencia histórica y no muestra paciencia con nada ni con nadie, ni con nuevos refuerzos ni con supuestamente insignes entrenadores, relevados al primer 1-0 adverso en campo de modesto.
Tal como le enseñara su propio padre con Kubala, Montal hijo consigue amortizar el costoso fichaje a base de amistosos de presentación, organizados a la espera de un transfer internacional que debía venir andando, si hemos de justificar tamaña demora. Cruyff no debuta oficialmente hasta iniciada la Liga 73-74, con el Barça distraído en la espera y hundido en la clasificación. A partir de él, el cielo se ilumina. Johan deslumbra y, tal como sólo sucede con los selectos elegidos para la gloria balompédica, convierte en infinitamente mejores a sus acompañantes. De paso, sitúa los cimientos del modelo hoy imperante en el club, ese deseo de jugar con estética, con sentido de la belleza y el espectáculo cuyos primeras piedras quedaron enterradas en Les Corts gracias a las revelaciones propuestas entre la gira de San Lorenzo de Almagro y el Barça de las 5 Copas capitaneado por el estratosférico Kubala. Se tiende una invisible cuerda con las virtudes del pretérito, olvidadas durante la ya conocida travesía del desierto iniciada con el hundimiento moral provocado tras la funesta final de Berna, aquella de los palos, las retiradas y la pérdida absoluta de brújula. Cruyff puede con todo eso, con la fatalidad, con el desespero, en compañía de Sadurní, Rifé, Torres, De la Cruz, Costas, Juan Carlos y la rutilante delantera de carrerilla integrada por Rexach, Asensi, J.C., Sotil y Marcial, cinco para la gloria aún cuando no ocuparan sobre el césped el puesto que les asignara el número prendido en la zamarra.
Entran algunas parejas de relumbrón entre las contratadas tras la apertura de fronteras, pero ninguna se acerca, ni de lejos, al rendimiento del extraño dúo integrado por el holandés y el goleador peruano Hugo Cholo Sotil. En Chamartín aplauden la visión y los cambios de juego del germano Günter Netzer, pero no convence en la banda izquierda Óscar Pinino Mas, mientras, por ejemplo y para no alargarnos más en el detalle, el Atlético se revitaliza gracias a la sapiencia en zaga de Cacho Heredia y al bullir en ataque del inolvidable Ratón Ayala, cuyas tremendas melenas representan un shock visual en pleno tardofranquismo. El caso es que Cruyff se hace el amo de la entidad y protagoniza ese Everest del simbolismo que, para las huestes de partidarios del més que un club, significó el 0-5 en el Bernabéu. Liga a lo grande tras 14 años de espera, nada menos, 14 años que pesaron como 14 siglos, sin átomo de exageración. Y cuando el barcelonismo se las prometía muy felices, comienzan a redactarse reglones torcidos. Cruyff exige la compañía de Johan Neeskens, su lugarteniente todoterreno en Amsterdam, y ello implica la salida de escena del pobre Sotil, perdido entre un mar de promesas y noches sin fin. Más tarde, la destitución del técnico Hennes Weisweiler, cuyo gran pecado consistió en no otorgar carta blanca al nuevo amo. Tan pronto como el holandés deja de ser intocable y se arruga ante las duras entradas de rivales dispuestos a marcarle el territorio, el Barça vuelve a achantarse y apenas cosecha una Copa del Rey en las tres temporadas siguientes. Pero Cruyff ya es un absoluto poder fáctico en la entidad, fenómeno capaz de provocar los célebres ismos, argumento que divide a la parroquia entre partidarios a ultranza y adversarios acérrimos. Hay que ver cómo llegó a mandar en plaza el caballero…
Y se produce un salto temporal en la narración. Cruyff, ya entrenador, última bala que le queda en la recámara al eterno presidente Núñez, especialista en gastar entrenadores como escudo, superviviente de mil crisis hasta perpetuarse en el poder. Si lo suyo fue cataclismo en la cancha, desde el banquillo genera un movimiento de tierras que convierte en irreconocible el planeta Barça a base de geniales aforismos, sencillos si se quiere, pero que alguien debía explicar y aplicar. Así, el despacho consiste en sentarse sobre el balón en los entrenamientos, acompañado por su íntimo, también símbolo de la cachaza, Charly Rexach. Aplican la dictadura del rondo, ejercicio consistente en dominar el balón, mejorar la técnica para adjudicarse la posesión y ABC donde iniciar la redacción de la nueva, casi infalible, Constitución Azulgrana, cuyas últimas páginas y aplicaciones vendrán firmadas, veinte largos años después, por Pep Guardiola. Con la desfachatez propia de los genios en posesión de la verdad absoluta, Cruyff enseña a quien quiere atender que si la tengo yo, no la tiene el otro. Y si juego en tu área, no tengo que preocuparme por sufrir con lo que pase en la mía. E inventa, no para de inventar. El portero con pies. El ‘4’. Los extremos bien abiertos para aprovechar la completa extensión del terreno. La boya en la media punta. Y también, como sucede con los predestinados, emerge esa flor en salva sea la parte que le ayuda en la mayoría de trances. Llega Wembley, inmenso ejercicio de liberación, terapia que cura históricos complejos. Llegan las Ligas de Tenerife para demostrar que la suerte, como se entendía por aquí, no es patrimonio exclusivo de lo blanco.
También, ocurrencias a mansalva. Dream Team que se convierte en pesadilla mítica de Atenas. Korneiev y Escaich donde antes extasiaron Romàrio y Stoichkov. El dinero, en el campo, desavenencias continuas entre los dos gallos que desintegran el corral. Chequia se va con Núñez y Eslovaquia se queda con Cruyff, dialéctica entre republicanos y demócratas en clave barcelonista que nos sigue acompañando a día de hoy. De todos modos, prescindiendo de filias y fobias extremas, africanas como las que despierta el personaje, digamos que la Sagrada Familia imaginada por Gamper, proyectada por Samitier, levantada en sus primeras piedras desde Kubala y aplazada sine die ante la tremenda avalancha de circunstancias siempre concurrentes en el Barça, fue finalmente levantada en gran medida por Johan Cruyff, el profeta no ya del gol, sino del barcelonismo. Después, para solaz de turistas y relleno de vitrinas, la acabarían mano a mano entre Guardiola y Messi, aunque esa sea harina de otro costal, legado profético convertido en praxis por el seguidor de tan peculiar y distintiva fe, también iluminado, nacido en Santpedor y propietario del primer ‘4’ de la lista ya histórica.
El Barça se resume en Gamper, Samitier, Kubala y Cruyff, a la espera de que Messi y Guardiola acaben su hoja de servicios. Y al holandés, con su peculiar discurso, se le seguirá escuchando mientras le quede voz para argumentar sus curiosos, constantes, atinados diagnósticos, tan bien recibidos por unos como denostados por otros. Se lo puede permitir: Él cambió la historia y ha representado todos los papeles de la función aunque parezca sistemáticamente actor de monólogos, empresa de un solo accionista, J.C.S.L. Baste con recordar que, cuatro décadas después de su aterrizaje, todavía se ha permitido ser factótum e ideólogo de la anterior directiva y exorcizado, demonizado por la actual, con ambas partes pudiendo presentar una enciclopedia de razones a favor y en contra de sus postulados y emocionales creencias. Con la adrenalina quieta, empero, todos coincidirán en reconocer que el personaje es único, con él se rompió el molde. Sin ninguna duda. Basta con repasar estos cuarenta años transcurridos y comprobar que, sin Cruyff, el Barça no sería el Barça, tal y como lo entendemos hoy. Si es que alguien entiende al monstruo, claro está.
Y ya que, en la entradilla, escribíamos que ninguno entre los revolucionarios admite parangón con J.C., permita el lector una reflexión que le traspasamos: Cruyff ha cambiado el fútbol mucho más que sus compañeros tradicionales, y unánimemente aceptados, en el Olimpo histórico. Pelé y Maradona fueron genios vestidos de corto, punto. Di Stéfano consiguió convencernos de que él sólo era un equipo, nadie con su irreductible ansia por ganar. Pero Cruyff ha sido único sobre el césped y como ideólogo de banquillo gracias a esa desbordante personalidad, a esa filosofía tan propia y especial aplicada con éxito, lección para venideras generaciones vinculadas al balón, en juego o en pizarra. Bien pensado, menuda barbaridad, vaya personaje.
* Frederic Porta es periodista y escritor.
– Ilustración original: Xavi Salvador.
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